Login to ManoBook
icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon
5.0
calificaciones
110
Vistas
3
Capítulo

Bella viajaba a un pueblo de Montana, pensando en alejarse de su tormentosa realidad. Totalmente frustrada y recién divorciada, se aventura en una exquisita historia, dónde descubre sus más dulces fantasías. ¿Qué ocurre cuando alguien que menos te imaginas despierta eso en ti? ¿Ella podrá con los prejuicios?

Capítulo 1 Vaquero ardiente

La perfecta vida en New York se había vuelto un maldito infierno, el cual se cansó de soportar. Bella Strand, de treinta años de edad, había solicitado el divorcio por fin.

Su esposo Sam Haaland, era un funcionario de la nación, el cual le importaba más la opinión pública que su propia familia. Ella no podía mentir y decir que su matrimonio no había sido bueno los primeros cinco años, pero todo se fue al infierno en cuestión de meses.

Ella intentó conservar su matrimonio cuando su hijo más pequeño llegó, pero no tenía caso que una sola persona lo intentara. Él solía viajar por negocios y se ausentaba en su casa por semanas, sin ningún tipo de culpa.

Ella tuvo que dejar su puesto para hacerse cargo de sus hijos, la idea de que estuvieran solos todo el día no le gustaba para nada, y su vida se había vuelto demasiado monótona. Tener niños de siete y cinco no era algo fácil.

El divorcio fue algo inevitable, aunque el hombre todavía no lo sabía.

En este momento no importaba el dinero, ni el departamento lujoso en donde vivían, ni cualquier cosa que él pudiera ofrecerle para mantenerla a su lado. Bella no era feliz, y ni siquiera recordaba la última vez que se había sentido bien como mujer. Su vida sexual era una mierda, y la última vez que se había acostado con Sam había pasado más de año y medio.

¿No era algo lógico que deje de sentirse atractiva?

La idea de armar las maletas y largarse en el receso del colegio de sus hijos fue su mejor opción.

Cuando el avión despegó, ella pensó en que la situación cambiaría a partir de aquella decisión. No solo porque se iría por una larga temporada a Montana, sino porque necesitaba resolver su vida y pensar en qué haría cuando regresara.

La idea de lidiar con la furia de Sam al enterarse que había pedido el divorcio era algo que quería postergar, pero Kira se encargó de acelerar el proceso, y lo sabría pronto.

Kira y su esposo eran sus únicos amigos reales, los demás solo eran para mantener las apariencias. Se había cansado de fingir amistad con las esposas de los socios de su marido, ahora todo se iría al demonio.

—Mami, ¿Cuándo volverá papá? —Bella mira a su hijo y traga saliva, ya no sabe qué excusa decirle.

—No lo sé, cariño. Está en el trabajo.

—¿Puedo llamarlo en cuanto lleguemos? —el niño hace una mueca de tristeza, lo cual le rompe el corazón.

—Claro. Lo haremos al aterrizar, lo prometo.

—¿Cuánto tiempo nos quedaremos en la casa de la tía Lu?

—El resto de las vacaciones —Oliver hace una mueca—. Sé que no te gusta la idea de estar lejos de la ciudad, pero verás que te gustará.

—Yo quería ver a mis amigos —se queja mientras evita su mirada

—Lo sé, pero estoy segura de que encontrarás amigos también allí.

El asunto de Sam no solo era por el matrimonio, sino por lo que hacía con sus hijos. Oliver lo extrañaba, antes solía pasar tiempo con él, en cambio Kei estaba acostumbrado a su ausencia. Entendía que su matrimonio fuera un rotundo fracaso, pero los niños siempre importaban mucho más.

—¡Es la tía Lu! —grita Kei cuando la ve a lo lejos

Montana no era un lugar frecuentado para ella, aunque su hermana viviera allí hace más de cinco años. Habían sido dos veces contadas cuando pudo viajar, y fue sin Sam. El hombre odiaba la naturaleza y ella apenas había podido estar apenas tres días.

Ambos niños corrieron hacia su tía. Bella intentó no romperse cuando abrazó a su hermana. Había pasado tanto tiempo desde un abrazo sincero que ni siquiera se había dado cuenta hasta ahora.

