La mentira del entrenador, mi verdad final
lar de nuevo, esta vez sin control, y tuve que agarrarme del borde de la cama para estabilizarme. Sentía que mi cuerpo se estaba apagando.
mos en el Café La Pista en una hora. Tenemos que hablar". Una reunión. Una confrontación cara a cara. Se me revolvió
e Emilio supuestamente se había dedicado. Ahora, se dedicaba a ella. La idea me envió una nueva ola de hielo por las venas. Me puse la primera ropa que encontré -un
zón me martilleaba contra las costillas. ¿Qué diría? ¿Qué diría ella? ¿Estaría Emilio allí? La idea de verlo con ella, juntos, en público, me cortaba la respiración. Una parte de mí quería dar la vuel
rmizo del interior del café. Emilio, con su rostro guapo y familiar, y Kenia, su cabello rubio brillando bajo las luces. Era más joven que yo, más alta, con una complexión del
vo agujero en el pecho. La miraba con una adoración que antes estaba reservada solo para mí. La escena me provocó un
de Emilio se levantó de golpe, sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa al verme. Kenia, sin embargo, solo sonrió
mil
Kenia. Su rostro, usualmente tan sereno,
s aquí? -Sonaba enoj
isfacción arrogante. Sus ojos, fríos y calculad
e Kenia y yo. Un gesto protector. Para ella. No
u voz más aguda esta vez, teñida
nte e incontrolable-. ¿A qué te refieres con por qué estoy aquí? ¿Quién e
. No fue un empujón suave. Fue despectivo, contundente-. Estás
piedras, cada una magulla
, cruda-. ¡Desapareces por días, ignoras mis llamadas, y te encuentro aquí
sonido oscuro
er la persona de la que me enamoré. -Sus ojos, una vez llenos de cali
elección, un acto deliberado de mi parte. Como si mi dolor, mi cuerpo roto, de alguna manera me hicieran in
lo que te di? ¿Todo lo que construimos? ¡Tú eres el patético, Emilio! ¡Escondiendo tu aventura, abandona
amente silencioso. Todos los ojos e
endo-. Solo cállate. Ya terminé con esto. Term
emente la jaló hacia la salida, su
una sola mirada. Ni una última vez. Solo un despido frío y en blanco. El coche se alejó a toda
o en la ventana del café. Una mujer demacrada y pálida con ojos atormentados me devolvió la mirada. Tenía el pelo revuelto, la ropa arrugada. Parec
milio no estaba aquí. No iba a volver a casa. Me derrumbé en el sofá, acurrucándome en una bola apretada, los escalofríos regresando con venganza. Mi mirada se posó en una orquídea en
. Ella sabría qué hacer. Ella lo arreglaría. Busqué a tientas mi celular, mis
ilio? ¿Tuvieron una pelea?". Mi inicial destello de esperanza murió un
s un buen hombre. Te ha mantenido, te ha dado todo. Ustedes están destinad
ntura! "Está con otra mujer, mamá", escrib
que luchar por tu matrimonio". Sus palabras fueron una píldora amarga, disolviendo cualquier calidez restante en mí. No le importaba mi dolor, solo