La Elegida Olvidada del Sol

La Elegida Olvidada del Sol

Gavin

5.0
calificaciones
16
Vistas
9
Capítulo

El gran salón del palacio rezumaba incienso de copal, denso y pesado, mientras cientos de nobles se congregaban para la ceremonia que sellaría el destino del imperio. Yo, Xochitl, la "Elegida del Sol", estaba a punto de ser consagrada como la esposa principal del Emperador Itzcóatl, uniendo nuestros linajes sagrados para asegurar décadas de prosperidad. Pero al mirar a Itzcóatl en su trono, solo encontré un desprecio gélido. "¿Realmente creyeron que me ataría a esta farsa?", su voz resonó, "¡A una mujer cuya única virtud es un cuento de viejas!". Inmóvil, con la túnica ceremonial blanca como una mortaja, mi corazón latía con el eco doloroso de una vida pasada. Porque ya había vivido este momento, ya había sentido esta humillación, y sabía su desenlace. El recuerdo me golpeó como un rayo: en mi vida anterior, había suplicado entre lágrimas, recordándole el pacto ancestral. Él se había reído cruelmente, repudiándome y entregándome a sus guardias como a un animal. Mi familia, protectora del pacto por generaciones, fue acusada de traición, sus tierras confiscadas, sus nombres borrados. Todo, por el ciego amor de Itzcóatl hacia su concubina, Citlali, quien ahora sonreía con triunfo a su lado. Mi final fue brutal: abandonada en una fosa helada, morí de hambre y frío, con las risas de Citlali susurrando: "El sol te ha abandonado, Xochitl". Pero los dioses no me abandonaron; el pacto era real. Me concedieron una segunda oportunidad, no por piedad, sino por equilibrio. Desperté gritando hace unos días, justo a tiempo para revivir el inicio de mi caída. Pero esta vez, no había lágrimas ni súplicas. Solo un vacío helado y una determinación dura como la obsidiana. "Mi Emperador", dije ahora, mi voz sorprendentemente calmada, sin rastro de la emoción que me consumía. Levanté la vista y lo miré directamente a los ojos. Itzcóatl se desconcertó, esperando histeria. "¿No tienes nada que decir, mujer? ¿Ninguna súplica a tus dioses falsos?". Su arrogancia era palpable. Citlali se aferró a su brazo, su preocupación fingida. "Mi señor, no seas tan duro con ella", dijo con voz melosa, "Quizás cree en esas viejas historias; no es su culpa ser tan ignorante". Sus palabras, veneno envuelto en miel, antes me enfurecían. Ahora, las recibí con una serenidad que los descolocó. Hice una reverencia profunda, una sumisión que contradecía la tormenta en mi interior. "La sabiduría del Emperador es tan vasta como el cielo", dije, con sinceridad vacía. "Si mi presencia y mi linaje son una farsa, entonces no soy digna de estar a su lado". El silencio en el salón fue absoluto. "Me retiraré a mis aposentos y esperaré el juicio del Emperador", continué. Itzcóatl frunció el ceño; mi sumisión lo desarmaba. "¡Vete!", espetó, "¡No quiero volver a ver tu rostro!". Caminé hacia la salida, mi mirada se cruzó con Cuauhtémoc, el líder de los guerreros águila, él creía en el pacto. Mientras pasaba, Citlali soltó una risita cristalina, y él la rodeó con sus brazos, su adoración ciega. La escena quemaba en mi memoria, una réplica exacta del pasado. Pero esta vez, el dolor no me paralizó, alimentó la llama fría en mi pecho. Los dejé en su nido de amor y ambición. No volvería a suplicar. Esta vez, simplemente me haría a un lado. Y observaría cómo el imperio, cuya prosperidad dependía de mi sangre, se desmoronaba hasta convertirse en polvo. Y él, el gran Emperador Itzcóatl, se arrastraría sobre esas cenizas, suplicando por la farsa que ahora repudiaba. Esa era mi nueva meta, mi única razón para esta segunda vida. No buscaría venganza activa, solo dejaría que la verdad se revelara a través de la hambruna, la sequía y la desesperación. Mi venganza sería la propia caída de Itzcóatl.

