Dubái
El sol caía a plomo sobre las torres de vidrio y acero. En el piso 48, el aire acondicionado llenaba el silencio de mármol con un zumbido constante.
Leonidas Varakis se secó el torso con una toalla. Acababa de salir de la ducha y aún tenía el cabello mojado. Caminaba por el apartamento con la naturalidad de quien está acostumbrado a controlar todo lo que lo rodea. Vestía solo unos pantalones ligeros.
-Nikos llamó hace un momento -dijo Iris, sentada en el sofá, repasando unos documentos-. El equipo de Abu Dabi quiere el borrador del contrato esta misma tarde.
Leo asintió sin mirarla. Preparó café en una taza blanca de cerámica.
-¿Y luego qué harás? -preguntó ella.
-No lo sé. Tal vez salga a cenar con ellos.
-Podrías quedarte. Ordenamos algo, vemos una película, como antes.
Leo se giró hacia ella. La observó durante unos segundos.
-Iris, esto es lo que hay. Tú sabías desde el principio cómo eran las cosas. Estamos aquí para trabajar, y has venido a Dubai por la reforma que tienes que terminar. No hay tu y yo.
Ella sostuvo su mirada un instante más. Luego volvió a centrarse en los documentos.
-Claro.
Mientras él se abotonaba la camisa, Nikos entró sin anunciarse.
-El borrador está listo. Podemos salir en veinte.
-Perfecto.
-Y tu abuelo llamó otra vez esta mañana. Parecía un poco perdido. Quizás deberías hablar con el doctor.
Leo suspiró.
-¿Qué dijo?
-Confundió algunas fechas. Creía que habías estado con él la semana pasada. Pero estabas en Baréin.
Leo tomó el teléfono y marcó.
-¿Al?
-¡Leo! ¿Estás en el viñedo?
-No, estoy en Dubái.
-¿Dubái? Pensé que era martes.
-Es martes, Al.
-¿Y entonces por qué estás allá? ¿No tenías una cena con los italianos?
-Eso fue hace dos semanas.
Hubo una pausa. Luego una risita suave.
-Estos días me están corriendo, hijo. La cabeza ya no me acompaña como antes.
-Hablamos más tarde, Al.
-No tardes. Iba a decirte algo importante, pero... se me fue.
Leo colgó con cuidado.
Se quedó mirando el teléfono, inmóvil, como si el peso de la llamada aún lo retuviera. La preocupación y el vacío se enredaban en su pecho.
De las pocas personas que realmente apreciaba en el mundo, solo quedaban dos: su abuelo Al y Nikos, su amigo y mano derecha.
La reunión fue breve y eficiente.
Las cifras estaban donde debían estar, las firmas también. Para cuando regresó al departamento, el cielo ya comenzaba a oscurecer.
Iris lo esperaba.
Con una copa en la mano y nada más que sus stiletos dorados.
La música suave, las velas, el aroma embriagador: todo el ambiente gritaba su intención.
-Tengo la sensación de que algo relajante no te vendría nada mal -murmuró con voz ronca, el eco de sus tacones llenando la sala mientras se acercaba.
Se pegó a su cuerpo, rozándolo.