Todo se sentía diferente en Montana, desde la vibra en el aire, hasta la energía que tenían sus hijos. Ni siquiera los había visto tan emocionados y sonrientes desde la última vez que fueron al parque de diversiones.

Derek, el futuro esposo de su hermana, la recibe con una sonrisa y un cálido abrazo. El hombre siempre se había comportado amoroso con ella.

—¿Estás segura de que a Arthur no le importa? —pregunta Bella por lo bajo mientras caminan hacia la entrada principal

—No te preocupes, hermana. Él está feliz de recibirte. Lamento que nuestra casa ahora mismo esté en remodelación, pero estoy segura de que te sentirás cómoda aquí.

—Solo no quiero estorbar.

—¿Mis oídos escucharon bien?

Bella levanta la vista cuando escucha su voz. Un Arthur muy sonriente está frente a ella, extendiendo sus brazos para recibirla. A él lo había conocido tiempo atrás, cuando el hombre viajó con Derek a la gran ciudad.

—Eres más que bienvenida a esta casa, mujer. Ten por seguro de que no estorbas, y le he dicho a los muchachos de que la casa estará mucho más alegre contigo y con los chicos. ¿O es que no te crees capaz de aguantar a este viejo?

—Oh, no. Señor Arthur, no diga eso —responde avergonzada—. Solo que los niños son ruidosos, no quería incomodarlo. No es por usted, de ninguna manera.

—Puedes tutearme, querida. Y te aseguro de que estaré bien. Sabes que no suelo escuchar mucho —él sonríe—. Encantado de tenerlos en mi casa el tiempo que deseen. Hace mucho tiempo que no hay niños por aquí, espero que mi hijo se apresure.

—Puede estar seguro de que algún día llegará, Arthur. Quizás el año próximo —asegura Luiza

—Eso es lo que ella dice ahora —bromea el hombre mientras mira a Bella

Kei y Oliver parecían felices con la idea de quedarse allí, al menos por el momento. Arthur inventó una idea de que los superhéroes habían traído dulces para ellos, aludiendo en que los había conocido, y por supuesto, Kei estaba encantado.

—¿Es cierto que tienes caballos aquí? —pregunta Oliver con ilusión

—Muchos, ¿Sabes montar? —responde Arthur

—No, pero me gustaría. ¿Puedo hacerlo?

—Por supuesto que si, muchacho. Solo que alguien deberá estar a tu lado, pero mi hijo estará encantado. Le diré que te enseñe a montar en cuanto lo vea.

—¡Magnífico! Gracias, señor Arthur.

—Es su casa niños, pueden hacer lo que deseen —le responde con una sonrisa—. Bella, cariño. ¿Has conocido a mi hijo?

—No, no lo he visto aún. Hablan mucho sobre él. ¿Vive aquí?

—Oh, no. Él tiene una casa a unos kilómetros de aquí, no tan lejos. Su trabajo lo mantiene ocupado, pero estoy seguro de que lo conocerás pronto. Lo último que sabía era que estaba de viaje por la ciudad.

Derek mostraba la casa familiar con entusiasmo, él había vivido allí la mayor parte de su vida, hasta que llegó Ludmila y ambos decidieron comprar una casa cerca de allí. Alexa se hizo presente, la única hermana que Derek tenía. Toda la familia estaba emocionada con los niños y su estadía, eso la dejaba mucho más tranquila.

Para ella la paz no duró demasiado cuando su celular se encendió. Vio varias llamadas perdidas de su ex esposo y también mensajes de voz que la tenían inquieta. Tuvo que disculparse con la familia para salir afuera y comenzar a caminar sin rumbo mientras escuchaba al padre de sus hijos.

—¿Dónde diablos estás? —pregunta con furia—. El encargado del edificio me informó que saliste con los niños y algunas maletas. Y lo único que espero es que no se te haya cruzado una estúpida idea por la cabeza —una pausa inquietante se escucha del otro lado—. Recibí la notificación de tu abogada. Espero que esta mierda del divorcio sea una broma, Bella. Dame tu ubicación.

Por supuesto, no le sorprendía que el imbécil del edificio le contara sobre su salida. Él podía irse por semanas, pero lo mantenían al tanto de los movimientos de la casa. Sam ni siquiera se dignaba a llamar para saber cómo se encontraban.

