La Boda Que Nunca Fue

La Boda Que Nunca Fue

Gavin

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Capítulo

Sofía, una diseñadora de modas, veía su vida como un cuento de hadas, a punto de casarse con Alejandro, el magnate textil más poderoso de México. Pero un mes antes de la "boda del siglo" , su mundo se hizo pedazos cuando vio a su prometido en su propia oficina, envuelto en un acto íntimo con su asistente, Camila. La imagen de Alejandro y Camila besuqueándose descaradamente sobre su escritorio, con él gruñendo "¡Tú solo eres un juguete!" a la provocadora pregunta de ella, "¿Te excitaría más si Sofía nos viera?" , la dejó paralizada. Esa traición brutal, acompañada de la cruel burla de Camila, fue solo el principio; mientras Sofía luchaba por su vida tras desmayarse, ellos se revolcaban en la habitación contigua, dejando tras de sí un rastro de condones usados, treinta y cinco en solo cinco días. Aferrándose a la pared del almacén, entre la bilis y el asco, Sofía recibió un mensaje demoledor: su mentora, la única figura materna que conoció, había muerto. En medio del funeral orquestado por Alejandro, Sofía lo vio, de nuevo, besarse apasionadamente con Camila a solo unos metros del féretro, finalmente entendiendo que no era ella quien estaba enferma, sino él. No habría boda; a cambio, el gran día se convertiría en el lienzo de su venganza, un mensaje impactante para todos. Con una nueva identidad en la mano y el corazón endurecido, Sofía abordó el avión, lista para un nuevo capítulo, lejos del hombre que había destruido su vida. Un año después, en la selva, Sofía se cruzó con un Alejandro irreconocible, demacrado y alucinado, buscando a una Sofía que ya no existía. Su corazón permaneció impasible; el pasado, incluido Alejandro y el cuento de hadas que un día creyó, ahora era solo una sombra difusa.

Introducción

Sofía, una diseñadora de modas, veía su vida como un cuento de hadas, a punto de casarse con Alejandro, el magnate textil más poderoso de México.

Pero un mes antes de la "boda del siglo" , su mundo se hizo pedazos cuando vio a su prometido en su propia oficina, envuelto en un acto íntimo con su asistente, Camila.

La imagen de Alejandro y Camila besuqueándose descaradamente sobre su escritorio, con él gruñendo "¡Tú solo eres un juguete!" a la provocadora pregunta de ella, "¿Te excitaría más si Sofía nos viera?" , la dejó paralizada.

Esa traición brutal, acompañada de la cruel burla de Camila, fue solo el principio; mientras Sofía luchaba por su vida tras desmayarse, ellos se revolcaban en la habitación contigua, dejando tras de sí un rastro de condones usados, treinta y cinco en solo cinco días.

Aferrándose a la pared del almacén, entre la bilis y el asco, Sofía recibió un mensaje demoledor: su mentora, la única figura materna que conoció, había muerto.

En medio del funeral orquestado por Alejandro, Sofía lo vio, de nuevo, besarse apasionadamente con Camila a solo unos metros del féretro, finalmente entendiendo que no era ella quien estaba enferma, sino él.

No habría boda; a cambio, el gran día se convertiría en el lienzo de su venganza, un mensaje impactante para todos.

Con una nueva identidad en la mano y el corazón endurecido, Sofía abordó el avión, lista para un nuevo capítulo, lejos del hombre que había destruido su vida.

Un año después, en la selva, Sofía se cruzó con un Alejandro irreconocible, demacrado y alucinado, buscando a una Sofía que ya no existía.

Su corazón permaneció impasible; el pasado, incluido Alejandro y el cuento de hadas que un día creyó, ahora era solo una sombra difusa.

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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