Su Corazón Silente, Su Traición Ardiente
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e los barrios industriales de Monterrey. Mi arte callejero era nuestro pa
decidió escalar en la sociedad comprometiéndose con un
nte de arruinar su vestido. Bruno, mi Bruno, me azotó en
para protegerme,
ncerró en
ban el cielo, olí humo. El departamento estaba en lla
voz de Kassandra: "Bruno la encer
ndonó; intentó
inalmente me encontró años después, rogando por mi perdón después de de
ítu
co hogar que había conocido, hizo añicos nuestro mundo, com
n colores y líneas, mi arte callejero era un grito silencioso en los muros de ladrillo agrietados. Esos murales no eran solo pintura; eran nuestro pan de cada d
s, un chico flacucho con la pelea de un hombre dentro de él. Cuando los niños mayores se burlaban de mí, llamándome "la muda rara", sus puños volaban
grando, solo para comprarme un libro de arte barato y gastado que había encontrado. Lo puso en mis manos, sus ojos sombreados por el agotamiento pero brillando de
pel, mostrándole mi dibujo de él, encorvado y
struyendo una vida para nosotros. Una de verdad. En algún lugar lejos de aquí, donde no tengas que mendigar por pintura y
e en todas las cobijas que podía encontrar, su propio cuerpo temblando pero sus brazos firmes a mi alrededor. Me contaba historias, su voz un murmullo g
empre anhelando más. Veía los imponentes rascacielos del centro, brillando como dioses d
jos sucios" más grandes y arriesgados para un poderoso consorcio de logística, desapareciendo por días, luego semanas. Cuand
e involucraba a una mujer llamada Kassandra de la Vega, la despiada
ona de carga, dibujando los barcos sucios y trabajadores, el olor familiar a sal y pes
e limpió el desastre de los D
lo se partió
flacucha que arrastra por ahí?". La segunda mujer
a! ¿Puedes creerlo? De los barrios bajos a la cima
bre era un susurro venenoso en las suit
a lástima. "¿Qué será de ella? No es rival para una mujer como Kassandra. Esa chica
si yo fuera solo otra pieza del paisaje en ruinas. Era un dolor familiar, esa sensa
mi silencio. Bruno, más joven y pequeño, había explotado. Había luchado como un animal acorralado, ensangrentándose los nudillos, c
o colateral. Sentí el pecho hueco, una herida abierta donde solía latir mi cora
susurros maliciosos era pesado, arrastrándome a través de u
esa vieja y familiar esperanza. Bruno. Me abrazó con fuerza, como solía hacerlo, su
palda. Un anillo. Una banda gruesa de plata brillaba en su dedo anular, con una sola piedra oscura y pulida
on instintivamente, u
algo del trabajo, Alia", murmuró, su voz tensa, sin mirarme a
ra tallada que su madre le había dado, la moneda de la suerte que siempre llevaba. Nunca se h
lo profundo de mi estómago. ¿Qué sig
des. Era mi última creación, una réplica en miniatura del primer pez que pescó, un símbolo de nuestros orí
hombros despectivo, lo arrojó a un lado. Rebotó contra los adoquines, las aletas pintadas se desportillaron. "¿Qué es esta
os días, cuando éramos solo niños, sobreviviendo en los muelles. Había estado tan orgulloso de esa c
era b
ños, se había ido. Reemplazado por este extraño, este hombre con un anillo caro y un frío desprecio por nuestro pasado