Durante seis años, le entregué mi vida a mi esposa, la CEO de tecnología Isabela Krauss. Después de que la salvé de un incendio, me convertí en el único cuidador de su madre en coma, poniendo mi propia vida en pausa para que ella pudiera construir su imperio.
Entonces, fue a la televisión nacional y le dijo al mundo que nuestro matrimonio era solo una deuda de gratitud. Que nunca me amó.
Esa misma noche, su madre murió. Intenté llamarla, pero su ex-prometido —el hombre que la abandonó en ese incendio— contestó el teléfono.
Estaba con él, embarazada de su hijo, mientras su madre moría sola en un hospital.
En el funeral, se desmayó y perdió al bebé. Su amante gritó que era mi culpa, y ella se quedó a su lado, dejando que me culpara.
Me divorcié de ella. Pensé que todo había terminado.
Pero al salir de la oficina del abogado, su amante intentó atropellarme. Isabela me empujó para quitarme del camino, recibiendo ella el impacto. Con su último aliento, confesó la verdad.
—El bebé... era tuyo, Isaac. Siempre fue tuyo.
Capítulo 1
El titular brillaba en la pantalla del celular de Isaac Reyes. "La Titán Tecnológica y el Secreto de Seis Años: El Regreso de Isabela Krauss a la Cima".
Vio el video, su pulgar flotando sobre la pantalla. Isabela, su esposa, se veía segura e imponente con un traje sastre elegante, a un mundo de distancia de la mujer rota con la que se había casado.
Una reportera sonrió.
—Isabela, tu éxito es una inspiración. Pero nuestros lectores sienten curiosidad por tu esposo, Isaac Reyes. Te salvó de ese terrible incendio en el centro de datos hace seis años. ¿Es esta una gran historia de amor?
La risa de Isabela fue ligera, pero sus ojos eran fríos como el hielo.
—Isaac es un hombre bueno. Le estaba agradecida, y estuvo ahí para mí cuando estaba en mi peor momento. Le debía mucho.
Hizo una pausa, dejando que las palabras flotaran en el aire.
—Pero la gratitud no es amor. Creo que ambos lo entendíamos.
Las palabras golpearon a Isaac con la fuerza de una bofetada. Seis años. Seis años de devoción, de cuidar no solo de ella, sino de su madre en coma, Elena. Todo eso, reducido a una deuda saldada.
Sintió una risa amarga y hueca crecer en su pecho. Un tonto. Era un soberano tonto.
La sección de comentarios debajo del video explotó.
"Wow, acaba de llamar a su esposo su obra de caridad en televisión nacional".
"¿Seis años de gratitud? Esa es una tarjeta de agradecimiento muy larga".
"Pobre wey, seguro todavía cree que lo ama".
La mano de Isaac se apretó sobre el teléfono hasta que sus nudillos se pusieron blancos. No necesitaba leer más. La humillación pública era solo sal en una herida que había estado supurando durante años.
Se puso de pie, con movimientos rígidos. La ilusión se había hecho añicos. Ya no quedaba nada por lo que fingir. Caminó hacia la ventana, las luces de la Ciudad de México se desdibujaban a través de la repentina humedad en sus ojos.