El nivel de hipnosis que me genera el simple hecho de que me esté observando fijamente a los ojos, sonriendo y tomando mi mano es inmedible. Si ya me siento así por dentro, no quiero ni imaginar cómo debo verme por fuera, obviamente acompañada de un notable rubor en mis mejillas que me pone evidencia.
El contacto con su cálida mano me incomoda y el travieso movimiento de sus dedos sobre la palma de mi mano me estremece, dando origen a un extraño cosquilleo en mi estómago y despertando un inmenso odio hacia su persona por confundirme de esa manera.
Comienza a bajar los últimos escalones y me lleva con él, dándome la espalda. Al contemplarlo con mayor atención veo que viste una camisa roja en cuyo cuello y puños se fragmentan delicadas líneas oscuras. Los zapatos y el pantalón que lleva pertenecen al mismo tono: negro grisáceo.
Una canción melosa da su inicio y la voz ronca de un cantante masculino invade el lugar mientras él me conduce al centro del salón, que ahora simula ser una pista de baile ocupada por otras dos parejas adultas.
De un segundo a otro, se voltea de un tirón haciendo que mi cuerpo choque con el suyo a causa de semejante movimiento repentino de su parte, luego del cual solo hace una mueca graciosa como si se lo esperara y recorre con sus ojos todo el contorno de mi figura tapada con la tela negra del vestido. Trago saliva y él da un paso hacia mí. Lleva su mano izquierda a la parte trasera de mi espalda hasta bajarla a mi cintura y posicionarla allí. Por instinto, me sostengo de su hombro y él aprovecha ese momento para unir ambas manos libres entre sí, pegándome más a su cuerpo y comenzando a moverse bajo el ritmo de la música.