La herencia de la Reina
certidumbre que la rodeaba. La noche anterior había sido un cúmulo de preguntas sin respuestas, pero, al menos, había decidido algo: no iba a dejar que la sit
ederos. A medida que caminaba por los pasillos, Valeria no pudo evitar sentir que estaba cruzando una línea invisible que la separaba de un mundo con el que no tenía nad
endo la mirada al frente mientras avanzaba. Su voz era tran
pondió Valeria, sin mucha convicción. Se sentí
rectangular de madera, observando a Valeria con expresiones que variaban entre la curiosidad y la desconfianza. Los tres hombres y una mujer se levantaron
atro presentes. -Les presento a Esteban, Carlos, Raúl y Mónica. Como verás, todos tienen un
en cambio, parecía más joven, alrededor de 30, y su rostro mostraba una mezcla de arrogancia y desdén. Raúl, un hombre de mediana edad con barba reco
ria, forzando una sonrisa que nadie
mero en hablar, su
ijo, observándola con frialdad. -La gran he
ad fuera evidente. Alejandro, al notar la dirección
para calmar la situación. -Valeria tiene todo el derecho a estar aquí.
ente debemos discutir es por qué ella está aquí. Nadie la invitó. Nadie la
iaran. No lo haría, no después de todo lo que había pasado. Alejandro, aunque parecía preoc
ó la mitad de este negocio, y por eso estoy aquí. Quizás algunos de ust
tras que Raúl seguía observando en silencio, como si estuviera analizando cada palabra que Valeria d
aminar por aquí como si todo fuera tuyo. La familia Renier tiene reglas, y tú no eres parte de ellas. ¿O acaso te crees q
que le gustaría admitir. Su madre había hecho cosas terribles, había abandonado a Valeria s
dijo con voz tensa. -Pero eso no cambia lo que está
as, un sonido vacío q
do. Esto no es un negocio para principiantes. Aquí no venimos a jugar a las herencias
ón con atención. ¿Qué quería decir con eso de "ya tenemos suficiente con Alejandro"? Valeria no podía dejar de preguntarse si la famili
, hasta ese momento call
o no basta para pertenecer a este círculo. Hay reglas, y te lo estoy diciendo para que no te hagas ilusion
ir cómo sus palabras se clavaban como cuchillos, pero no i
sentía. -Pero yo no soy una niña, y no vine aquí a que me digan
encia aliviando, en cierto modo, la carg
tá aquí porque le corresponde. Nadie va a discutir eso. Pero necesit
apareció por completo. Valeria sabía que esa confrontación solo era el principio.