Gabriela estaba de pie frente a la puerta de su apartamento, con la mano sobre el pomo, pero sin atreverse a girarlo. Sabía que dentro, en el otro extremo, su vida estaba por cambiar para siempre. Había llegado al final de un largo camino, uno que había recorrido de la mano de alguien a quien había amado profundamente. Sergio.
Respiró hondo, intentando calmar las lágrimas que amenazaban con asomarse, pero no podía evitar que sus manos temblaran. El sonido de la llave girando en la cerradura la hizo reaccionar. Sergio estaba en casa.
-¿Gabriela? -la voz de él se oyó del otro lado, calmada, casi indiferente. Esa era la parte más difícil de todo esto. Él parecía tan tranquilo, mientras su mundo se desmoronaba.
Gabriela no contestó inmediatamente. Sus pensamientos se mezclaban entre la rabia, el dolor y la incredulidad. ¿Cómo había llegado todo a este punto? ¿Cómo había llegado a estar aquí, frente a la persona con la que había planeado un futuro, esperando escuchar lo que ya sabía que estaba por decirle?
-Pasa, por favor -dijo Sergio, sin mucha emoción en su voz, como si ya lo hubiera dicho todo y simplemente estuviera esperando que ella lo aceptara.
Gabriela se sintió vacía al entrar en el departamento, que de alguna manera ya no le parecía suyo. Todo a su alrededor parecía distinto, como si las paredes ya no compartieran los recuerdos de años de convivencia. Había algo opresivo en el aire. Algo pesado. La decisión de ella de terminar con todo estaba tomando forma, pero aún no podía creer que realmente estaba ahí, frente a él.
-Sergio... -Gabriela apenas pudo pronunciar su nombre, sintiendo que su garganta estaba cerrada, como si su voz no quisiera salir-. Necesito saber qué está pasando. Necesito saber la verdad.
Sergio, que hasta ese momento había permanecido de pie junto al sofá, se giró lentamente hacia ella. No había enojo en su mirada, solo una especie de cansancio, como si todo ya le hubiera dejado de importar.
-Lo que pasó ya lo sabes, Gabriela. -Su tono era bajo, casi fatalista, como si estuviera resignado a la situación. A Gabriela le costaba aceptar que alguien que había sido su compañero, su pareja durante tanto tiempo, pudiera hablar con tanta frialdad.
-Lo vi. -Las palabras salieron de su boca con más fuerza de la que esperaba. No lo había querido decir tan directo, pero necesitaba que él lo supiera. Necesitaba que él lo admitiera, aunque ya lo sabía-. Lo vi con ella. Estaba en el restaurante... La vi, Sergio.
El silencio que siguió fue profundo, doloroso. Sergio no parecía sorprendido. No había arrepentimiento en su rostro, ni una pizca de culpa. Solo una calma que helaba el corazón de Gabriela.
-Gabriela, yo... -él suspiró, pasándose una mano por el cabello-. Lo siento. De verdad lo siento, pero no fue algo planeado. No te puedo explicar cómo pasó, pero... lo que siento por ti ha cambiado. No es lo mismo.
Las palabras lo golpearon con fuerza, como un puño en el estómago. Gabriela se quedó quieta, sin poder procesarlas. No podía entender cómo había llegado hasta aquí. Todo lo que había creído, todo lo que había dado por sentado, ahora se desmoronaba frente a ella.
-¿Qué estás diciendo, Sergio? -dijo, en un susurro, como si aún no pudiera aceptar lo que escuchaba. La angustia empezaba a subir por su garganta, y el dolor se hacía cada vez más intenso-. ¿Cómo puedes decir que lo sientes? ¿Qué significa eso, cuando todo esto ya no tiene vuelta atrás?
Sergio dio un paso hacia ella, como si intentara acercarse a su sufrimiento, pero Gabriela lo rechazó con un leve movimiento de la mano. Él se detuvo al instante, pero sus ojos reflejaban esa misma mezcla de tristeza y resignación.
-Yo no quería que llegáramos a esto, pero... -La voz de Sergio tembló ligeramente, como si él mismo estuviera luchando con lo que había hecho-. He dejado de amarte, Gabriela. O, al menos, lo que sentía ya no es suficiente.
Esas palabras fueron como una descarga eléctrica. Gabriela lo miró con los ojos abiertos de par en par, tratando de comprender. ¿Cómo podía alguien, que había sido el amor de su vida, decir algo tan desgarrador?