Narrador.
Una vez que Rachel entró al pequeño despacho de su cliente favorito, suspiró, pues él se encontraba sumido en un documento; con la mano puesta en su propia mejilla con esa pequeña barba al parecer recién cortada.
Dylan, un hombre guapo de ojos grises, de veintitrés años, recién graduado; había llegado a ella en su primer caso como abogado civil, para rastrear los fondos de una cuenta bancaria oculta del esposo de una cliente de Dylan.
Su primer encuentro fue rápido, pero aunque no lo admitieron en sus corazones ni en sus mentes de inmediato, hubo algo que los ató al otro.
Así que Dylan no había dejado de llamarla para cual complicación que se le presentara, sin entender muy bien por qué, una mujer como ella podía despertar algo tan nuevo para él.
Rachel no era una mujer común. A sus veinte años era una genio en la informática y excelente Hacker, y aunque tuviera mucho dinero por su impresionante e eficaz trabajo, no lucía como una chica con dinero.
Usualmente la morena de cabellos rizos color chocolate, usaba ropa holgada, chaquetas de cuero negro, marrón y gris, zapatos deportivos y solo brillo labial -gracias a la resequedad en ellos-.
Se sentía bien consigo misma de esa forma. Jamás hubo algo que la impulsara a cambiar y... no tenía que hacerlo solo para encajar con la sociedad, ¿verdad?
Esa era una de las cosas que a Dylan le gustaba de ella, como persona. Parecía no preocuparse por nada más que hacer un buen trabajo, mientras él tenía una agenda ocupada yendo al gimnasio en las mañanas, haciendo su tratamiento de skin care, cuidando lo que comía, luciendo siempre de punta en blanco, para tener una buena imagen y ganarse la confianza de sus nuevos clientes.
A veces Dylan veía a Rachel de reojo y deseaba intercambiar su personalidad con la de ella. La vida se veía más fácil... Pues mientras ella era decidida, astuta y dominante, él sobrepensaba, era sentimental y poco confiable para un trabajo pesado.
Irónico, ¿no? Dos personas completamente diferentes a pocos días de cambiar sus vidas para siempre.
—Entonces, ¿qué necesitas? —cuestionó Rachel sacándolo de su labor.
Dylan se sobresaltó dejando caer los papeles de un contrato que había redactado para un cliente, por lo que Rachel soltó una risita mientras lo ayudaba a recogerlos.
Ambos se miraron a los ojos y los nervios hicieron que se alejaran de inmediato, creando un ambiente frío.
La morena se tumbó en la silla frente al escritorio mientras metía las manos en su chaqueta de cuero negra y soltaba un exhalo.
—La... laptop se dañó, eh —dijo, mostrándole rápidamente el aparato.
—A ver... —La mujer tomó la laptop y al revisarla rodó los ojos—. ¿Qué te he dicho sobre transferir o descargar archivos de dudosa procedencia? —le reprochó.
El joven abogado se sintió avergonzado.
—No he insertado USB's ni CD's...
—Pero descargaste Major Crime en la web en lugar de la Playstore.
Dylan la miró con los ojos abiertos y cuando ella se burló de él con la mirada este no tuvo más opción que reírse.
La vio reír a ella también y aunque intentó concentrarse en sus papeles mientras la Hacker hacía su trabajo, cada cierto tiempo la miraba.
—Eh, Rachel... —la llamó, justo cuando ella estaba por terminar su trabajo—. ¿Qué vas a hacer ahora?
—¿Ahora, ahora? —Alzó una ceja—. Ir a comer... ¿Por?
Dylan no dijo nada, no pudo decirlo, se acobardó. Se sentía patético así que apenas le dio una sonrisa cuando ella le dijo que estaba lista su laptop.
—¿Y tú? —se atrevió ella, examinándolo.
—¿Yo qué?
—¿Qué vas hacer ahora?
—Terminar de leer el contrato para ver si no hay errores —ralentizó sus palabras, sintiendo nervios.
Rachel examinó todo el lugar. Parecía que no había traigo comida al despacho, así que se armó de valor.
—Ven a comer conmigo.
Dylan alzó la mirada, sorprendido.
Eso no había sido una pregunta, era una orden.
Y claro que la iba a seguir.
—Bien, bien, dame un momento...
Rápidamente guardó los papeles, se puso su sacó, tomó su cartera y le señaló la puerta para que ella se adelantara, pero Rachel nunca esperaba que él ni nadie actuase de manera caballerosa, así que ya se había adelantado.
Entraron al ascensor del edificio de mala muerte en donde Dylan tenía su despacho, se sonrieron con algo de nervios disimulados, y de repente, todo se detuvo.
—¿Qué está pasando? —El hombre de ojos grises tocó con ambas manos las paredes del ascensor.
—Carajos, se fue la electricidad —supuso la morena, empezando a preocuparse cuando encendió la linterna de su móvil y notó la cara de pánico de su cliente.