Julio 2010 | Nueva York
Mis ojos brillaron de triunfo mientras ataba el último nudo de mi corbata.
Rojo, observé con satisfacción, perfecto para la ocasión. Abrí la caja con el
logo de Gallagher & Co. ya visualizando el diamante solitario en
el dedo de ese traidor. Este anillo le pertenecía a Leah Montgomery y Leah me pertenecía a
mí, desde ese día en adelante nunca se atrevería a quitárselo del dedo.
- ¡Mi hijo! – Mamá entró a la habitación – ¿De verdad vas a hacerte cargo
del negocio de Richard Montgomery? Adelia está llorando abajo,
diciendo que echaste a su marido de su propia empresa. Hemos sido amigos
desde siempre, ¡tu padre era tan amigo de Richard! Y Lea,
Dios mío… ¡Pensé que te gustaba! La pobre no entiende
nada.
Apreté los puños y respiré hondo para no decirle a mi madre que se
fuera a la mierda.
– Le estoy haciendo un favor a este viejo imbécil, no sabe cómo manejar su
propia empresa, está en bancarrota desde hace décadas. Y en cuanto a su participación
en el negocio, todo realmente depende de Leah... si ella está dispuesta a ser
una buena chica o no.
Mi madre se llevó la mano a la boca, horrorizada.
- Así no te criamos tu padre y yo…
Rodé los ojos, toda esta mediocridad moral me asqueaba, ni
siquiera me molesté en contestar. Pasé junto a mi madre, que todavía estaba haciendo una
mueca de sorpresa, bajé las escaleras y ¡allí estaba ella! Mirando hacia arriba ansiosamente
con una súplica silenciosa en sus ojos mentirosos. Mi corazón dio un vuelco
cuando la vi. ¿Por qué tenía que ser tan jodidamente hermosa? Frené mis
pasos saboreando la victoria, en ese momento ella ya no me miró con
arrogancia, ni me frotó
en la cara su compromiso con el bastardo que pretendía ser mi amigo todo este tiempo.
'Barry, cariño...' dijo, pero se detuvo cuando vio mi expresión.
- ¿Querido? Dije con una ceja levantada.
– No entiendo nada, papá dijo que compraste todos
nuestros bienes y negocios y estás amenazando con echarlos a todos a la calle…
¡Pensé que éramos amigos!
Mi cuerpo ardía cada vez que veía su anillo apretando su
dedo, un pobre anillo sin clase.
“Nunca fui tu amiga, Leah, y tú nunca fuiste estúpida o ingenua.
Interpretar a una doncella indignada no va a funcionar conmigo y lo sabes.
Levantó la barbilla, lista para mirarme. Ahora apareció la mujer
que amaba. Yo continué.
– Tienes dos opciones, ayudar a tu familia a mantener el estatus que
siempre ha tenido o seguir tu corazón egoístamente poniendo a tus padres en la
miseria. Estoy feliz de todos modos.
Su madre sollozó y le rogó que pensara con claridad, sabía lo
que haría, si hay algo sin lo que Leah nunca viviría, es dinero.
– ¿Qué quieres que haga, Barry? Su voz sonaba tranquila, pero
sus párpados revoloteaban.
“Simple, quítate ese ridículo anillo de compromiso y ponte el mío.