Lucia Justin sabía que algo andaba mal desde el momento en que su cappuccino llegó con una sonrisa dibujada en la espuma.
Primero, porque era martes. Y los martes no traen espuma feliz, traen cafeína amarga, correcciones urgentes y reuniones donde el oxígeno escasea.
Y segundo, porque esa sonrisa no era una señal. Era una advertencia.
Stellar Editorial estaba más callada de lo normal. Lo cual, considerando que se trataba de una oficina llena de escritores, editores, críticos literarios y otros seres con complejo de semidios, ya era decir mucho. Lucia atravesó los pasillos como si fueran trincheras de guerra, esquivando las miradas cómplices y las sonrisas forzadas de compañeros que no sabían si felicitarla o salir corriendo. Eso sí, todos evitaban su mirada como si llevara encima una bomba de relojería.
Y en parte, la llevaba.
En su bolso había una libreta con veinte ideas para reestructurar la editorial. También un ensayo sobre el papel de la narrativa en la política moderna. Y sí, claro, la carta de intención para el puesto de Editora en Jefe. Una carta que, dicho sea de paso, había trabajado más que su terapeuta en los últimos seis meses.
-Lucia -dijo Emma, la asistente de dirección, interceptándola como quien se lanza a parar un tren con un clip-. El director quiere verte. Ahora.
Lucia parpadeó. Mal presagio #1: Emma no la llamó "Lu" como siempre.
Mal presagio #2: No hubo sonrisa. Ni siquiera un guiño de solidaridad.
-¿Qué pasa? -preguntó ella, ya sintiendo cómo su estómago intentaba hacerse un ovillo.
-Tú... sólo ven.
La sala de dirección estaba absurdamente iluminada. Las persianas estaban abiertas, el café olía demasiado fuerte y la silla central -la silla del editor en jefe- estaba vacía.
Hasta que dejó de estarlo.
Entró. Él entró.
Con esa seguridad prefabricada, ese peinado digno de comercial de gel y esa misma cara de suficiencia con la que le había pedido matrimonio. Y con la que, dos meses antes de la boda, le había dicho que no estaba "emocionalmente disponible" para una relación tan seria.
Charles. Jodido. Raven.
Lucia se quedó congelada un segundo. Su primera reacción fue pensar que era una broma. Que algún becario con demasiado tiempo libre y un problema con el karma estaba jugando con Photoshop y las emociones ajenas. Pero no. Charles estaba ahí. En persona. En el centro de la sala. Y sonreía.
-Lucia -dijo él, con esa voz que siempre parecía pronunciar las palabras como si fueran marcas registradas-. Me alegra verte.
Oh, claro. Y a ella le alegraba que le arrancaran las uñas con pinzas.
-¿Qué está pasando? -preguntó, girándose hacia el director, que ahora sudaba como si tuviera que leerle su horóscopo en vivo.
-Verás... Lucia -empezó el director, un tipo amable que parecía tener el carisma de una toalla húmeda-, después de un análisis exhaustivo, el comité ha decidido otorgar el puesto de Editor en Jefe a Charles Raven. Él... eh... tiene una visión estratégica muy valiosa para la editorial. Además de... bueno... contactos.
Contactos. Claro. Como si Charles tuviera otra cosa.
Lucia no dijo nada. No gritó. No lloró. No arrojó el café en la cara del director ni utilizó el tintero como arma medieval, aunque todas esas ideas cruzaron su mente como relámpagos vengativos.
Se limitó a asentir. Una vez. Muy lentamente.
-Felicidades -murmuró, sin una pizca de emoción-. Qué sorpresa.
Charles sonrió como si le acabaran de ofrecer el papel de su vida. A ella le dieron ganas de ofrecerle un empujón por la ventana.
-Espero que podamos trabajar juntos con profesionalismo -dijo él, como si el mundo no ardiera.