Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Antes ignorada, ahora inolvidable
Resurgiendo de Las Cenizas: La Heredera a Quien Intentaron Correr
Isabella sabía que iba a morir. No sabía cómo, ni cuándo ni dónde. Tampoco era esa lógica natural de evolución donde, por continuidad, falleces. Ella simplemente sobrevivía, viendo cada amanecer y cada anochecer, esperando que su hora de partir de este mundo llegara, trayendo a ella la paz que, hasta ahora, nunca ha conocido.
No tenía amigos, sus padres vivían en distintos países desde hace mucho tiempo, no parecían extrañarlas y ella se mentía a sí misma diciendo que ella tampoco los necesitaba.
La persona a la que consideró el amor de su vida, ese dulce primer amor que la hizo suspirar más de una vez, terminó siendo el veneno más tóxico que pudo encontrar para joder su vida entera. Cómo si haber nacido no fuese suficiente.
Él era ese componente que faltaba en la elaboración de la granada explosiva en la que se había convertido su existencia.
Se despertaba temprano, a eso de las seis de la mañana, cuestión de inercia, no de gusto. Casi todo el tiempo tenía insomnio y era casi fantasioso dormir. Se levantó a prepararse un café bien cargado, mientras el agua hervía en la estufa se acercó al baño para realizar su rutina diaria. Observó su reflejo en el espejo e hizo una mueca de disgusto: Aquellas enormes ojeras se habían tatuado bajo sus tristes y apagados ojos marrones. Antes, eran brillantes y llamativos, rodeados de esas largas pestañas tenían ese toque exótico que la hacía lucir tan bien, una chispa de misterio en ella que despertaba curiosidad. Suspiró y miró sus labios en el reflejo, estaban resecos y rotos. Su mente la traicionó, como siempre, y se transportó a ese momento del tiempo, tan lejano, donde dio su primer beso.
Fue algo inocente a un compañero de la escuela, y él le decía que sus labios eran muy suaves y sabían a cereza, por supuesto que ella no admitió que usaba un brillo labial de ese sabor y sólo se sonrojó.
Inmediatamente, la burbuja del recuerdo que se abría en su mente explotó, pasando a uno mucho más reciente y doloroso: La primera golpiza que Tom le dio.
Rompió su labio inferior y tardó semanas en curarse, cada vez que Tom se daba cuenta de que la herida estaba cerrando y sanando, no dudaba en morder su boca hasta hacerla llorar y que un charco rojo cubriera su boca, riendose de ella, viendo como lloraba en silencio mientras bajaba la mirada. Ella no decía nada. Nunca lo hizo.
Salió del baño con la esperanza de olvidar el asunto, el agua burbujeaba y se apuró a preparar su café, tomándolo muy caliente y quemando su garganta.
Harta de todo, de pensar, de vivir, de respirar. Isabella miró el reloj que marcaba las seis y cuarenta minutos de la mañana, sus demonios habían jugado un pcoo con su tiempo por lo que entró al cuarto apresurada por vestirse.