Becca quiere ser escritora, asà que se apunta en Escritura Creativa, sin saber que el profesor será Francis Fitz. Treintañero con un fÃsico envidiable y gran talento para la narración, el profesor pronto muestra un lado cÃnico y la convierte en el blanco de sus burlas, a la vez que parece sentirse fatalmente atraÃdo hacia ella. Guiada por un deseo salvaje, Becca tratará de alejarse de Fitz, pero la influencia que él ejerce en ella la hace perder la cabeza y cruzar lÃmites, incluso en el sexo. Sin embargo, Fitz parece tener más oscuridad que luces a su alrededor. Becca deberá, entonces, decidir si sigue el instinto salvaje que la hace desearlo con locura o elegir a Brandon, un chico que también muestra un repentino interés por ella y estará dispuesto a cualquier cosa con tal de tenerla.
Me apunté en una clase de escritura creativa, solo porque pensé que serÃa divertido. Se decÃa que el Sr. RodrÃguez parecÃa duro a la primera, pero siempre se lograba sacar buena nota en su asignatura.
Escribir se me daba bastante bien, y todo el mundo sabÃa que la clave del éxito era relatar pornográficamente. Me contó Gladys, de cuarto año, que ella hizo la materia del Sr. RodrÃguez dos veces, y en ambas ocasiones logró el pase con una escena de masturbación femenina, algo que leer en voz alta era bastante tenebroso pero valÃa la pena. Incluso la segunda pasó a formar parte de los relatos que el profesor enmarcaba detrás de su escritorio, un compendio sin precedentes de literatura morbosa de alto contenido sexual. El problema fue que, al entrar en la clase, no estaba el Sr. RodrÃguez. Me senté junto a un chico bastante guapo, de facciones duras, pómulos marcados y el pelo perfectamente engominado. Los ojos eran azules como una playa de las Bahamas y tenÃa una barbita incipiente que realzaba su poderoso mentón. Los labios eran rosados, algo gruesos, y leÃa tranquilamente por encima de unas gafas montadas al aire y de cristales redondos. Era un nerd bastante atractivo, con todo y su suéter a cuadros y los pantalones de caqui que caÃan sobre unos Vans azules pulcramente acordonados. SostenÃa delante de sà un libro de portada colorida. Cuando notó que lo observaba con atención, me lanzó una tÃmida mirada por encima de las gafas y me dijo:
–¿Nos conocemos? Me apresuré a negar con la cabeza. La voz era aterciopelada, suave. La cadencia de sus palabras me transportó automáticamente a un programa radial o a un hipnotista. Mientras hablaba, enfocaba sus ojos en los mÃos, de forma tal que me sentÃa algo violentada. –Solo me gustarÃa saber que estás leyendo –contesté. Cerró el libro y chequeó la portada. –El amor en los tiempos del cólera, ¿lo conoces? Negué con la cabeza. –Gabriel GarcÃa Márquez –siguió–. Supongo que estás en esta clase porque aprecias la escritura. SonreÃ. –La verdad –contesté–, se me da bien la escritura, pero me han contado que el Sr. RodrÃguez le da el pase a todo el mundo con buena calificación. Mi interlocutor sonrió. La dentadura era perfecta, como tallada por un artista griego, y cuando reÃa la nuez se le movÃa de arriba a abajo haciendo más atractiva su incipiente barba. –Sobre todo si el tema tiene implicaciones sexuales –dijo él. –Rebecca –me presenté. –Mucho gusto –me tendió la mano y las estrechamos. Luego su atención regresó al libro, y aquello me pareció demasiado rudo de su parte. Esperé unos segundo más, para comprobar si en serio no pensaba decirme su nombre, al menos por cortesÃa, pero lo único que recibà fue un frÃo «¿QuerÃas algo más?». Negué con la cabeza y extraje de mi bolso mi cuaderno de apuntes y una libreta donde escribÃa relatos, cuentos o narraba alguno de mis sueños. Cuando sonó el timbre, la clase estaba bastante concurrida, pero el profesor aún no se portaba por allÃ. Mi compañero seguÃa absorto en la lectura, hasta que una chica se le acercó y le dijo:
–Sr. Fitz, la campana ha sonado. Él asintió y se puso en pie. Puso un marcador en el interior de El amor en los tiempos del cólera y se acercó al pizarrón. Nos miró a todos, con especial énfasis en mÃ, y luego se echó a reÃr. Me sonrojé enseguida. Algo le daba mucha risa, y esperaba que no fuera a hacer pública la conversación que habÃa tenido con él. De hecho, me estaba sintiendo bastante idiota hasta el momento, asà que no pensé que podrÃa empeorar la situación. –Algunos me conocen –dijo– y otros, como esta señorita... –me señaló e hizo un ademán como de buscar mi nombre en su memoria.
