Pues aquí estoy nuevamente. Yo... Samantha Morrison, frente a una nueva pitonisa, que no hace más que confundirme, incluso superando a la anterior.
— Las cartas le mandan un aviso — decía la señora, con un turbante rojo en su cabeza y múltiples collares decorando su cuello de aspecto agitanado — se puede ver en su futuro, tres cambios importantes — ella tenía toda mi atención — una muerte, una boda y un suceso que marcará el resto de su vida.
El cinturón que mantenía mi vestido gris clásico, aferrado a mi cintura, comenzaba a ahogarme.
— ¿ Puede ser más específica ? — pregunté nerviosa.
— Entre el ocaso y el amanecer, su vida será el centro de atención de muchas personas. Tendrá que aprender a elegir mejor en quién confiar, y sobre todo, debe desconfiar de todos, incluso de aquellos que más quiera. Dinero, poder, odio y envidia, se fundirán en un solo sentido... su destrucción.
La señora hablaba y yo entendía cada vez menos.
Soy una mujer de veintiséis años y me considero, inteligente. No podría esconder mi atractivo físico aunque quisiera, el cabello rubio cenizo, los ojos grises y un figura que he tratado mantener, son atributos que saltan a la vista de todos los hombres que se me arriman, pero debo confesar que a pesar de eso, no he podido triunfar en el amor. Nadie consigue llenar mis vacíos existenciales. Tengo un negocio propio, una familia numerosa y una independencia a medias, que me siguen siendo insuficientes para ser completamente feliz, amén de que me da mucha realización personal el saberme autónoma. Sin embargo, necesité, no sabría decir porqué, que alguien me dijera algo sobre mi futuro.
Y aquí estoy, en busca de eso, que solo me ha dejado más confusa de lo que estaba.
La anterior pitonisa, dijo cosas similares y esta, comienza a asustarme.
— ¿ Puedo saber quién va a morir? — esto había sido un error, nunca debí venir.
Mi cabeza no dejaba de regañarme por ser tan mística a veces y dejarme guiar por sensaciones absurdas, que terminan liandome los sentidos.
— No logro ver esa muerte. Pero todo se resume a un deceso.
Más enfadada conmigo misma que con Bianca, por haberme traído, salí de allí, con poco más que absurdas profesías como supuestos marcadores de mi destino.
—Necesito algún otro detalle, señora. Por favor.
Me molestaba el hecho de casi que implorar por más información, pero es que no había venido hasta aquí, otra vez a las manos de una adivinadora, para que me dejara todavía más incógnitas de las que ya de por si traía.
Ella cambia la posición de las cartas y cuando me las ofrece para que escoja una, saco del paquete que separa para mi, un as de bastos.
—¡Mmm! —masculla y me mira seria —solo puedo decirle que todo lo que sucederá luego de aquella muerte, le será sorpresivo e inesperado, una persona entrará en su vida como un vendaval y no habrá nada que pueda hacer para soportar sus vientos. Deberá dejarse llevar por la brisa que este hombre le dará a su vida y no luche contra él, puede ser la solución de todos sus problemas.
Resoplo frustrada y me cruzo de brazos molesta. Esta señora solo me cuenta enigmas que rozan en las metáforas y sigo estando igual de confundida que antes de venir aquí.
La culpa es mía, por querer saber lo que está escrito, cuando de cualquier modo sucederá.
— Pero no estés molesta Samy, conmigo acertó en todo — se defendía mi prima, mientras el chófer nos llevaba a casa.
Crucé los brazos bajo mi pecho, un poco irritada la verdad. Había sido un verdadero fiasco poner mis dudas en manos de algo tan espiritual y poco confiable.
— Solo quería saber sobre mi proyecto Bia, nada más y ni siquiera lo mencionó. — le explicaba, descruzando mis piernas, indicando a Lorenzo que se detuviera en un café que teníamos a la derecha.
Bajamos del coche, y caminamos juntas hasta el sitio. Escogí una mesa que diera a la calle, a ver si mirando el mundo avanzar, conseguía dejar de sentir está presión en mi pecho.
— ¿Salimos esta noche? — mi té helado había conseguido relajarme algo y ella, toda morena y con sus ojos casi tan azules como los míos, estaba ataviada en su brownie de chocolate, para variar. Era fanática a esos dulces.
— Pero en autos separados Bia, luego tengo que sufrirte en el viaje de regreso — dije, bebiendo mi té, ese último sorbo que sabe a final.
— Tía, de verdad... Que sosa eres a veces...
No pude evitar reírme. Éramos primas, pero muy unidas, casi hermanas y nos conocíamos tanto, que podía verla venir desde lejos.
Nuestra familia era en exceso grande. Mis abuelos habían tenido cinco hijos y cada uno de ellos, tenía al menos dos hijos. Yo era sola, porque mi mellizo murió de bebé... muerte súbita.
En fin, que todos éramos demasiados.
Cuando mi abuela murió, mi abuelo exigió que nadie se fuera de la propiedad. No quería a la familia separada.
Sin embargo, el hecho de vivir en el mismo sitio, no es necesariamente sinónimo de unión familiar. Tiende a ser todo lo contrario.
Total, que todos vivíamos en una enorme villa. Cada cual en sus bungalows, pero era una propiedad conjunta de la familia Morrison.