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Estrujar el vaso de plástico rojo en mi mano izquierda se sintió malditamente bien.
Así inicia esta historia; una joven en plena fiesta universitaria observando como el chico que ama en secreto se besa acaloradamente con una morena de ojos azules y rizos alborotados que recaen sobre sus hombros delgados.
La apretuja contra la pared bajo las luces coloridas que impacta sobre sus disfraces de pirata y sirena. Mientras el resto baila, alocados, ellos mantienen la pasión de una forma que me destroza.
Mi visión se ve perjudicada debido a que estoy al borde de las lágrimas. Ese líquido que se acumula en tu ojo, molesto y silencioso. Ese es el que estoy a punto de soltar y dejar que caiga sobre mis mejillas. Son gotas gruesas, lo presiento. Lo sé. Soy testigo en cuanto una se resbala sobre mi puño cerrado que sostiene el vaso apretujado.
Miro a mi alrededor, obligándome a apartar la mirada de una escena semejante que lastima. Mi cerebro me grita que siga mirando para ver si encuentro algo malo en ello que me haga sentir mejor, pero lo callo a gritos internos.
Las personas bailan, se sacuden, enloquecen, borrachos, drogados. Nada importa. En la universidad te dan la libertad que tus padres no te daban. La universidad te abraza y te invita a tener ese liderazgo en tus decisiones y ya no puedes culpar a terceros.
No señor.
Dante la sigue besando y todavía trato de descubrir si se conocen desde antes o en aquella fiesta hubo una conexión tan grande que no pudieron evitar rozar sus lenguas mientras se ríen entre besos. La están pasando bien y eso me consume.
Su felicidad es mi miseria. No entiendo nada.
Pero él no me ha visto. Sé que no porque si me viera a la que estaría apretujando contra una pared sería a mí, no a ella.
Me dirijo a la cocina con pasos grandes, furiosa, mientras esquivo vasos de plásticos en el suelo, coqueteos inusuales de estudiantes de ambos sexos borrachos que quieren algo conmigo y una que otra persona besándose con otra de una forma que sólo en una habitación podría pasar.
Con la derrota en los hombros, llego al fregadero en busca de agua. Trato de salvar mi vaso machucado para beber de él y lo consigo. Por más que me incline sobre la bacha para no mojarme, no lo logro. Mi corsé se moja a la altura del escote.
Mascullo para mis adentros. Demonios, el agua está fría. Al punto de ponerme la piel de gallina en la zona afectada.
Una mano aparece de la nada frente a mis ojos ofreciéndome una servilleta blanca. Levanto la vista y los ojos café de Dante se clavan en los míos al igual que su media sonrisa que marca un hoyuelo de su mejilla.
De pronto olvido cómo se respira.
—No sea cosa que pesques un resfriado, Aria—suelta, en tono amigable, pero sé que está haciendo un gran esfuerzo para no mirarme los pechos que están siendo apretados por el corsé.
Trago saliva. Separo los labios para decir algo, pero nada sale de mi boca. Tomo la servilleta y asiento con una media sonrisa. Nerviosa. De pronto me siento una estúpida por no poder encontrar algo inteligente para decirle.
—Sabes que no soy una persona que se enferma con facilidad —le respondo, tensa, mientras me seco el escote con palmaditas.
—Sí, lo sé. Al ser mi amiga me veo obligado a saber de ti —se ríe y se apoya contra la mesada de la cocina. Se cruza de brazos y me observa —. No te vi llegar a la fiesta.
“Al ser mi amiga...” Dios. Que me tenga encasillada me lastima más.
—No, yo tampoco te he visto llegar —miento, tratando de no admitir por dentro que aquel disfraz de pirata le queda tan bien...
