Capítulo 1
Malditos pensamientos
― ¿Estás demente?
― ¿Te da vergüenza que diga que tú hermana está buena?
Ana Lucía Menotti se encontraba en el patio trasero de la casa de Carlos Pérez, su mejor amigo. Ambos formaban parte del equipo de baloncesto de su universidad, cada uno en su respectivo género. Ella pasaba mucho tiempo en casa de él ya que contaba con una media cancha que sus padres le habían construido como apoyo total a su deporte y, por desgracia, ella no tenía ninguna cerca del bloque de apartamentos en el que vivía con, precisamente, la protagonista de la conversación.
El sonido del balón botando sobre el asfalto los había acompañado toda la tarde. Habían decidido perfeccionar su lanzamiento; mil tiros cada uno. Al finalizar su entrenamiento, músculos de brazos y abdomen estaban entumecidos, el sudor perlaba sus cuerpos y lo único que tenían en la cabeza era la necesidad de saciar su sed. Decidieron recuperar las energías drenadas sentándose a la sombra que ofrecía la pared adornada con lajas de diferentes matices de grises que dividía el patio con el salón principal, sobre el húmedo césped de la pequeña y única sección con vegetación de la parte trasera de la casa. Cada uno tomó una botella de agua helada de la hielera ubicada entre ambos y de un trago vaciaron su contenido. Estuvieron un par de minutos sin hacer o decir nada, solo sintiendo como la temperatura corporal descendía gracias al líquido vital y la cálida brisa de verano que les acariciaba suavemente.
Cómo casi todas las tardes, comenzaron una conversación superflua. El tema bailaba entre el chisme del momento de la universidad, las jugadas que había hecho algún jugador famoso la noche anterior o alguna discusión tonta por su discrepancia en gustos musicales. Sin embargo, cuando se trataba de un intento casi fallido de seductor como lo era Carlos, la plática rápidamente derivaba a las chicas y cuáles les gustaban más de las que estudiaban en su universidad.
Para Lu, ese tipo de conversaciones eran cotidianas después de que su mejor amigo se enterara de sus preferencias sexuales. Salir del clóset con él, y con su familia, había significado soltar una carga extremadamente pesada que había llevado en los hombros desde que había entrado a la universidad. Su pasado en secundaria había sido un martirio que había quedado en el pasado, pero que no podía olvidar, especialmente porque era la razón de que sus padres la hubiesen mandado a estudiar a otra ciudad, lo más alejada posible de su círculo familiar. Sin los señores Pérez y el idiota que se había colado en sus huesos hasta hacer metástasis y del que ahora no podía separarse – ni quería hacerlo –, todo hubiese sido más complicado. Se habían convertido en un pilar importante, tanto para ella, como para su hermana.
Su hermana…
La estúpida conversación se había resumido en decir algún nombre conocido y describir sus atributos físicos y, entre chica y chica, el nombre de su hermana salió a la luz. No entendía como la plática había comenzado a girar alrededor de ella, de cómo era una de las mujeres más hermosas y de las que más buena estaba de toda la universidad. Aquello no era ningún secreto para Lu, no era ciega y sabía de antemano que So era muy bella. No tenía que verla con otros ojos para darse cuenta, sin embargo, cierta incomodidad hacía que se removiera sobre el césped y mientras Carlos más la nombraba, más crecía esa sensación extraña que se transformaba en una enorme bola en su estómago que le dificultaba tragar.
El inconveniente provino cuando su mente comenzó a divagar, llevándole flashes de los comentarios más explícitos que su mejor amigo agregaba. La incomodidad dio paso al pánico; estaban hablando de su propia hermana ¿Por qué iba a pensar en forma lasciva de ella?
Era culpa del estúpido de Pérez.
― No es vergüenza, pero es mi hermana, zopenco ― dijo dándole un golpe en el brazo. Carlos se quejó con fingido dolor.
― No te pongas celosa, Analú, tú también eres bonita, pero no te puedo ver de otra forma. Eres como mi hermanita ― otro golpe. ― Bueno, ya. Me vas a dejar morados.
― Entonces deja de decir estupideces.
― ¡No estoy diciendo estupideces! ― Exclamó con un exagerado dramatismo. ― Estoy hablando de algo muy importante. Tú vives con ella, te gustan las chicas, por ende, tuviste que darte cuenta que tú hermana tiene el mejor culo de la universidad, de tetas tampoco está nada mal y tiene una cintura que parece una abeja. Además, tiene una carita qué…
― Ok, es momento de que me marche antes de que te hagas una paja ― dijo poniéndose de pie. ― Y me da más asco que sea por mi hermana.