Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
El dulce premio del caudillo
Trescientos años atrás, en las cercanías del Mar Báltico…
Drake levantó un poco la cabeza para mirar, a través de las gotas de agua y sangre que caían de sus cabellos, el amplio salón de su mansión, ahora destruida y manchada por el fuego.
Los cuerpos mutilados y sin vida de sus padres y el de sus dos hermanos menores yacían a escasos metros de él, mezclados con el de los empleados que habían servido a su familia por años.
Fue el único que quedó con vida en medio de aquella masacre y gracias a que se había desmayado cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza.
Las bestias que atacaron la mansión de los Dewhorn dejaron pocas columnas en pie. Parte del techo se había venido abajo, por eso la lluvia había aplacado las llamas que los engendros dejaron para volverlo todo cenizas.
Alzó la vista al cielo nocturno copado de nubes, que tan solo dejaba ver pequeños rastros de una luna de sangre, mientras se esforzaba por obtener algo de oxígeno.
Sus piernas fueron rasgadas con lesiones tan profundas que se afectaron hasta los huesos y el brazo izquierdo casi se lo arrancaron de un mordisco segundos antes de haber sido golpeado en la cabeza.
Tenía un buen tajo desde la coronilla hasta la ceja derecha, por donde brotaba una gran cantidad de sangre.
Un charco crecía debajo de él, al tiempo que la conciencia se le apagaba, pero eso no lo angustiaba tanto como la frustración de no haber logrado proteger a los suyos frente a los seres infernales.
Dejó de pensar en sus desgracias porque las gruesas puertas de hierro y roble que fungían de entrada principal fueron abiertas con violencia por el efecto de una poderosa ráfaga de viento, despegando una de sus hojas de las bisagras.
Drake se asustó, pero sintió alivio al ver la figura de Gawain, su hermano mayor, irrumpiendo en el salón seguido por tres de sus hombres, quienes repasaban la dantesca escena con la furia tallada en el rostro.
Al detallarlo bien, Drake notó que la cara de su hermano estaba algo deforme y su cuerpo era más grande y musculoso. Esa apariencia lo confundió.
Gawain se había marchado al frente de batalla unos días antes y lo dejó a él en casa con la misión de cuidar a la familia.
Los ejércitos expansionistas del zar de Rusia diezmaban las propiedades de esa región buscando apoderarse de las tierras, que le darían a su país la salida al mar que tanto ansiaba.
Se rumoreaba que su poder era tan descomunal que parecía inhumano, por ese motivo exigían a los terratenientes personal diestro para ofrecer apoyo a los aliados.
Por algún motivo Gawain regresaba a casa, y para Drake, en el peor momento.
La vergüenza lo agobió casi tanto como el dolor de sus heridas. Le había fallado a su hermano, pero también, a toda su familia, y a su gente, quienes ahora yacían muertos a sus pies mientras él luchaba por su vida.
Cerró los ojos para dejarse llevar por la muerte, atormentado por el deshonor.
—¡Drake! —exclamó Gawain cuando descubrió que él aún vivía y corrió cayendo de rodillas en medio del charco que había formado su sangre—. Drake, hermano, ¿estás bien? —preguntó sin atreverse a tocarlo.