Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
Este libro puede contener situaciones incomodas, así como escenas sexuales que pueden llegar a causar inconformidad, sin llegar a ser muy explicito. Situaciones de dudoso consentimiento y la relación entre la protagonista y el antagonista puede causar incomodidades. Se recomienda discreción a la hora de tomar esta lectura.
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La vida puede golpear muchas veces, eso decía mi madre cuando los dolores en su lecho de muerte la hacían retorcerse. La vi tantas veces acariciar la muerte con suspiros resignados que me reprogramé para no sufrir la partida de nadie. Desde niña me apunte a la tarea y funciono durante años, hasta que la vida me ficho bajo su lupa. Me embarque en una montaña rusa de emociones y lamentos que amenazaban con quitarme todo lo que tengo.
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Corro por las calles de Londres en busca de un taxi para llegar al aeropuerto y tomar el vuelo que salga primero. Acabo de dejar a mi pequeña hija de ocho años con mi padre, porque mis permisos para verla se han acabado y debo volver a mi laboriosa y monótona vida.
Cada gota de lluvia que impacta con mi rostro me hace devolverme a mis veintiún años, donde me deje llevar nuevamente por la ira de una perdida que me sumergió a posos tenebrosos que no sabía que existían dentro de mí. Me hizo convivir con mis demonios, enfrentarlos, perder una y otra vez. El dolor volvía a azotarme cuando los impactos de cada herida abrieron grietas que no parecían curarse nunca. Había perdido a la persona que aun ame, mi esposo, mi vida.
Un taxi toca la bocina haciéndome dar un salto en el acto. Maldigo sacándole el dedo del medio. Es mi culpa por atravesarme y pudo arrollarme. Da igual, el jodido instinto es el que me obliga a moverme sopeteando el rio de personas que viajan con maletas de un lado a otro. No me hizo falta ningún taxi para llegar a ningún lado, el desosiego me mueve con facilidad.
La chica de la ventanilla me sonríe cuando llega mi turno. Me habría ahorrado esta payasada si hubiera mandado a traer mi jet, pero la me apetece actuar como un humano normal.
–Necesito el viaje que salga más pronto, por favor. –Me muestro calmada para que no sospechen. Mi paciencia no da para un estúpido interrogatorio. Le entrego los papeles que me solicita.
La chica teclea rápido. Levanta la vista empañada con los lentes de montura dorada.
–Vuelo 611 con destino a la ciudad de las vegas.
Sonrió. Las Vegas es un peligro para alguien como yo, el pecado me atrae de maneras insanas y me encanta. Por ello acepto todos los documentos y compro un tiquete primera clase.
Abordo el avión agradecida con que solo cinco personas estén cerca de mí. Una pareja de ancianos con dos niños y más adelante un hombre, no lo detallo, tiene la visa perdida en su computadora y yo me ocupo de lo mío.
Lo primero que reviso son mis correos, respondo los emails y confirmo todo tipo de documentos hasta que me llega una alerta de google con el periódico americano con una notica mía que me hace arder las venas de furia.
«La reconocida empresaria y bióloga Abrill Hope fue captada en una ardiente discusión con su padre Carlos Hope, biólogo de renombre que actualmente posee la custodia total de Gaia Ferria, hija de la empresaria. Varias fuentes declaran que el altercado se dio por una conversación entre ambos donde la empresaria, entre gritos furiosos le exigía que le devolviera la custodia de su hija.
Esperamos más noticias suyas, pues el biólogo Carlos dejo en claro que su hija no es apta para cuidar de su nieta y la familia Ferria se mantiene al margen, demostrando el poco interés que tienen sobre la pequeña.
La empresaria cada día nos hace preguntarnos, ¿Podrá con el papel de madre? ¿Ya está lista para sacrificar sus peculiares gustos para, por fin, recuperar la custodia de su primogénita?»
Le doy un manotazo a la mesita desplegable frente a mí, consiguiendo que los ancianos me miren con el ceño fruncido. Estoy harta de que la prensa y los periódicos se metan en todo, en cada respiro están ellos para joderlo. Nadie ha pedido que les cuenten cada paso que doy ni si soy o no apta para cuidar mi hija. ¿Para qué sacarlo? La respuesta es clara. Briana Scott. Una editora reconocida que logra recorrer el mundo con sus noticias. Me tiene entre ceja y ceja desde que se enteró que estuve con su esposo en repetidas noches. Yo no sabía de su estado civil y ahora que lo se tampoco me arrepiento. Sabe que respiro y me muevo por mi hija así que se sirve de eso para dañar mi reputación sacando a la luz el lado oscuro de la luna.
Me concentro en dejarle un mensaje a la única persona que me importa en este malito mundo donde no hay un solo rayo de luz para mi deprimente vida. Fue el rayo de luz que me socorrió del caos en que me convertí, de allí su nombre.
Mensaje de Abrill a Gaia. 6.07 pm.
Cariño, te amo mucho. Hazle caso al abuelo, estaré contigo pronto. Cuídate, mi vida.
Se me hace un nudo en el estómago negándome a probar la comida que me trae la azafata. No estoy de ánimos y el que mi padre quiera ponerme una orden de alejamiento para impedirme acercarme a mi hija porque según él me volví una inmoral sin escrúpulos me amarga el día, la semana, el año y seguro que la eternidad.
