El Despiadado Regreso del Maestro Caído
lia
e vuelta al presente. Me apretó el brazo, con los ojos muy abiertos de admiración-. ¡Camilo Viveros! Es aún más
ó conspir
compromiso después de todo este tiempo. Quizás esté buscando a
a una bofetada. ¿Y soltero? Resoplé para mis adentros. Estaba soltero porque le convenía, no porque estuviera suspirando por algún am
La redada del FBI, los flashes de las cámaras, los titulares escandalosos. Mis algoritmos, la propiedad intelectual de mi alma, robados y reempaquetados como su genialidad. Todo para asegu
ije, mi voz plana, desprovist
on, siempre romántic
ién sabe, quizás el destino tiene una for
una broma cruel orquest
rpo en todos los lugares correctos, un hombre esculpido por el poder y el privilegio. El chico con el que me casé, el que me prometió
enderson sigui
lla de la Bolsa en ese entonces. ¡Tan brillan
tiempo y deshacer los últimos diez años de mi infierno p
ía a ceniza en mi boca. Quería salir, lejos de su presencia
ida, su voz, profunda y resonante,
mi
me heló la sangre. Mis músculos se tensaron. Me quedé helada,
giraron. Podía sentir sus ojos sobre mí, diseccion
zapatos caros sobre el piso d
tencia descolorida, mis circunstancias reducidas. Imaginé el sutil desdén en sus
de mí. El aire se volvió pesado, e
un cordón de seda envolviéndome. El sonido d
tono azul, pero más fríos ahora, calculadores. Un destello de algo que no pude descifrar cruzó por ellos mientras escaneaba mi rostro,
rtante, desprovista de cualq
responder, una voz
¡Cariño,
u brazo se enroscó alrededor del suyo, posesivo y confiado. Hailee Alcázar. Su pr
sonrisa brill
él se tensó-. Se siente tan terrible por cómo terminaron las cosas para ti. De verdad que sí. -Sus ojos, s
le, un músculo se contrajo en su mandí
iempos" antes de que todo saliera... mal. -Enfatizó "mal" con una dulzura maliciosa. La implicación flot
nterés. Sus ojos se movían entre la glamorosa presencia de Hailee, la fac
tregó una elegante tarjeta de presentación negra. El
esitas algo. Lo que sea. Mis recursos están a tu disposición. -No era una ofert
escritorio. Cada una, un pequeño ladrillo en el muro que construyó a mi alrededor, atrapándome en su narrativa. Ahora, era solo una tarjeta,
i rostro. Mi voz era tranquila, casi serena-. Pero
etida en el brillante salón de baile. No miré hacia atrás. La tarjeta permaneció apretada