La llamada entrando solo provocó que sus hombros cayeran cansados, sabía todo lo que venía a continuación.

—No juegues conmigo, Bella —dice Sam desde el otro lado de la línea— ¿Dónde diablos estás?

—Si prestaras un poco de atención, sabrías que es el casamiento de mi hermana mañana. Estoy en Montana, ¿Por qué te preocupa ahora?

—Porque te llevas a mis hijos de casa y mueves tu trasero de la ciudad sin siquiera avisarme.

—Tus hijos intentan comunicarse contigo desde hace días, no me jodas con eso. Ni aunque tuviera intenciones de avisarte hubieras contestado la llamada. ¿Con qué derecho vienes a reclamar? ¡Hace semanas que no los llamas ni los ves!

—Estoy trabajando, demonios. Todo lo que hago es por ustedes, no puedes venir a decirme algo como esto, es absurdo.

—Como digas, Sam. ¿Terminaste?

—No, no lo hice. ¿Qué mierd* es esto del divorcio?

—¿Qué te sorprende? Hace más de un año que nos separamos, no pienso seguir aguantando ninguna mierda solo porque quieres jugar a la familia perfecta. Hace tiempo que no lo somos, ¿Por qué tengo que fingir que si?

—Podríamos haberlo solucionado en cuanto regresara a California.

—¿Cuándo? ¿Dentro de tres meses o el próximo año? —ella se ríe sin gracia alguna—. Esto no tiene arreglo, tú lo sabes muy bien. Si aún continuaba a tu lado era porque tenía una mínima consideración, pero no recibo lo mismo de tu parte. ¿Y sabes que es lo que no te perdono? —gruñe contra el teléfono—. Que dejaste que tus hijos estuvieran preocupados por ti, que nos los llamaras o que no te preocuparas una mierda. Kei terminó su último día de clases y te esperó en el jardín, ¿Tienes idea de cómo se sintió él?}

—Bien, lo entiendo. ¿De acuerdo? Hablaré con él, encontraré la manera de solucionarlo. Nuestro matrimonio no tiene que ver con esto.

—¿Nuestro matrimonio? —ella sonríe con ironía—. Eso es historia, Sam. Yo no quiero saber nada de ti desde hace tiempo, ya no tengo ganas de fingir. Y si tanto te cuesta tener un vínculo con tus hijos, entonces te quedas en Canadá y puedes irte al mismísimo infierno. El que ha perdido todo fuiste tú.

—¡Hablas como si solo yo tuviera la culpa!

Cortando la llamada y tras escuchar sus absurdas palabras, estaba cansada de lidiar con lo mismo de siempre. Esta vez no lloró, solo se lamentó por lo que tenían que pasar sus hijos ahora.

Metida en sus pensamientos, ella comenzó a mirar a su alrededor y se dio cuenta de lo que ocurría. Se perdió en el medio del campo y no supo dónde se encontraba. Sabía que Arthur tenía un extenso terreno, por lo que no había posibilidades de que se meta en la propiedad de alguien más.

Un establo enorme entró en su campo de visión y se encontró caminando hacia unas cercas de madera mientras acomodaba su sombrero por el sol. Se apoyó allí, pensando en cómo actuar frente a sus problemas cuando alguien se cruzó en su camino.

Un hombre de gran estatura, moreno y de cabello negro, caminaba junto a un caballo blanco. Él aún parecía estar ajeno a su presencia, por lo que continuó su camino sin inconvenientes. Bella se sintió atrapada y mantuvo sus ojos en él, observando su torso desnudo y los jeans apretados a su cuerpo mientras ataba al caballo a un árbol.

Ella traga saliva cuando el hombre le da la espalda y comienza a trabajar en la bomba de agua, marcando sus músculos muy bien definidos. Ella maldijo por lo bajo cuando el hombre alzó el balde de agua sobre su cabeza y empapó su cuerpo.

Ella no había visto nada más sensual.

Su corazón comenzó a bombear con fuerza cuando aquel par de ojos se fijaron en ella. No pensó que sería atrapada allí, como una jodida mirona. Sus pies no funcionaron al tiempo correcto, y la voz del hombre la llamó.

—¡Espera!

Seguir leyendo

Quizás también le guste

Otros libros de M. Anadón

Ver más
Capítulo
Leer ahora
Descargar libro