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El día que descubrí que estaba embarazada fue el mismo día que supe que mi relación de tres años era una mentira meticulosamente planeada.
Corrí para sorprender a mi prometido perfecto, Antonio Herrera, solo para escucharlo hablar con su hermano gemelo.
—He soportado tres años de esta farsa —dijo, con una voz glacial—. Jamás toqué a esa mujer.
Mi vida entera era un plan de venganza para su amiga de la infancia, una mujer que me había acosado sin piedad en la universidad.
Me dejaron sola mientras lloraba la muerte de mi abuela, me sometieron a torturas diseñadas a partir de mis miedos más profundos y me dieron por muerta… dos veces.
El hombre que juró protegerme se convirtió en mi verdugo, convencido de que merecía cada segundo de dolor.
El día de nuestra boda, él estaba en el altar, listo para dar su golpe final y humillante.
No tenía idea de que yo estaba a kilómetros de distancia, a punto de transmitir su confesión en vivo al mundo entero.
Mi venganza apenas comenzaba.
Capítulo 1
Érika POV:
El día que descubrí que estaba embarazada fue el mismo día que supe que mi relación de tres años era una mentira meticulosamente planeada.
La lluvia golpeaba la ventana del baño del hospital.
Un ritmo furioso, frenético.
Igual que los latidos de mi corazón, que martilleaban de pura alegría.
Mi mano temblaba, no por el frío que se colaba por el cristal, sino por las dos intensas líneas rosas que me miraban desde la prueba de plástico sobre el lavabo.
Embarazada.
Una ola de mareo me invadió, tan fuerte que tuve que agarrarme del borde del lavabo para no caerme. Un bebé. Nuestro bebé. Mío y de Antonio.
Una risa, entrecortada y llena de lágrimas, se escapó de mis labios. Apreté una mano contra mi vientre aún plano, un amor feroz y protector ya florecía dentro de mí, tan poderoso que amenazaba con consumirme. Durante tres años, Antonio Herrera había sido mi todo. Él era el sol que había quemado las sombras de mi pasado, la tierra firme bajo mis pies después de una vida de inestabilidad. Él, el heredero del imperio corporativo Herrera, me había elegido a mí, una enfermera de urgencias de clase trabajadora con más traumas que ahorros. Me había amado, me había cuidado, y justo el mes pasado, había deslizado en mi dedo un diamante que valía más que la casa de mis padres.
Tenía que decírselo. No por teléfono. Quería ver su cara, ser testigo del momento en que sus facciones perfectas y estoicas se rompieran en esa sonrisa rara e impresionante que reservaba solo para mí.
Mi turno había terminado. Una idea, brillante y chispeante, se apoderó de mí. Antonio había mencionado una reunión en "El Círculo", uno de esos clubes obscenamente exclusivos de la Ciudad de México donde los tratos se cerraban con cocteles de miles de pesos. Iba a sorprenderlo.
El trayecto en coche a través de la ciudad azotada por la tormenta fue un borrón de calles resbaladizas y reflejos de neón. Mi corazón latía con una energía nerviosa que no tenía nada que ver con la cafeína que había consumido durante mi turno de doce horas. Imaginé su reacción, la forma en que sus fríos ojos grises se calentarían, la forma en que me atraería a sus brazos, su mano yendo instintivamente a mi vientre.
Le di el nombre de Antonio al portero y me hicieron pasar al interior silencioso y opulento del club. Todo era madera oscura, cuero flexible y el murmullo bajo de hombres poderosos. Una anfitriona me señaló un salón privado al fondo.
—El señor Herrera está en la Suite Astor, señorita.
Mientras me acercaba a la pesada puerta de roble, escuché voces desde adentro. La de Antonio, suave y culta. Y otra, tan inquietantemente similar que me recorrió un escalofrío. Su gemelo, Manuel. Me detuve, con una sonrisa en los labios, lista para hacer mi gran entrada.
—La boda es en tres semanas, Antonio. ¿Estás seguro de que puedes soportarlo? —Esa era la voz de Manuel, su tono cargado de una diversión burlona que me resultaba familiar.
Mi mano se congeló en el pomo de la puerta.
Una voz fría y distante respondió. La de Antonio.
—Es el acto final, Manu. He soportado tres años de esta farsa. Puedo aguantar un día más.
Mi sonrisa vaciló. ¿Farsa? ¿A qué se refería?
—Tres años viéndote jugar al prometido devoto mientras yo hacía todo el trabajo sucio —resopló Manuel—. Me la debes. Y en grande.
¿Trabajo sucio? Mi mente se quedó en blanco. Me incliné más, mi oreja pegada a la madera fría, conteniendo la respiración.
—Obtuviste lo que querías —dijo Antonio con desdén—. Te divertiste con ella. Yo, por otro lado, me mantuve como un santo para Bianca. Jamás toqué a esa mujer.
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