Tiene los primeros tres botones de su camisa blanca desabrochados, permitiéndome ver sus pectorales al descubierto. La comisura de sus labios se encuentra algo manchada por el labial rojo de la morena. Se quita el sombrero de pirata y lo deja sobre la mesada para acomodarse el cabello castaño oscuro precioso que tiene. Sus ojos se encuentran con los míos en el reflejo de la ventana extensa que da al patio trasero.
—¿Qué te pasa? —me sonríe tras darme un leve empujón en el hombro con su mano —¿Acaso no lograste emborracharte lo suficiente y te sientes frustrada por ello? La fiesta recién empieza, tranquila.
Lo miro un instante y apoyo mis manos sobre el borde de la bacha, inclinándome un poco. Dante baja la mirada hacia mis pechos y traga con fuerza. Aparta sus ojos dilatados rápidamente y saluda a alguien con un gesto de cabeza.
—La fiesta para mí ya empezó hace tiempo—le sonrío, picara —. Y creo que para ti también —señalo, mirando la comisura de sus labios manchados.
Levanto mi mano a la altura de sus labios y le limpio un poco aquel labial con la yema de mi dedo gordo con cierto resentimiento. Aquel gesto lo toma por sorpresa. Abre los ojos y arquea las cejas.
Me aparto al ver que he cruzado un poco la línea con mi coqueteo.
—Es que esa chica era muy guapa —se excusa, encogiéndose de hombros y sonriendo como si aún siguiera pensando en ella.
—Estás borracho —musito, meneando la cabeza y apartándome un poco —. Creo que deberías volver al campus, Dante.
—Sí —asiente con la cabeza, serio. Pero aquel gesto desaparece y se echa a reír para luego decirme —. Pero me iré con la morena. Deséame suerte Aria.
Otro golpecito de hombro y desaparece de mi vista sin antes regalarme un guiño de ojo mientras se frotaba las manos con cierta ansiedad.
Me ha dejado helada. No soy capaz de moverme. Ni siquiera puedo hacerlo. Me observo en el reflejo de la ventana, atónita.
¿Acaba de refregarme en la cara que tiene las intenciones de llevar a la cama a la morena? Cierro mi puño, sofocada y lo golpeo contra la mesada de mármol negro, furiosa. No puedo creerlo. Cierro los ojos, tratando de no echarme a llorar allí mismo.
Por todo lo divino, soy un fiasco.
Dante y yo fuimos compañeros de secundaria durante muchos años. Incluso en el último año de preparatoria.
Siempre hemos coincidido en diversas clases y solíamos hacer los trabajos escolares juntos. He conocido a sus padres y él ha conocido a los míos. Todo en plan de amigos, aunque nuestros grupos de amigos eran distinto, siempre coincidíamos. Y sí, toda la maldita época escolar he estado enamorada de él y nunca se ha enterado.
Llegué a la conclusión de que la vida no me quería en cuanto supe que habíamos sido aceptados en la misma Universidad Leonardo Da Vinci.
Creí que en cuanto pusiera un pie en la universidad me olvidaría de él por completo y encontraría a mi segundo amor de mi vida aquí. Pero no sabía que el primer amor de mi vida seria arrastrado conmigo quitándome esa posibilidad. Al principio, no conocíamos a nadie en aquel monstruoso edificio de miles y miles de aulas, así que, al ser conocidos, nos fue más fácil adaptarnos en nuestro primer año.
¿Por qué demonios no se ha fijado en mí? Siempre he estado allí para él.
Cada peinado seleccionado para un día de clases ha sido por él. Es decir, con la intención de que sí, me cruzaba por el pasillo, me viera. Lo mismo hacia con cualquier outfit que seleccionaba.
Siempre fue así durante años: ¿esta playera le gustara a Dante? ¿Este peinado me hará bonita para Dante?¡Dante, Dante, Dante!
Aunque me refugiaba en el concepto de que debía maquillarme y vestirme para mí, en el fondo sabía con exactitud que tenía la esperanza de que él me viera de una vez por todas y me invitara a salir.