SENTENCIA DE LUNA
iguo, cargado de furia, de dolor, de traición. No era un canto de herm
un ju
n la tierra fría, con la sangre -ajena y propia- manchándole
a brutalidad de las marcas recientes: cortes abiertos, moretones violáceos, arañazos profundos, la prueba viva de su
otaba entre los susurros
más que cualquier herida,
a sombra de hielo entre
destinado. Su
stro de amor en s
o ju
sent
o profundo de esos ojos grises que Nayara había aprendido a amar, había un resqu
travesando el círculo como una espada-. Nayar
ue alguna vez fueron su hogar, su familia, sus amigos... y que
ía con violencia, desespe
rada en un sollozo cargado de furi
se perdieron
udió en s
uno
bían enseñado las antiguas canciones de la Luna- bajaron la mirada co
tronó uno de ellos-. Traicionar a
alrededor como una víbora silenciosa. No importaba lo que
olía no era el aba
ra
a G
escudo. El hombre que había jurado p
rificaba con su
ormenta que tanto amaba- envolviéndola como una burla cruel. Lo miró a los ojos, d
. No era una pregunta. Era un
abios de Gael se entreabrieron, y en ese vací
ó, tan bajo que so
ra ve
a sal
ente, no
ceptible en las manos, Gael alzó la vo
oche, Nayara ya no e
os estalló como un trueno, rompien
do invisible, más doloroso que cualquier tortura física. La conexión ancest
na última mirada, sin una palabra de despe
como
ayara n
. No les dar
stia enferma, y la arrastraron fuera del círculo sagrado. Nayara no resistió. Su cuer
Allí donde los renegados vagaban. Donde los cazadores acechaban
l suelo como un
un gemido de dolor, pero
partido juegos con ella bajo la luz de la Luna- se a
vive si
o se ma
re los árboles, e
ndola
etamen
te, distante, como una madre que observ
stro ensangrentado
ez en su vida, l
lla temblaba entre el odio y la tristeza, entr
y la muerte, Nayara supo que algo de
én supo
e esas cenizas...