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La sala del hotel estaba llena de luces brillantes, risas y el sonido suave de un piano de cola que se fundía con la conversación. Alana Pérez, la asistente personal de Arturo Sánchez, el imponente CEO de Sánchez Enterprises, no podía evitar sentirse fuera de lugar. Aunque su posición dentro de la empresa le confería una gran responsabilidad, las fiestas de gala siempre la hacían sentirse pequeña en medio de tanta opulencia.
Los trajes perfectamente cortados, las copas de cristal llenas de champán y los charles de los altos ejecutivos creaban un ambiente de lujo al que ella nunca se acostumbraba del todo.
-¿Un brindis, señorita Pérez? -dijo un compañero de trabajo, un joven de rostro afable que intentaba, sin éxito, captar su atención.
Alana apenas asintió, desviando la mirada en dirección al bar. Sabía que no podía quedarse mucho más tiempo en ese tipo de eventos. Su lugar estaba tras el escritorio, organizando calendarios, coordinando reuniones, y asegurándose de que todo en la empresa funcionara a la perfección. Pero esa noche, algo le impulsó a quedarse. Tal vez fuera la necesidad de sentirse parte de algo más grande que su rutina diaria, o quizás porque la idea de que Arturo Sánchez, su jefe, la viera en este ambiente elegante la hacía sentir... diferente.
Un movimiento de la multitud la distrajo, y allí estaba él. Arturo Sánchez, de pie cerca de la entrada, observando la escena con una expresión tan imperturbable como siempre. Su figura alta y elegante destacaba entre el resto, como si la perfección y la autoridad estuvieran esculpidas en su rostro. Alana lo observó de lejos por un momento, recordando los interminables días que pasaba organizando su agenda y su vida, siempre pendiente de su exigente jefe. Pero esa noche, algo era diferente.
En un abrir y cerrar de ojos, él se movió con gracia hacia la barra, y sin pensarlo dos veces, Alana se vio a sí misma levantándose y caminando hacia allí también. No sabía por qué, pero algo la impulsaba hacia él.
-¿Puedo ofrecerte una copa, Alana? -preguntó Arturo, su tono profundo y ligeramente irónico. Su mirada penetrante se posó sobre ella, y Alana, sintiendo un calor repentino en su rostro, asintió, sin saber bien qué decir.
-Claro, señor Sánchez -respondió, tartamudeando ligeramente.
-Nada de "señor Sánchez" esta noche, Alana. Solo Arturo -dijo, mientras tomaba una copa de vino y le ofrecía otra. La suavidad de su voz contrarrestaba la imponente figura que siempre mostraba en el mundo corporativo.
Alana tragó con dificultad. No estaba acostumbrada a esa cercanía, y mucho menos a la familiaridad con la que él se dirigía a ella. A lo largo de los años, se había mantenido siempre en su lugar, una figura casi invisible tras la sombra de su jefe. Sin embargo, esa noche parecía que todo había cambiado. O al menos, esa era la sensación que se apoderaba de ella.
-¿Te gustan las fiestas de la empresa, Alana? -preguntó Arturo, mientras tomaba un sorbo de su vino.
Alana no había esperado esa pregunta. Siempre había asumido que Arturo, con su vida de alta sociedad, disfrutaba de estos eventos sin pensarlo dos veces. Pero al mirarlo de cerca, su expresión era más pensativa de lo que ella imaginaba.
-La verdad, no mucho -respondió sinceramente. -Prefiero estar trabajando, organizando los detalles. Este tipo de eventos no son lo mío, pero... supongo que es parte del trabajo.
-Interesante -dijo él, sonriendo ligeramente. -Y, ¿qué opinas de la gente que viene a estos eventos? Es curioso cómo todos parecen tener una máscara puesta, ¿verdad?
Alana observó a su alrededor, notando la sonrisa forzada de varios de los ejecutivos de la empresa, las charlas vacías que se mantenían para impresionar a los demás. Sentía que Arturo tenía razón. Había algo en ese ambiente que la incomodaba, como si las personas no pudieran ser realmente ellas mismas.
-Es cierto. Es como si todos se sintieran obligados a interpretar un papel -respondió.
Hubo un breve silencio. Algo en la atmósfera cambió. Alana miró a Arturo directamente a los ojos, y por un momento, no pudo evitar perderse en su intensidad. Sus ojos oscuros no se apartaban de ella, como si estuvieran buscando algo en su interior. Fue un momento breve, pero lo suficientemente largo como para hacerle sentir una electricidad en el aire.
-Quizá por eso prefiero la sinceridad, aunque sea incómoda -dijo él, su voz más baja ahora, como si hubiera dado un paso hacia un terreno más íntimo.
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