Introducción

El gran salón del palacio rezumaba incienso de copal, denso y pesado, mientras cientos de nobles se congregaban para la ceremonia que sellaría el destino del imperio.

Yo, Xochitl, la "Elegida del Sol", estaba a punto de ser consagrada como la esposa principal del Emperador Itzcóatl, uniendo nuestros linajes sagrados para asegurar décadas de prosperidad.

Pero al mirar a Itzcóatl en su trono, solo encontré un desprecio gélido.

"¿Realmente creyeron que me ataría a esta farsa?", su voz resonó, "¡A una mujer cuya única virtud es un cuento de viejas!".

Inmóvil, con la túnica ceremonial blanca como una mortaja, mi corazón latía con el eco doloroso de una vida pasada.

Porque ya había vivido este momento, ya había sentido esta humillación, y sabía su desenlace.

El recuerdo me golpeó como un rayo: en mi vida anterior, había suplicado entre lágrimas, recordándole el pacto ancestral.

Él se había reído cruelmente, repudiándome y entregándome a sus guardias como a un animal.

Mi familia, protectora del pacto por generaciones, fue acusada de traición, sus tierras confiscadas, sus nombres borrados.

Todo, por el ciego amor de Itzcóatl hacia su concubina, Citlali, quien ahora sonreía con triunfo a su lado.

Mi final fue brutal: abandonada en una fosa helada, morí de hambre y frío, con las risas de Citlali susurrando: "El sol te ha abandonado, Xochitl".

Pero los dioses no me abandonaron; el pacto era real.

Me concedieron una segunda oportunidad, no por piedad, sino por equilibrio.

Desperté gritando hace unos días, justo a tiempo para revivir el inicio de mi caída.

Pero esta vez, no había lágrimas ni súplicas.

Solo un vacío helado y una determinación dura como la obsidiana.

"Mi Emperador", dije ahora, mi voz sorprendentemente calmada, sin rastro de la emoción que me consumía.

Levanté la vista y lo miré directamente a los ojos.

Itzcóatl se desconcertó, esperando histeria.

"¿No tienes nada que decir, mujer? ¿Ninguna súplica a tus dioses falsos?".

Su arrogancia era palpable.

Citlali se aferró a su brazo, su preocupación fingida.

"Mi señor, no seas tan duro con ella", dijo con voz melosa, "Quizás cree en esas viejas historias; no es su culpa ser tan ignorante".

Sus palabras, veneno envuelto en miel, antes me enfurecían.

Ahora, las recibí con una serenidad que los descolocó.

Hice una reverencia profunda, una sumisión que contradecía la tormenta en mi interior.

"La sabiduría del Emperador es tan vasta como el cielo", dije, con sinceridad vacía. "Si mi presencia y mi linaje son una farsa, entonces no soy digna de estar a su lado".

El silencio en el salón fue absoluto.

"Me retiraré a mis aposentos y esperaré el juicio del Emperador", continué.

Itzcóatl frunció el ceño; mi sumisión lo desarmaba.

"¡Vete!", espetó, "¡No quiero volver a ver tu rostro!".

Caminé hacia la salida, mi mirada se cruzó con Cuauhtémoc, el líder de los guerreros águila, él creía en el pacto.

Mientras pasaba, Citlali soltó una risita cristalina, y él la rodeó con sus brazos, su adoración ciega.

La escena quemaba en mi memoria, una réplica exacta del pasado.

Pero esta vez, el dolor no me paralizó, alimentó la llama fría en mi pecho.

Los dejé en su nido de amor y ambición.

No volvería a suplicar.

Esta vez, simplemente me haría a un lado.

Y observaría cómo el imperio, cuya prosperidad dependía de mi sangre, se desmoronaba hasta convertirse en polvo.

Y él, el gran Emperador Itzcóatl, se arrastraría sobre esas cenizas, suplicando por la farsa que ahora repudiaba.

