Salimos corriendo de la fiesta de los chicos. No sabía lo que hacía, pero la forma alocada en que esa mujer me llevaba de la mano era la que me tenía a mil la revoluciones.
- ¡Esto es una locura! Ni que fuéramos los novios.
- La vida es una sola ¿no? Y ya bastante había esperado por esto- de la nada, se lanza a mis brazos y me besa con pasión, una desenfrenada que había nacido meses atrás, donde ella era el enemigo a vencer o eso pensaba.
- No sabes cuánto había deseado esto, Rocío.
- Pues vamos y me lo demuestras.
Seguimos en nuestro escape y nos subimos a su convertible blanco, dios cuanto deseaba estar entre las piernas de esta mujer.
Cuando cualquier pronóstico podría estar en mi contra, ella por fin estaba aceptando los sentimientos que habíamos forjado en todo este tiempo y después de todo lo que habíamos pasado juntos estaba demasiado feliz porque ella me aceptara. Yo no era un santo, ni tampoco un mal nacido, pero tenía mi historia y creo que eso era lo que a ella la detenía y, bueno, también el hecho de que nos tratábamos como perros y gatos.
Con un suave movimiento del volante, Rocío detiene el auto en un costado de la carretera, suelta su cinturón de seguridad y se abalanza nuevamente hacia mis labios.
- No aguantaré llegar a la ciudad, ¡Quítate la ropa!
Y qué hace el muy imbécil crédulo de mí, pues le hace caso y comienzo a desvestirme como un animal deseoso de esas curvas que todos los días me volvían más y más loco.
Mientras ella miraba el espectáculo y mordía su labio inferior al ver mi torso desnudo yo buscaba la manera de sacarme los pantalones, quedando solo con mis calzoncillos y mis zapatos puestos.
- Listo ¿Y tú?
- Ya voy, solo déjame admirarte.
Levanta el techo del auto y el frío de la noche neoyorquina nos recibe, ella se levanta su hermoso vestido color lavanda y se deja caer sobre mí, sentándose a horcajadas. Nuestros sexos se encuentra por sobre la tela de nuestra ropa interior y comienza a moverse sobre mí colocándome más duro que roca.
- Te he deseado tanto, Rocío, no sabes cómo quería que pasara esto entre nosotros.
Nuestros cuerpos vibraban de placer, con mis manos amasaba sus pechos, mientras mi lengua jugaba con la suya y, en un acto verdaderamente animal, ella sacó mi miembro y me hizo ver las estrellas cuando levantó un poco su cuerpo para dejarme paso entre medio de su ropa y sus pliegues.
- Ah...
Sus gemidos junto a los míos eran música para mis oídos y comenzamos esa danza maravillosa que me haría llegar pronto al éxtasis.
No nos importaba nada y una mierda si nos descubrían, estaba dispuesto a ir a la cárcel con tal de seguir dentro de ella y disfrutarla hasta el final.
Su cuerpo comenzó a moverse rápido y eso me señalaba que mi bella española estaba por llegar, moví una de mis manos hasta abajo y comencé a pellizcar su clítoris.
- Dámelo, fiera. Quiero oír como llegas con mi miembro dentro de ti.
- Oh, Chris, me corro- levanté mis caderas y recibí su orgasmos para dar unas cuantas estocadas más y liberar todo lo que tenía para darle en ese momento, sus ojos me miraban con una intensidad que jamás había visto y mis labios se fundieron con los de ella, nuestras respiraciones eran irregulares y juro que estaba a punto de caer muerto de un infarto por toda la experiencia que estábamos teniendo.
Con cuidado, ella se bajó de mí y sentí de inmediato la necesidad de volver a estar dentro de ella, pero su rostro había cambiado, su sonrisa había desaparecido y de la nada...
- Ahora, ¡Bájate! Ya lograste lo que querías y yo también.
- ¿De qué mierdas estás hablando, Rocío?
- Querías sexo, lo obtuviste, ahora ¡sal de aquí! - de la nada baja su mano debajo de su asiento y saca una nueve milímetros, le quita el seguro y me apunta entre los ojos.
- Ro... Rocío, para, me estás asustando.
- Si no sales a la cuenta de tres mi pobre auto quedará absolutamente sucio con tus sesos, Christian.
- Ro...
- Tres... dos...