Hace siete años contraje matrimonio, a la edad de veintiún año, con el amor de mi vida, después de tres años noviazgo, mi primer novio, mi primera vez, mi primer amor.
La vida juntos era una maravilla, al menos eso podía decir antes. Acordamos tener hijos luego de que yo terminara mi carrera de Periodismo.
A la edad de veinticuatro años tuve mi primer hijo junto a Gabriel. Un niño, su nombre fue Samuel, un hermoso y adorable niño. Cuando Samuel nació, Gabriel me dijo que valorara la posibilidad de no ejercer mi carrera, para dedicar tiempo a nuestro hijo y al hogar, para que lo hiciera su madre y no otra persona. He de decir que yo no era una mujer muy hogareña, yo era mas de salir de casa, conocer lugares, quedar con los amigos y viajar. Pero ahora no solo era una esposa, era madre.
Dejé de lado mi carrera, sin ejercerla y me convertí en ama de casa, aprendiendo infinitas cosas de las que no tenía la más mínima idea, pero que ahora era una experta.
Cuando estaba por cumplir mis veintiséis años, volví a quedar embarazada, esta vez de una niña, una hermosa niña, a la que llamamos Aura. Era hermosa.
El matrimonio se volvió ajetreado con dos niños, menos vida social, más familiar y demasiadas cosas que hacer.
Gabriel, por su parte, iba ascendiendo de manera impresionante en su trabajo, era contable. Y en estos últimos años nuestra economía había mejorado a una escala asombrosa, increíble y para nada realista. Habíamos pasado de ser, ¿cómo decirlo? Una familia trabajadora, de esas que si dejan de trabajar se funden los ahorros, a una familia con lujos y nada de qué preocuparse. Todo gracias al esfuerzo de mi esposo.
Pero mientras las cosas mejoraban, nuestro matrimonio iba en decadencia.
A mis veintiocho años, con un niño de cuatro años y una niña de dos años, con un esposo de treinta y cinco años, apuesto, hermoso y muy carismático, mi vida sexual estaba por los suelos.
Llegaba la noche y con ello la esperanza de que Gabriel no llegara muy cansado, para ver si así podíamos intimar. Los besos, eran muy simples, nunca sentía el roce de su lengua o sus labios humedecer los míos, solo juntábamos los labios por unos segundos y ya nos habíamos besado, me abrazaba en las noches y nada mas.
Creo que… hace un mes que no me tocaba.
—Gabri.—toqué sus brazos que eran lo más cercano a mi.—¿Estás muy cansado?
Aquella era la típica pregunta que hacía cada noche, obteniendo la misma respuesta con algunas variantes.
Mi esposo me atraía, me excitaba y probaba deseos en mi, pero creo que yo ya no hacía lo mismo y eso me perturbaba cada noche en la que solo me calentaban las sábanas con las que cubría mi cuerpo lujurioso.
—Si, he trabajado mucho hoy.—como cada día.—¿Qué pasa?
—Nada.—respondí con desilusión —Solo quería pedirte un beso antes de que me durmiera.
—Claro.—se acercó y unió sus labios a los míos por un par de segundos, ya con eso había cumplido.—Descansa.
Y después de eso, me llegaba la culpa. Es decir, era un buen hombre, ponía el plato en nuestra mesa cada día gracias a su trabajo, no teníamos que preocuparnos por nada, teníamos buenos ahorros y nuestra familia estaba sana.
Yo no tenía ningún derecho a levantar la más mínima queja. ¿O sí?
Dieron las siete de la mañana.
Mi cuerpo ya se levantaba sin necesidad del despertador, lo mas común era que mis ojos estuvieran abiertos antes de que este sonara.
Buscar la ropa de los niños, vestirlos, preparar el desayuno, asegurarme de que no ensuciaran su ropa durante el desayuno, hacerle el café a Gabri, junto con sus tostadas de cada uno y a las siete y cuarenta salir con los niños, Samuel al colegio hasta las dos y Aura a la guardería hasta las doce.
Siempre me iba primero que Gabri. Tomaba las llaves del coche, a los niños y me acercaba para darle un beso mientras él comía su tostada.
—Buenos días, Patty.—saludé a mi vecina, yo llevaba a su niña al colegio, puesto que iba al mismo que Samuel y eso no me costaba, ella tenía que trabajar.—Ah, se me ha quedado el móvil dentro, ve entrando a Alma al coche, ya regreso.
—Aquí te espero, Megan.
Corrí hacia la casa y abrí la puerta, yendo para el salón, quizás mi móvil estaba allí o en la habitación de los niños.
—Mi amor, iré esta tarde hasta la noche.—escuché hablar a Gabri y casi respondo, creyendo que se refería a mi, pero estaba al teléfono. Caminé en silencio cerca de la cocina, escuchando su conversación. Mi corazón iba muy deprisa y cubría mi boca para no gritar del dolor que esto me causaba.—No te preocupes. Te tengo un regalo. Será sorpresa. ¿Recuerdas ese vestido color vino tan sexi y provocador? Póntelo esta noche, quiero vértelo, para poder quitártelo.
Gabriel Martínez me estaba siendo infiel.