Esa era mi nueva meta, mi única razón para esta segunda vida.

No buscaría venganza activa, solo dejaría que la verdad se revelara a través de la hambruna, la sequía y la desesperación.

Mi venganza sería la propia caída de Itzcóatl.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
La Venganza De La Sustituta

La Venganza De La Sustituta

Romance

5.0

Trabajé tres años como asistente personal de Roy Castillo, el heredero del imperio tequilero. Me enamoré perdidamente de él, aunque yo solo era un consuelo, un cuerpo cálido mientras esperaba a su verdadera obsesión, Scarlett Salazar. Cuando Scarlett regresó, fui desechada como si nunca hubiera existido. Fui abofeteada y humillada públicamente, mis fotos comprometedoras filtradas por toda la alta sociedad. En el colmo del desprecio, me forzaron a arrodillarme sobre granos de maíz, mientras Roy y Scarlett observaban mi agonía. Me despidieron, pero no sin antes hacerme pagar un precio final. El dolor de la rodilla no era nada comparado con la humillación, la confusión. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Por qué la mujer que amaba se convertía en mi verdugo, y el hombre al que di todo me entregaba al lobo? Él me vendió como un objeto, como una mercancía, por un estúpido collar de diamantes para Scarlett. Me arrojaron a una habitación de hotel con un asqueroso desconocido, y solo por un milagro, o quizás un último acto de misericordia de Roy antes de irse con ella, logré escapar. Decidí huir. Borrar mi antigua vida, la que había sido definida por la obsesión y el desprecio. Pero el pasado tenía garras. Las fotos, el acoso, me siguieron hasta mi refugio en Oaxaca. ¿Me dejaría consumir por la vergüenza, o me levantaría de las cenizas como el agave, más fuerte y con una nueva esencia? Esta vez, no huiría. Esta vez, lucharía.

La Dignidad no se Vende

La Dignidad no se Vende

Romance

5.0

Mi casa en Triana, que olía a jazmín y a melancolía, estaba a punto de perderse. Con solo dieciocho años y un título de diseño recién empezado, sentí el peso de las deudas de mi padre muerto. La oferta llegó como un salvavidas: acompañar a Ricardo Vargas, un constructor poderoso y enigmático. El "acuerdo" era claro: él salvaría mi hogar, yo sería su compañera discreta. Casi creí que el dinero me había traído un amor inesperado, confundiendo su opulencia con cariño, su posesividad con protección. Pero entonces, apareció Carmen Sandoval, su exnovia. Me citó en un hotel de lujo y, con desprecio, me ofreció tres millones de euros para desaparecer. Ella era su "costumbre favorita", y yo, solo un insecto. Para probarlo, hicimos una cruel prueba con mensajes a Ricardo. El suyo fue respondido con preocupación, el mío, con un frío "Espero no sea grave. Estoy ocupado". Ella sonrió. "¿Ves? No eres nada para él". Me reveló que todos los gestos grandiosos de Ricardo -los jazmines, Noruega- eran réplicas de lo que había hecho por ella. Solo era una sustituta, un eco. La indignidad se volvió insoportable. Un día, Carmen rompió el broche de mi abuela y me acusó de agredirla. Ricardo, sin dudarlo, me encerró en el sótano frío y húmedo, donde casi muero de frío. La humillación final llegó cuando, en una fiesta, él volvió a negarme públicamente. Me trató como un objeto, un insignificante estorbo para el juego de sus celos. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan ingenua? El dolor era insoportable, la traición palpable. Me había vendido por una falsa seguridad, por un puñado de billetes. ¿Era mi dignidad el precio? ¿O algo más valioso aún? Pero al despertar del delirio, solo quedó una determinación fría. ¡No más! Era hora de despertar. Con los tres millones de euros de Carmen y una beca para Roma, cortaría todas las ataduras. Mi propio cuento de hadas no necesitaba un príncipe tóxico. Estaba lista para mi verdadera vida.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro