A fuego lento |Libro 1|
anó Cristian, por supuesto), me encuentro secando
pregunta y yo lo miro con ojos
es tenemos
un sitio con buen vino? —pregunta
y voy secando los t
gustas —invita, mirándome mient
sábado podremos ir a tomar algo? A este
ponde, riéndose—. Aunque
cubriéndome la cara con el
iano me derrite por completo, pero eso no significa que me guste. E
carajos sucede c
no… tendremos una charla un tanto incómoda y, la
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e, pero ha mejorado. El chef Guzmán notó mi progreso y mejo
—pregunta Cristian c
u belleza de moto, sí —re
osotros y Cristian frunce el ceño, a
cerca a la muchacha, que se oculta tras de nos
insistiendo en arreglar nuestra pinche relación —responde ella y yo m
uiñándole el ojo—. ¿Quién
ga, rodando los o
n, la comprendo. Seguro tienen una relación de porquería,
habla, estirando su mano y la estrecho, sonrién-d
mando con la cabeza y
delantales de la
estia en su voz—. ¿Te importa si me llevas a casa, Cris? ¿Por
—respondo cuando me mira, un
es —acepta él, lanzando las l
gunto, esperando que ella
onde Cristian y yo niego con la cabeza, creyendo
—inquiere ella y yo afirmo, así que se
rmano es un bruto —me qu
o parece recordar algo—. ¡Oigan! Ma-ñana tenía pensado
asiente con una sonri
escribiré a Cristian —me dice y se de
de los Díaz e
me un beso en la mejilla
ti luego —
respondo con
ección contraria de siempre. Yo espero el autobús
rato antes de arreglarme para la cena con Cristian. ¿O acaso d
lo
un pantalón de vestir corte alto, con un lazo en el frente, de color beige. Un
no ir muy arreglada —me digo frente al
—pregunta mi prima,
ue voy muy arreglada —admito,
—pregunta, recargando
viendo a verme al espejo mie
así te da el suyo cuando haga fr
r lo que tengo con él. Es mi único amigo, hasta ahora, en México —digo y
e gu
lo
e gu
ondo de nuevo,
ándose para colocarse detrás de mí—. Que él sea hombre y tú mujer no
riendo con alivio—. Gr
s de la casa. Federica alza una ceja en mi dirección y yo le saco el
r semi formal. Viste una camisa blanca de botones, un flux negro y
tras de mí—. Estás muy guapo, pe
endiéndome su mano—. Supuse q
un casco y nos trepamos a la motocicleta, él acelera has
de lomito y pizza. El mesero nos sirve la bebida en las copa
la copa—. Salud porque subiste
un poco más fuerte de lo que espe-raba y terminamos riéndonos
ndome un ojo—. Iba a preguntarte por qué te mudaste de Venezue
era hora de salir de allí —le cuent
osos de Barranquilla —admite él, haciendo
un barrio mucho más seguro —respondo y me encojo de hombros—. Ninguno
yo lo miro confundida—. Perdón, quiero de
l certifica—. Ella se mudó hace un par de años y vive con sus padres, me es
ar más días. Tengo que enviar dinero a Barranquilla —admite y le da otro sorbo a su copa de vino—. He cambi
la mesa—. Un trabajo para sobrevivir mientras una pas
tres pasantías en Fraga —dice, soltando un suspiro—. Y sé que la obtend
sero llega con nuestra entrada, que luce muy buena y no puedo
turando nuestra atención. Trato de encontrar a los homb
ranquilla? —pregunto antes de me
lo miro sorprendi-da—. Tuve novia en Barranquilla, pero tuvimos diferencias irr
odía irme con él en ese entonces, así que decidí cortar por la buena. Sabía que no iba a poder con una relación
parcera —es lo que res
arpacho y coloca la pizza sobre la mesa. N
apetit
n ap
a, mientras nos deleitamos con la exce-lente pizza y unas cu
a, ¿quieres algo
la cuenta —le aviso, levantándome de mi asiento,
ayuda? —propo
un ojo y me rio
o siga presentable. Retoco un poco el ma-quillaje y me ar
e caer. Unos brazos me sostienen de la cintura y un exquisito olor m
a vez no tenía un
mediato al rec
—hablo, en
nuevo, no sé si analizándome o con desprecio. Supongo que le hace grac
no —murmura con
isa se en