Su Corazón Silente, Su Traición Ardiente
garré, mi cuerpo retorciéndose para alejarse de la pared. Mis movimientos eran torpes, un i
do bajo, cargado de asco. Confundió mi dolor con desafío,
queña habitación. Mi oído zumbó. Mi mejilla ardió, una sensación quemante que se extendió rápidame
ofocante. Mi cuerpo vibraba con un dolor sordo, una palpitación profunda y generalizada que parecía emanar de cada hueso. Mi visión todav
destello de algo indescifrable en sus ojos. ¿E
amenazando con cortar mis pinturas. Bruno, entonces solo un niño flacucho, había aparecido como de la nada. Se había abalanzado sobre ellos, un borrón furioso de extremidades, recibiendo golpe tras golpe, su rostro una máscara de determinación.
uier cuchilla. Una frialdad profunda me envolvió, helándome hasta los huesos, una frialdad que no tenía
"Pídeme perdón. Inclina la cabeza. Me lo debes". Se quedó allí, regia y perfecta, s
inclinada, mi cuerpo temblando. Hice un pequeño y patético gesto de disculpa, una súplica silenciosa para que
ola de arrepentimiento me invadió. ¿Por qué no había luchado más? ¿Por qué no había gritado, aunque fuera en silencio? Quizás si le hubiera mostrado más ira, más fuerz
hado era un desafío silencioso, una negativa a aceptar sus ofrendas vacías. Pasaba mis horas de vigilia encorvada sobre la tablet, forzándome a concentrarme en los ejercicios de lectura de labios. Cada palabra, ca
os De la Vega, eran conocidos por sus extravagantes celebraciones invernales. Podía escuchar las tenues notas de música, las risas distantes, el descorche de botellas
pa más sencilla y oscura, me deslicé fuera del departamento, una sombra silenciosa mezclándose con la penumbra del atardecer. Bordeé los límites de su
y una sirvienta salió corriendo, con el rostro pálido de terror. "¡El vestido! ¡Oh,
stido de la señorita! ¡El de París! ¡Está rasgad
Un símbolo de su poder, de su reclamo sobre Bruno. Los susurros f
a en el haz de una luz de seguridad, una figura solitaria y oscura al bord
gesto silencioso de negación. ¡No fui yo! Mi garganta ardía c
eñalándome con un dedo tembloroso. "¡La chica mud
n cerca del vestidor antes
ca de la casa, acababa de llegar. Pero mi si
ena caótica, finalmente posándose en mí. Su expresión era una mezcla d
anos un borrón frenético:
cada. Me miró, luego de vuelta a Bruno, su voz un susurro suave, casi compasivo. "Oh, Bruno, no seas demasiado duro con ella. Solo es
jos de acero, dio un paso adelante. No dijo nada, pero su m
s al suelo helado. La grava áspera se clavó en mi piel, pe
a", anunció, su voz desprovista de emoción, "cualquier acto de sabotaje contra la familia, especialmente en un dí
en silencio. Iba
imposiblemente real. La multitud a nuestro alrededor, una mezcla de invitados y personal, com
de furia justiciera. Mis ojos, abiertos de par en par por el
ire helado quemaba mi piel recién herida. Otro latigazo. Y otro. Cada golpe resonaba no solo en mi carne, sino en lo profundo de mi alma. No era e
ndo mis pulmones. No podía respirar. No podía gri
unta desesperada y silenciosa. ¿Siente siquiera un destell
todavía sombrío, pero ahora, Kassandra estaba en sus brazos, su cabeza descansando en su hombro, una mirada de sat