Era una noche tranquila en Medellín, de esas que huelen a café y rutina familiar.
Yo, Lina, ama de casa y exfinanciera, navegaba por un foro de expatriados.
De repente, un post anónimo me heló la sangre: "Quiero irme con mi novia, ¿cómo convenzo a mi esposa de un divorcio amistoso sin que sospeche?"
La respuesta más votada era un plan despreciable: "Invéntele una beca en Madrid que exija ser soltero, prométale un divorcio de papel por dos años y que volverán a casarse".
Al día siguiente, mi esposo, Máximo, un arquitecto carismático, regresó.
Con una sonrisa forzada, me propuso exactamente la misma trampa: una beca en Madrid, un "divorcio de papel" porque "exigían ser solteros".
Mi corazón se hundió, pero mi mente fría, entrenada en finanzas, tomó el control.