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Era la esposa trofeo de un multimillonario, pero cuando caí enferma, tuve que rogarle a mi esposo, Alejandro, por mil pesos solo para comprar tampones.
Se negó, humillándome por malgastar mi miserable mensualidad.
Minutos después, mi celular se iluminó con fotos de él en un yate, regalándole a su exnovia un collar de cinco millones de dólares. Los mensajes de las otras esposas fueron brutales: «Pobre Valeria. Siempre el segundo plato».
Me había prohibido trabajar, tener cualquier tipo de independencia, llamándome un «adorno». Yo era una posesión que había comprado, con menos valor que la joya que le regalaba a otra mujer.
La humillación ardía más que cualquier fiebre. Él controlaba mi vida, pero no controlaría mi escape.
De pie, empapada por la lluvia, tomé una decisión. Si el dinero era libertad, yo misma me la ganaría. Empujé la pesada puerta de «El Diván Escarlata», un club de élite donde se vendían secretos y se hacían fortunas. Mi nueva vida estaba a punto de comenzar.
Capítulo 1
Mi anillo de bodas de diamantes, una roca de cinco quilates que Alejandro había comprado para demostrar su inmensa riqueza, se sentía más pesado que de costumbre en mi dedo, un recordatorio constante de la jaula de oro en la que vivía. Brillaba bajo las duras luces fluorescentes del vestíbulo de la Torre Arango, burlándose de la cartera casi vacía que guardaba en el fondo de mi bolso de diseñador.
—Valeria, ¿hay algún problema? —preguntó Marcos, el asistente de Alejandro, con voz cortante.
Tragué saliva. De repente, los elegantes pisos de mármol se sentían menos como un lujo y más como una verdad fría y dura. Mi mensualidad, unos míseros diez mil pesos, se había evaporado hacía dos semanas cuando enfermé y necesité medicamentos urgentes. Ahora, hasta las necesidades más básicas parecían un obstáculo insuperable.
—Yo… necesito ver a Alejandro un momento —logré decir, mi voz apenas un susurro. Odiaba pedir. Se me revolvió el estómago.
La ceja perfectamente esculpida de Marcos se arqueó.
—Señora Arango, el señor Arango está en una reunión muy importante.
—No tardaré mucho —insistí, aferrándome a mi bolso—. Es urgente.
Suspiró, un sonido apenas perceptible que aun así logró transmitir su fastidio.
—Espere aquí. —Desapareció tras las puertas de cristal esmerilado de la suite ejecutiva de Alejandro.
La espera se sintió como una eternidad. Cada persona impecablemente vestida que pasaba parecía ver a través de mi fachada, asomándose a la patética realidad de mi existencia. Finalmente, Marcos reapareció, con una sonrisa tensa en el rostro.
—La verá ahora. Cinco minutos.
Alejandro estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, bañado por la suave luz de su oficina, luciendo en todo momento como el magnate tecnológico que era. No levantó la vista de inmediato. Sus ojos estaban fijos en la pantalla holográfica que flotaba sobre su escritorio, una compleja serie de cifras y datos del mercado de valores.
—Valeria —dijo. No era una pregunta, ni un saludo, solo el reconocimiento de que yo existía en su espacio. Su voz era suave, desprovista de toda calidez.
—Alejandro —empecé, con las manos sudorosas—. Yo… necesito un poco de dinero.
Finalmente levantó la vista. Su mirada era fría, calculadora.
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