“No todas las historias de amor, comienzan del mismo modo. A veces solo basta que coincidan en el mismo tiempo y espacio”.
Anna Barkley
Sara se levantó rápidamente de la silla, se acercó al mostrador, pago con algunas monedas su café y se encaminó hacia la puerta, faltaban algunos minutos para cumplirse la hora de entrada a la empresa donde iniciaría sus pasantías como asistente administrativo. Con una de sus manos intentó abrir la puerta lentamente, sujetando en la otra el vaso de café y tratando de no derramar su contenido. De pronto, sin darse cuenta, tropezó y vertió su café sobre el elegante y costoso traje del apuesto hombre que venía entrando al mismo tiempo que ella salía.
—¡Oh por Dios! —dijo con la boca abierta al ver lo que acababa de ocurrir— Disculpe señor por favor —se excusó la joven apenada por lo sucedido. Mas, la reacción de aquel hombre fue inesperada y sorpresiva para ella.
—Es usted una tarada. Mire lo que acaba de hacer —la tomó del brazo con fuerza y la estremeció.
—Le pido disculpas, no fue mi intención. —contestó un tanto nerviosa al ver la actitud violenta de aquel desconocido.
—¡Cálmate Ben, fue sólo un inconveniente. —le susurró su acompañante, la mirada fulminante de él hacia su acompañante, fue suficiente para que este, permaneciera mudo.
—¡Eres una chica torpe! No sé donde traes la cabeza —ella abrió sus grandes ojos verdes, como si fuera a dispararlos.
—Le dije que fue sin querer ¿Qué espera, que le compre un traje nuevo o que le lave el que lleva puesto? —respondió de forma irreverente.
—Ya desearías tú tener el dinero suficiente para comprarme uno igual a este. —respondió de forma burlona, intentando humillar a la joven.
—¡Pues yo seré pobre, pero usted es un viejo amargado y grosero! —contestó sin ningún tipo de remilgos.
Ben la miró atónito. Nadie se había atrevido a hablarle de aquel modo.
—¡Insolente! —la soltó violentamente, al escuchar a su amigo murmurarle:
—Ya déjala, todos nos están mirando. —sacó un pañuelo y se lo entregó.
—Me importa un carajos —respondió iracundo, tomó el pañuelo y lo frotó contra la mancha de café.
Sara aprovechó para escabullirse de aquel lugar y correr hacia la empresa, que por suerte para ella, quedaba a pocos metros de la cafetería. Finalmente llegó a aquel edificio, miró el imponente cartel en letras doradas "Virtual Reality". Sí, era allí, justamente donde iniciaría esa nueva etapa de su vida; pasó su mano aún mojada de café, sobre la chaqueta oscura de su uniforme azul. Se arregló el cuello de la camisa y se dispuso a entrar en aquel lugar. El vigilante la interceptó, antes de que pusiera un pie adentro:
—¿A dónde se dirige señorita? —ella miró el nombre de aquel hombre bordado en su camisa y astutamente le dijo:
—Señor Carlos, soy una de las nuevas pasante, voy un poco retrasada, ¿podría dejarme entrar, por favor? —lo miró suplicante; el hombre corroboró su nombre en el carnet que colgaba en su pecho.