Dicen que hay momentos en que el tiempo y el espacio se detienen para que dos personas que estaban destinadas a estar juntas se encuentren.
Son las nueve de la mañana, Amanda corre por el pasillo, la noticia de la recaida de su madre, la llena de terror. De frente a ella, en sentido contrario una mujer camina haciendo respiraciones rápidas y sujetando su barriga, ambas están en medio de una difícil situación; una de ellas con temor a la muerte de su madre, la otra a punto de traer al mundo una nueva vida. Se tropiezan sus hombros, ambas se disculpan, hay en una algo que sorprende a la otra. Mas, el momento se esfuma instanteamente. Elena toma el pasillo para las parturientas y Amanda hacia el lado de emergencia.
Aún ninguna de ellas sale de su expectación.
—Dios, esa mujer se parece tanto a...
—Familiares de la paciente Verónica Lugo, por favor. —se asoma la enfermera hasta el corredor principal.
—Yo, yo, soy su hija.
La enfermera se acerca, le entrega el recipe de medicamentos y le señala:
—Debe traer este medicamento ahora mismo, su madre está bastante mal. Si no recibe el tratamiento... —hace una pausa y niega con su cabeza.
Amanda no necesita que la mujer termine aquella frase para saber lo que ocurrirá. Desde que su madre comenzó con aquellos dolores hace un par de años, ella es quien ha estado a su lado tratando apoyándola. Trabajando día y noche para reunir el dinero y lograr el trasplante de riñón de su madre. En ese país, no basta estar en lista de espera, siempre el que tiene más, pasa a primer lugar en la lista, ella lo sabe.
Desesperadamente camina con la receta en la mano, las lágrimas se deslizan por sus mejillas, con el reverso de la sudadera gris, se limpia el rostro. Saca el móvil para verificar cuanto dispone en su cuenta y comprar el medicamento.
Repentinamente se tropieza con un hombre algo raro en su comportamiento, parece que busca a alguien con afán. Va acompañado de otro sujeto cuyo aspecto aterroriza a cualquiera, una cicatriz en su rostro y un gesto de desprecio hacia ella, la hacen estremecer.
—Disculpe —se excusa ella, con el más alto de los dos. El hombre es sumamente apuesto, ojos claros, barba incipiente y mirada profunda.
—Muévete Pablo. —increpa a su amigo, quien no deja de mirar a la chica sorprendido.
Amanda apresura el paso, a ratos voltea a ver hacia atrás y Pablo también lo hace, sus miradas se vuelven a encontrar. Ella ve cuando toman el pasillo hacia el área de parto.
Cruza la calle, entra a la farmacia. Pregunta por el medicamento.
—Lo siento señorita está agotado.
La angustia de Amanda aumenta, ella no sabe que hacer. Sale de allí, camina hacia la próxima farmacia, tampoco encuentra el medicamento. Una cuadra más adelante, finalmente consigue, pero el dinero es insuficiente.
—Por favor, lo necesito con urgencia, mi madre está muy mal, se me muere.
—Lo siento, pero esto no es un lugar de beneficencia pública. Son medicamentos importados. No puedo hacer nada por usted.
Amanda sale devastada de aquel lugar, no puede creer que ese sea el fin de su madre, las lágrimas corren por su rostro. Cruza la calle sin poder ver claramente, la bocina de los autos que frenan cerca a ella, la aturden aún más.
—Quítate del medio, loca —grita el conductor del auto.
Ella no voltea a verlo, sólo corre hasta la acera, entra al hospital por la puerta trasera. Corre por el pasillo, tropieza nuevamente con alguien, levanta el rostro, es el mismo hombre de hace minutos atrás.
—Tú, otra vez —dice él, con un tono firme, pero a la vez tierno.
—Disculpe, disculpe —llora sin poder ocultar su angustia.
—¿Qué te ocurre?
—Disculpe, no lo conozco. —agrega ella con un nudo en la garganta sin tener con quien desahogarse.
—¿Puedo ayudarte? —aquellas palabras son mágicas, pero ella no se atreve a decirle nada, la mano donde sujeta el papel tiembla y la deja caer.
Pablo se agacha, recoge el papel, ve el medicamento y le vuelve a preguntar:
—¿Necesitas comprar esto? —ella apenas asiente. Él se voltea hacia su compañero.— Ya regreso.
La toma del brazo rumbo a la salida, salen hasta la calle. Él cruza junto a ella dando grandes pasos.
—Allí, allí hay —responde ella.
—Aguarda aquí —él va hasta la parte de atrás pide el medicamento, lo compra y sale hasta la entrada. Vuelve a sujetarla del brazo y cruza junto con ella. Entran hasta el hospital.
Amanda no encuentra maneras de agradecerle aquel extraño su gesto. Había orado tanto entre lágrimas que sólo puede agradecer aquel milagro.
—No tengo como agradecerle esto.
—No te preocupes, sé lo que se siente. —ella se dispone a irse y él la detiene— Por lo menos dime cómo te llamas —ella sonríe levemente.
—Amanda Lugo, ese es mi nombre. —Se aleja apresuradamente, cada minuto es vital para su madre. Llega hasta el área de emergencia y lleva el medicamento.