Esclava del amor del jefe de la mafia

Esclava del amor del jefe de la mafia

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"Regla número uno, nunca... jamás... debes entrar en mi dormitorio." "Regla número dos, no me tocarás sin mi permiso." "Regla número tres, no me hablarás a menos que te hable." "Regla número cuatro: harás todo lo que te pida, pase lo que pase." Yo, Margarita Alfonso, una universitaria corriente, había sido obligada a contraer matrimonio, con el heredero del mayor sindicato mafioso a nivel mundial, Osirio Iker. Estas son las reglas que me impuso en nuestro primer día de recién casados. "¿Y si rompo una de ellas?", pregunté. "Entonces tomaré una parte de tu cuerpo como mía". "¿Qué? ¿Por qué no te quedas con todo mi cuerpo? ¿No lo quieres?"

Capítulo 1 Capítulo 1 Penetrando en la guarida del monstruo

**Toc, toc, toc, toc**

Bien, veamos qué sucede. Llamé firmemente a su puerta tres veces, pero no obtuve otra respuesta que el silencio total. ¿Estaría dormido... o le habría sucedido alguna desgracia?

Me mordí el labio inferior mientras volvía a llamar a su puerta, pero esta vez con mayor fuerza. Una vez más, el silencio fue absoluto; no percibí ni siquiera el más leve sonido que indicara movimiento al otro lado de la puerta.

"Osirio... ¿te encuentras bien?"

Tuve la sensación de que el tiempo se había detenido; era como si la acción se desarrollara en cámara lenta al momento de extender mi mano para agarrar el pomo de la puerta. Inhalé profundamente y contuve el aliento mientras lo giraba con lentitud; la puerta no tenía el seguro puesto.

Osirio estaba al otro lado de aquella puerta.

En un movimiento lento y silencioso, abrí la puerta solo lo suficiente para poder ver el interior de la habitación.

"¡Osirio!", exclamé.

Me quedé atónita al ver la escena que tenía ante mí. Abrí más la puerta y, sin la menor vacilación, me precipité al interior de la estancia. Osirio yacía inconsciente en el suelo; una gran estantería que había caído al piso estaba muy cerca de su cuerpo. Afortunadamente, no le había caído encima. ¿Por qué estaba dormido en el suelo? ¿Acaso se había desmayado antes de que lograra llegar a la cama?

No me explicaba cómo una estantería tan grande podía haber caído al suelo. Ahora los libros que reposaban en ella estaban esparcidos por todo el piso. ¿Acaso él había chocado con ella estando ebrio?

En cualquier caso, lo primero que debía hacer era comprobar que él estaba ileso. Abrigaba la esperanza de que solo estuviera dormido. Me agaché, procurando hacer el menor ruido posible, y acerqué mi cabeza a la suya mientras miraba su rostro durmiente. Parecía estar perfectamente bien, así que no tenía nada de que preocuparme. Dejé escapar un prolongado suspiro de alivio; no me había percatado de que había estado conteniendo el aliento, expectante. Por fortuna no estaba herido; mi reacción al verlo allí, tendido, había sido algo exagerada.

Podía ver claramente su rostro mientras me agachaba junto a él. Jamás había visto su rostro durmiente; tenía un aire de gran inocencia y ternura. En marcado contraste con el demonio que era durante la vigilia, ahora que dormía pacíficamente ofrecía el aspecto de un inofensivo ángel. Sus pestañas, de color rubio claro, eran largas; sus cejas, hermosas y elegantes, y su cabello parecía suave.

Posé la mirada en sus labios e inmediatamente evoqué la sensación de esos hermosos labios sobre los míos, fundidos en un beso apasionado. Me resultaba imposible apartar la mirada de su rostro; no sabría decir cuánto tiempo estuve allí, sentada, absorta en la contemplación de su rostro durmiente y sereno. Fascinada por su adorable aspecto angelical, sentí el impulso de tocar su cabello rubio. Instintivamente, extendí con lentitud mi mano hacia su cabello.

"¡Ah!", grité, sorprendida.

Con una velocidad asombrosa, él extendió su mano y aferró mi muñeca. ¿En qué momento había despertado? ¿Había estado despierto todo ese tiempo. o sus reflejos eran verdaderamente extraordinarios? De repente, esa mano que sostenía mi muñeca comenzó a tirar de mí hacia abajo. Dejé escapar un grito no muy fuerte al sentir que mi cuerpo se movía hasta quedar directamente encima del suyo.

¿Cómo había llegado a encontrarme en esa situación?

"Osirio.", lo llamé, pero no obtuve respuesta.

Entonces comencé a luchar por levantarme, pero mis esfuerzos se revelaron inútiles, pues él comenzó a rodear mi cintura y mi espalda con sus brazos, abrazándome fuertemente contra su cuerpo; lo sentía, cuan largo era, contra el mío. Ahora yacía sobre él, nuestros cuerpos muy juntos. Podía sentir el calor de su cuerpo y la firmeza de sus músculos debajo de mí.

"Osirio... suéltame... por favor", dije en tono suplicante, mientras intentaba liberarme de su brazo.

Pero fue un esfuerzo inútil; me abrazó con más fuerza. Ahora me resultaba imposible moverme. Lo miré a la cara y vi sus ojos cerrados; aún dormía. Coloqué mis manos sobre su pecho firme y musculoso e hice presión, tratando de apartarlo, pero él no se movió un ápice. Sus poderosos brazos me sujetaron con tanta fuerza que no logré liberarme.

Entonces decidí abandonar aquella lucha, claramente infructuosa. ¿Cuándo iba a despertar él? De repente, comenzó a acariciar mi espalda. Sentí el calor de su mano deslizarse por mi espalda hasta debajo de mi camisa. Me retorcí al sentir sus grandes manos sobre la piel desnuda de mi espalda.

Vaya, este hombre definitivamente era un pervertido. ¡incluso mientras dormía me tocaba con un gran atrevimiento!

"Osirio...", lo llamé, y luego dejé escapar un suave gemido.

Sus manos, posadas en mi espalda desnuda, comenzaron a desplazarse hacia abajo; acarició suavemente la piel sensible de mi cintura, y luego deslizó sus manos todavía más abajo. Dejé escapar un grito no muy fuerte cuando sus manos varoniles presionaron mis nalgas, apretando mi carne y acercando mis caderas a las suyas.

"Ah." gemí, un poco más fuerte esta vez.

Sus manos calientes se deslizaron dentro de mis pantalones cortos y comenzaron a masajear mi trasero. Ya estaba jadeando y mi corazón galopaba dentro de mi pecho. Sus grandes manos varoniles continuaron apretando mis nalgas, de manera provocativa, mientras presionaba mis caderas contra las suyas. Pude sentir su dureza cuando nuestras entrepiernas se rozaron. Sus caderas se movían, empujando su dureza contra mi zona íntima. Nuestras caderas se juntaban mientras aún estábamos vestidos.

Sentí que mi cuerpo se debilitaba mientras sus manos me sujetaban; el placer que él me hacía sentir comenzaba a apoderarse de mí. Mi mente se nubló y empecé, de manera instintiva, a presionar mis caderas contra su dureza. Me resultaba increíble que sus avances me hicieran sentir tan excitada. Aunque sus ojos todavía estaban cerrados, sus manos no dejaban de recorrer mi cuerpo.

"¡Osirio!", exclamé cuando, de repente, el mundo pareció dar un vuelco.

--Continuará.

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