Mi aterrizaje en Las Vegas es breve. Busco un hotel al que pueda llegar cuando haya acabado con el licor del primer casino que se me cruce y cuando lo he hallado, bajo al piso subterráneo donde le sonido me pinta una sonrisa en el rostro. No reconozco la canción, pero eso no impide que la adrenalina viaje por mi torrente sanguíneo en nanosegundos.
Soy una mujer bella, llamo la atención vaya a donde vaya y aquí no es la excepción. Varios ojos lascivos me recorren y en lugar de avergonzarme me hacen sentir como una puta diosa y es que lo soy. Yo tampoco podría resistirme a mi belleza tropical latina.
Me voy a la barra percatándome del grupo de hombres que apuestan en una de las mesas de poquer. Varias prostitutas están sentadas en sus piernas o son sus novias, no me importa.
–Un coñac. –Pido. El barman me mira sorprendido. El que una dama delicada le pida aquel trago fuerte debe dejarlo confuso. Aun así, se esmera por dejarlo frente a mi con rapidez.
Cojo el trago yéndome a la mesa del fondo con un grupo de hombres, esos típicos machos alfas que se creen el ombligo del mundo. Paso por alto las grandes cadenas que presumen supuestamente de oro. Me siento en la silla libre dejando un fajo de billetes de cien dólares en la mesa.
–No jugamos con nenitas como tú. –Dice uno de ellos. Lo miro a los ojos y levanta el mentón con una sonrisita que deja ver sus dientes de oro.
–Ve a otro lado, princesa. No queremos escándalos. –El que está a mi lado me toma la mano. Tiene rasgo asiáticos y me mira sonriente,
–Vengo a jugar y a aplastarlos. –Replico. Mi voz es pura seguridad y confianza y sé que mi mirada salvaje los dejara rendidos a mis deseos. Es mi arma letal, no me da pena ni remordimiento usarla para lo que quiero.
–No nos hacemos responsables.
Los tres sujetos dejan sus apuestas. Los ojos de algunos se posan en mi mientras gano una tras otra partida, mis queridos compañeros se ven desesperados y avergonzados de que una nenita los este dejando sin nada en los bolsillos. Las cadenas de oro están sobre la mesa como ultima posesión de valor por su parte, mientras que de mi lado hay varios millones de dolares. He salido invicta de este juego desde que tengo veinticinco años.
Dejo todo lo que tengo.
–Todo o nada. –Sentencio.
Cinco tragos después que me trago como si fueran agua, demuestro que soy una Hope en todo su esplendor. Soy la mejor en todo lo que hago. Gano la apuesta. Los hombres son buenos perdedores, se levantan de la mesa dejándome besos en las mejillas.
Bebo todo lo que se me atraviesa, no me detengo a pensar en el riego que corro al aceptar tragos de desconocidos. Simplemente me sumerjo en ese estado efusivo que me ofrece el alcohol. Alguna personas me ofrecen pastillas de extasis, pero me apresuro a despacharlos a otros lado aunque llevo mas de cinco años limpia, no quiero ver una droga cerca de mi nunca mas.
Las Vegas tiene vida nocturna y me alegra no preocuparme porque la prensa me capte bebiendo y mañana sea noticia mundial. Aqui puedo hacer y deshacer como me de la gana.
–Nena –Un borracho estrella su vaso con el mío, haciendo que el líquido de mi whiskey se derrame entre los cristales rotos. Ignoro al cerdo que me sonríe embelesado a mi lado y pido otro trago. No sé cuántos van, estoy mareada y ya no pienso en lo miserable que es la vida, eso es bueno.
De un manotazo aparto la mano del borracho que intenta acariciarme la mejilla con esos repulsivos dedos regordetes.
–¡Piérdete! –Así como mi mirada oliva hipnotiza, mi carácter espanta.
El barman trae tragos más trago, hasta que por ultimo le pido la botella. Me voy al balcón para fumadores. La rabia contenida en mi sistema me sube la libido y el que varias parejas estén a nada de desnudarse para darle rienda suelta a su pasión no ayuda. Me quedo recostada a una de las barandillas que dan vista a la ciudad con un cigarrillo entre los dedos observándolo como toda una morbosa amante del voyeur, yo no me escondo ni soy discreta a la hora de observar. Bebo directamente de la botella tras darle un nueva calada a mi cigarro.
–¿Te quieres unir, bella? –La chica me mira ladeando el cuello que su amante mordisquea, hace una mueca de placer. Me conozco, se de lo que soy capaz, por ello, regreso dejandola con la mano en el aire.
El sexo puede mermar con mis emociones, pero no voy a sucumbir aquí. Tengo límites y Las Vegas no me ha despedido en buenos términos anteriormente.
La botella de Jack Daniels acaba y yo con ella. No puedo poner un pie en el piso ni bajar la vista porque siento que el piso se me viene encima. El barman se ofrece a buscar alguien que me lleve a mi habitación, pero me niego. Puedo sola, tengo que poder.
Subo a la recepción desierta, nada propio del hotel cinco estrellas. Apoyada en una de las columnas miro la puerta que da a la calle. Hay varios hombres con armas que tratan de parar a un grupo de gente con cámaras, «Mierda, paparazi» no puedo dejar que me vean así. Sería un bocado en bandeja de plata para que me pisoteen. Camino como si no tuviera más alcohol que sangre en el cuerpo. Quien quiera que sea es importante.
Doy un traspié con un escalon que esta antes de entrar al ascensor que me obliga a sujetarme a la camisa lila que aparece frente a mí. Unos brazos musculosos con un tatuaje extraño me previenen de la vergonzosa caída. Levanto los ojos con cuidado de no marearme.