La agridulce venganza de la esposa desatendida
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áriz. Soporté su frialdad y sus infidelidades por una sola razón:
a estrellita del momento, Désirée, para que todos lo vieran. La humillación me hizo col
correa, jugando el papel de un esposo devoto
do en nuestra casa después de atormentar
susurró, con los ojos llenos de od
alera. La caída fue una ráfaga de golpes secos
ueldad y los celos de ella. Los años de sus mentiras y mi sufri
ital, sollozando y suplicando perdón, no sentí nada
con una voz como el hielo
ítu
ista de El
luso antes de que ellos me vieran a mí. Braulio, mi esposo, estaba enredado con Désirée Aguilar, su brazo como una banda posesiva alrededor de su cintura, sus rostros a centímetros de distancia. La mano de ella, adornada con un dije de micrófono con incrustacio
ulo de su productor, Braulio Armendáriz, y su estrellita en ascenso, Désirée. Aplaudían, silbaban, sus rostros iluminados con una emoción perversa. Mi estómago s
y corriera, que fingiera que no había visto nada. Pero una curiosidad morbosa, o quizás una necesidad desesperada del golpe final y definitivo,
diseñado para una audiencia. Cuando sus labios finalmente se separaron, los ojos de Braulio recorrieron la habitación, una sonrisa triunfante jugando en sus labios.
rtó rápidamente, con los ojos muy
r encima de la música pulsante, cargada de una dulzura empalagosa que me hizo doler los diente
te que solía provocarme escalofríos de los buenos.
a de la música. El escándalo vende. -Lo dijo con tal indiferencia casual, como si mis sentimi
s ojos se p
Su mano, que había estado descansando casualmente en el brazo de Braulio, se apretó más, una advertencia silenciosa. Lo vi a través de la
mplazada por un ceño fruncido. Sus ojos se entrecer
itación, como si mi presencia fuera una inter
sus ojos yendo y viniendo entre nosotros. Su incomodidad fue un pequeño consuelo, un fugaz reconocimiento de que esto estaba mal, inc
ra una línea dura y condenatoria. Me miró como si yo fuer
su voz un gruñido bajo q
irada que era a la vez triunfante y absolutamente
había amado con una devoción feroz e inquebrantable, vertiendo cada fibra de mi ser en nuestro matrimonio, en apoyar sus sueños. Había creído en sus promesas, en sus susurros de que me ayudaría a lan
. Disfrutaba mi dolor. Se nutría de él. Había estado andando con pies de plomo durante tanto tiempo, evitando meticulosamente cualquier cosa que pudiera disgustarle, siempre esperando recuperar
rgía vibrante de la fiesta. Era una excusa patética, un escudo endeble contra la embestida de su desprecio. Pero era la verdad. P
tamente con una corista, apartándole el pelo de la cara, su mirada persistente. Sus amigos se habían reído, le habían dado codazos, incitándolo. Y él simplemente los
on otra mujer, hice una maleta. Pero él me había encontrado, bloqueando
frágil salud, cariño. El estrés no es bueno para ti. -Conocía mi historial médico, el delicado equilibrio de mi bienestar, y lo bland
os, sabiendo mi baja tolerancia. Recordaba el ardor en mi garganta, la visión borrosa, el avance agonizante de las náuseas. Finalmente, me había derrumbado, perdiendo el conocimiento en me
Que alguien le traiga un vaso de agua, o mejor aún, un rincón tranquilo para que duerma
peso tangible, presionándo
ue las palabras mundanas de alguna manera me anclaran-.
a mirar a Désirée. No me dijo ni una palabra más, simplemente me dio la es
ligereza, como si mis pies no tocaran del todo el suelo. Un pavor frío se filtró en mis venas, una premonición de algo irrev
d, atravesando el ruido. Era su asistent
azando con tragarme entera. El bajo palpitaba, más fuerte ahora, un tambor fúnebre para mi esperanza moribunda. Mi visión se volv
asando otra vez*, grit
sperado e instintivo. Un dolor agudo y pu
consumiera fue el suspiro molesto de Braulio, seg