Deseé despertar de la pesadilla, que la Tierra dejara de girar o hubiera un terremoto, pero lo único que sucedió fue que toda la clase se volteó a mirarme. Yo estaba en la tercera fila, y sentà los ojos de todos en la sala puestos sobre mÃ, como una carga demasiado pesada. Y no querÃa lidiar con ella. –Rebecca, ¿no? –se habÃa acordado de mi nombre–, evidentemente no. »El Sr. RodrÃguez está de viaje este semestre. Tal vez se dedique a hacer un tour sexual por toda Europa –en esta parte me guiñó un ojo–, como era su sueño manifiesto. Todos en el aula rieron, excepto yo. Estaba realmente avergonzada. –¿Por qué no se rÃe, Rebecca? Sentà cómo toda la sangre de mi cuerpo se agolpaba en mi rostro. DebÃa parecer un tomate o un pimiento gigante. PodrÃa haber frito un huevo solo de hacer contacto con mi piel en ese instante. –Por favor, póngase de pie –me pidió el Sr. Fitz y asà lo hice:
–Ahora cuéntenos por qué no se rÃe del chiste que parece cautivar a todos los presentes. ¿Le gusta el Sr. RodrÃguez o solo tiene solidaridad con las prostitutas? Me quedé en silencio. «En cualquier momento se termina, Becca, en cualquier momento. Tú puedes resistirlo». –No piensa usted responder, ¿o sÃ? Yo seguÃa como bufona de la clase, pero aun asà intenté recuperar la dignidad. –¿Es tÃmida? Seguà estoica. El mundo comenzó a dar vueltas y mi estómago rugió. Dado el silencio sepulcral que habÃa en el aula, todo el mundo lo escuchó. Entonces, como si fuera poca la humillación, el Sr. Fitz se acercó a mÃ, y detecté en él un halo de superioridad masoquista que me molestó demasiado. TenÃa una sonrisa cÃnica y me observaba de arriba a abajo. –Adelante, Rebecca. Gran parte del proceso creativo se trata de dejar salir los sentimientos. Comencé a respirar entrecortadamente y una cosquilla se asentó en mi estómago. No sé como, terminé abriendo la boca y dejando escapar un chorro de vómito encima del profesor.
CapÃtulo 1 El Sr. Fitz
22/01/2021
CapÃtulo 2 Bárbara Allyn
22/01/2021
CapÃtulo 3 Lujuria y literatura
22/01/2021
CapÃtulo 4 Brandon
22/01/2021
CapÃtulo 5 Cita en el parqueo
22/01/2021
CapÃtulo 6 Alcohol y lágrimas
22/01/2021
CapÃtulo 7 Cita en el parqueo
22/01/2021
CapÃtulo 8 Lectura en voz alta
22/01/2021
CapÃtulo 9 Martha Allyn
25/01/2021
CapÃtulo 10 Escritor fracasado
25/01/2021
Otros libros de B. Agrah
Ver más