La mentira del entrenador, mi verdad final
/0/21178/coverbig.jpg?v=25d317c64709777beb549c704c8bab78&imageMogr2/format/webp)
do con una lesión que había terminado con mi carrera, cuando lo encontré en las redes sociales de otra mu
e en el hospital. Ella estaba
o para protegerla a ella. Mis estudios médicos se esparcieron por l
lo me llamó patética
burló con voz gélida-. Te vi
ntenía mi diagnóstico terminal. Me q
boleto de ida para ver el mundo. Mi vida se estaba a
ítu
mi mano, un rectángulo frío en mi palma febril. Cinco días. Cinco días desde la última vez que contestó mi llamada, desde qu
mo si fuera lija. Unos escalofríos me recorrían la espalda, haciéndome apretar más la delgada cobija sobre mis hombros, pe
ento bien. Me duele mucho el tobillo y tengo fiebre. Llámame cuando puedas". Ninguna respuesta. Antes de eso, otro: "Sigo sin s
pre estaba ahí, planeando meticulosamente mi entrenamiento, analizando cada salto, cada giro. Ahora, solo había un vacío donde debería estar su presenci
n dio un vuelco. ¿Emilio? Lo tomé de golpe,
ra E
e sonaba de nada. Dudé, con el pulgar suspendido sobre la pantalla. ¿Por qué me agregaría una extraña?
ojos que tenían un toque de desafío. Era guapísima. Mi mirada bajó a sus publicaciones recientes. Ahí, inconfundiblemente, e
cortó el aliento. Esto no podía ser real. Mis dedos, temblorosos, hicieron zoom en la imagen. La sonrisa de Emilio era amplia y genuina, una sonrisa que no me había di
epentino. Todo encajó con un ruido sordo y nauseabundo. Esta no era solo una extraña.
je furioso a Kenia. "¿Quién eres? ¿Qué haces con mi esposo? ¿Dónde está?". Lo envié sin pensar,
o, una banda sofocante de desesperación. Ninguna respuesta. I
lujo imposible. Cada vez que cerraba los ojos, veía su sonrisa, la mirada desafiante de ella. El dolor en mi tobillo,
n escape. Soñé con Emilio, riendo con Kenia, tomándola de la mano. Cuando intenté alcanzarlo, él se giró, con el rostro frío e inexp
e los ojos. Las lágrimas corrían por mi cara, calientes y punzantes. Estiré la mano instintivamente, buscando una mano que sostener, una presencia reconf
te de mi pesadilla. Kenia Holman. Otro mensaje. Se me cortó el aliento. Lo a
ego atrayéndola hacia él, su expresión tierna. Y luego, la que me destrozó por completo. Emilio, en nuestra cocina, preparando una comida. Una comida que se parecía a la lasaña especial que solo me preparaba a m
ro amor. Las imágenes fueron un golpe cruel y visceral. Cada foto era una herida nueva, retorciendo el cuchillo más profundo en mi
scribí, mis dedos volando sobre la pantalla, un grito primario de rabia y desesperación. "¿Cómo pudiste? ¡Después de tod
tienes vergüenza? ¿Ni respeto por un matrimonio?". Las palabras se desvanecieron en el vacío digital, tragadas por el silencio