Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Destinada a mi gran cuñado
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
El dulce premio del caudillo
El viento frío del norte soplaba con una fuerza implacable aquella noche en el bosque de Eldergrove, llevando consigo susurros de antiguas leyendas y secretos oscuros que se perdían entre los árboles retorcidos y frondosos. Las sombras, alargadas y danzantes bajo la luz de una luna llena inusualmente brillante, parecían cobrar vida propia mientras una figura encapuchada avanzaba con paso decidido por el sendero cubierto de hojas secas. Cada paso de Elara, la segunda hija de la reina de las brujas, resonaba con un eco sombrío que rompía el silencio sepulcral del bosque.
Confinada desde su nacimiento en una torre aislada, protegida por hechizos y guardianes espirituales, la torre misma era un remanente de tiempos más oscuros. Cubierta de una espesa hiedra que trepaba por sus paredes de piedra gris, los susurros del pasado parecían filtrarse por cada grieta y esquina, narrando historias de magia, poder y traición. A pesar de estar destinada al sacrificio en un ritual que prometía fortalecer a su aquelarre, Elara nunca había aceptado su destino pasivamente. Había devorado en secreto los antiguos tomos de hechicería y alquimia escondidos en la biblioteca prohibida, preparándose para el día que siempre supo que llegaría.
El claro del bosque, iluminado por la luz de la luna, se reveló ante ella, rodeado por un círculo de piedras ancestrales que emitían un suave resplandor azulado. Este era el lugar sagrado de poder donde el ritual del sacrificio se llevaría a cabo. Las demás brujas del aquelarre, vestidas con túnicas de tonos oscuros que se confundían con la noche misma, comenzaban a reunirse, formando un círculo alrededor del altar central. Sus rostros estaban ocultos bajo capuchas, y sus manos, adornadas con intrincados símbolos pintados, murmuraban encantamientos en un idioma antiguo que resonaba con una energía palpable, haciendo que el aire temblara a su alrededor.