Aún no logro entender cómo terminé en ese fatídico lugar, aunque nunca olvidaré mi primer día ahí.
Un momento antes estaba celebrando mi cumpleaños número 21 con mis amigos en una discoteca, dejamos nuestras cosas en una mesa y fuimos a bailar, Pedro se ofreció amablemente a cuidar las cosas para que no nos robaran nada, al volver me tomé la mitad de mi vaso de cerveza de un sorbo pues tenía mucha sed. Unos minutos después me empecé a sentir mareada, eso era raro, eso no era ni la cuarta parte de lo que solía tomar, sin embargo me sentía como si hubiera tomado 3 botellas de pisco al seco.
-Creo que me voy, me siento mal- Dije- Voy a llamar un taxi.
-Voy contigo, tampoco me siento bien, creo que debí haber comido algo más fuerte antes de venir- Dijo Laura para justificar el efecto que el trago, del cual sólo había tomado un par de sorbos, había provocado en ella.
-Perfecto, compartamos entonces…
-Las acompaño a esperar- Dijo Pedro con una expresión extraña.
Salimos y empecé a meter los datos en la aplicación pero antes de que pudiera terminar de escribir me desvanecí.
-Dani, Dani… ¿Estás bien?- Fue lo último que escuché antes de perder la conciencia.
Cuándo desperté estaba en un pequeño cuarto, recostada sobre un colchón viejo, atada de manos y pies y con una cinta adhesiva en la boca ¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? Fue lo primero que me pregunté. Empecé a luchar contra mis ataduras pero era inútil, lo único que lograba era lastimarme la piel con el rose de las cuerdas. De pronto la puerta se abrió y entraron dos hombres totalmente desconocidos para mí.
-¿y? ¿Qué le parece, jefe?- Dijo un hombre de cabello negro y piel bronceada.
-Se ve bien… Desnúdala- Dijo cómo si fuera algo que hacía todos los días.
Espera… ¿Acababa de decirle que me desnudara? El hombre sacó un cuchillo cartonero de su bolsillo y se acercó peligrosamente a mi “¡no! ¡Por favor, no!” Exclamé en mi interior retorciéndome mientras intentaba luchar con mis restricciones, pero era inútil, el hombre empezó a cortar mi ropa sin importar nada, luego me desató las piernas y me obligó a ponerme de pie sujetándome de la cuerda que sostenía mis manos en la espalda.
Empecé a llorar abrumada por todas las sensaciones que eso generaba, miedo, angustia, vergüenza, confusión pero sobre todo, me sentía terriblemente vulnerable.
-Sí, sí… Creo que servirá- Dijo, sacó un sobre de su bolsillo y se lo pasó, luego agregó- Déjame a solas con ella.
-Claro, un placer hacer negocios con Usted- Respondió y entendí de inmediato a que se refería… Me acababan de vender.
Había oído hablar de eso en las noticias, la trata de blancas, sin embargo era ese tipo de cosas que uno sabe que existen pero que nunca piensas que podrían pasarte a ti, sin embargo ahí estaba, desnuda, con las manos en la espalda frente a un viejo de unos 50 años, retrocedí un par de pasos, aunque eso no impidió que se acercara a mi.
-Eres muy linda- Dijo acariciando mi mejilla- En serio que sí- Recalcó, luego me quitó la cinta de la boca y antes de que pudiera decir nada me tomó del pelo para besarme a la fuerza. Intenté resistirme, pero en mi posición era imposible.
-Basta, suéltame- Dije con voz temblorosa apenas nuestros labios se separaron- Déjame ir- supliqué entre lágrimas.
-¿Qué te deje ir? Pero si apenas empezamos… Tengo muchos planes para ti, muñeca…
-¿Planes? ¿Qué planes?- Dije aunque en realidad no estaba segura de querer saber.
-Ya lo verás… Por el momento, vamos a aprovechar el tiempo- Dijo mientras se abría el pantalón.
-No, no… Por favor- Dije retrocediendo hasta que tropecé con el colchón y caí sobre este.
Un segundo después el viejo estaba sobre mi besando mi cuello y recorriendo mi cuerpo con sus asquerosas manos mientras su miembro se endurecía rápidamente, por más que supliqué él no se detuvo hasta quedar satisfecho. Luego se tendió a mi lado sin dejar de acariciarme.
-Eres deliciosa- Dijo pasando su lengua por mi cuello hasta mi oído- Creo que te querré para mi.
-Por favor, por favor… Déjame ir, prometo que no diré nada, solo quiero volver a mi casa, por favor…
-No tienes idea de dónde estamos ¿verdad?- Dijo aunque la respuesta era obvia, no tenía como saber donde estábamos, ni siquiera qué hora era pero… ¿Qué tan lejos podríamos estar de Santiago? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?, negué con la cabeza con la esperanza de que me diera alguna pista- Estás muy, muy lejos de casa, preciosa.
-¿Dónde estamos?- Dije asustada.
-No necesitas saber eso, lo único que necesitas saber es que la única forma de salir de aquí es en pedacitos ¿entiendes? - Yo asentí- Bien ahora… Te diré porque estás aquí- Dijo mientras mis ojos se llenaban de miedo y mi corazón latía cada vez más rápido- Estás en un prostíbulo… Mi plan es venderte cada noche al mejor postor o hasta que tu cuerpo no de más- Ahora que lo pienso quizás no lo dijo literalmente así, pero así es como lo recuerdo.
-No, por favor… Te lo suplico, haré lo que sea, pero no me obligues a hacer eso.
-Sabía que dirías eso… Tienes suerte, me gustaste, así que te daré una alternativa… O te resignas a ser una puta por el resto de tu miserable vida o… Te conviertes en mi esclava sexual.
Ninguna de las alternativas sonaba muy convincente, pero estaba contra la pared, mis alternativas era dejar que no sé cuantas personas me follen y me hagan quizás que cosas o… Dejar que ese viejo me violara sistemáticamente por el resto de mi vida.
-Sí, sí, seré lo que quieras, pero no me prostituyas…- Supliqué.
-Buena decisión…- Dijo, me desamarró las manos y agregó- Ahora muéstrame cuanto lo deseas.