A fuego lento |Libro 1|
ostoso, o al menos asà se ve. Su fachada es inmensa, está a cielo abierto y tiene unos cuantos árboles regados por el ambiente. Hay algunas decoraciones sobre ellos como luces co
son cuadradas y rusticas, las sillas negras tienen un acolchado gris y una tela suave, un poco gruesa, de color rojo. Están decoradas con unas pequeñas luces e
un volumen bajo, agregando
-pregunta Cristian,
a dejado sin palabras -admito, m
omenta, sonriendo-. Llevo cua-tro años viviendo aquÃ, a veces si
compañe-ros. El brillo en su mirada parece desvanecerse y me cubro la boca-. Perdón, es
que salir de allÃ. Honestamente, quedé muy traumado c
deplorable del paÃs -me quejo, n
todos los chefs preparando platillos. Me apoyo sobre ella y me alzo de puntitas para ver mejor. La comi
abuelo del señor DÃaz y este último ha ido agregando algunas cosas -me explica-. He estudiado los r
n despegar la vista de
ce y yo le miro, sorprendida-
vergonzada-. Pensé que dirÃas E
n la cabeza
cio y usted -comenta como quien no q
e respondo de inmediato-, pero sÃ. Tuve un
unta, mirándome co
uiné su súper traje -imito pobremente su voz, rodando los ojos-
saladita, ¿no? -se burla y y
ergonzado-. Además, el señor DÃaz acaba de encontrar a quien no se arrodillará jamás ante él -agrego, mirand
rando en mi dirección-. Tiene rat
ia-. Y lo seguirá haciendo por un largo tiempo. No voy a permi
eja-. No vaya a ser que gané
No puedo decirle lo que me dijo, ni a él ni a nadi
ste sea el único restaurante mara
me lo vas a negar? -pregunta y yo concuerdo con
do de aquel cavernÃcola, pero segur
nÃcola, no tenÃa derecho a alterarse de esa forma
e ha costado una g
de mis pensamientos y toma mi mano, tirando de la misma para que me sie
tio a comer y observar cómo manejan todo en los restaurantes importantes -intercede una
a -musito en respu
qué tienen los DÃaz pero hasta el menor es un bombón -
y otro DÃaz? -inquie
s el mayor, luego le sigue Sebast
agada, ¡eh! -se queja Cristian y ella rueda
ué los multiplicas?» pregun
gras, también tienen zonas grises -expresa en voz alta y yo busco con la mirada a
ojos sobre mà con total descaro. Yo alzo una ceja y ruedo los ojo
en cuna de oro es bien
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o el almuerzo. Me siento junto a ellos
s a ver un restaurante en el centro histór
fuera. Es como parte de un ho
estaurante muy bonito, lástima
Gaby. Mira que ya te conozco -me a
quedar callada ante injusticias, asà como tampoco aumentaré egos
les y le escribo a mi primo por WhatsApp para saber cómo están mis señoras.
deje llamarlas por aquÃ
ndo ya he reposado la comida, me doy otro baño y me cambio de ropa. Me visto con una camisa blanca con las mang
do de mis tÃos. Abro la puerta y me sorprendo
areces el niño bueno de la historia, pe
un poco-. Los chicos buenos t
mos? -pregunto, trep
erca de la escuela. Asà no te me pierd
se coloque su casco. Él acelera y me sostengo bien de su cintura, sintiendo
uela y estaciona su moto,
y le tiendo el casco para qu
a (que es un bar restaurant), una gasolinera y un restaurante belga llamado Le P
mente, mientras me va mostrando los alrede-dores.
estoy enamor
os a nuestro próximo destino-. No es tan lejos, pero com
na gran e imponente fuente. Puedo ver que hay algunos re
-pienso en voz alta-. Todo esto es mara
ndola en su trabajo. Aunque aún falt
arnos un caf
ro gracias -acepto, colgá
mi amigo dentro donde se puede apreciar todo mejor. Hay mesas pequeñas y largas, con luces tenues colgando sobre las mismas y
late caliente y dos golfeado
y nos sentamos en la pri
rece el luga
o, mirando todo a
nar. El vino de aquà es excelente -me dice,
risa-. También me gusta mucho beber, asà que di
de la escuela -dice, guiñándome un ojo-. Varios de los m
ara mà -respo