Regreso al Infierno: Mi Dulce Venganza

Regreso al Infierno: Mi Dulce Venganza

Gavin

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Capítulo

Mi hermana, Daniela, siempre tuvo una ambición tan grande, que se sentía en el aire de mi laboratorio. Sus ojos brillaban con una luz especial, mientras me señalaba la pantalla holográfica. "Quiero su cara, su vida, todo", me dijo, refiriéndose a la discreta esposa del magnate tecnológico Ricardo López. Mis vellos se erizaron, a pesar del calor del equipo. Le advertí que no era un simple filtro de redes, sino una clonación biométrica completa, ilegal y peligrosa. "¡No me importa!", siseó, con una fuerza sorprendente en su agarre. "He secuestrado a la verdadera. Nadie lo sabrá. ¡Solo tienes que hacer tu magia, hermanita!" Un recuerdo amargo me golpeó: la vez anterior, le di la misma advertencia. Le rogué que no lo hiciera, que Ricardo López no era tonto, que era un genio paranoico y cruel. Ella pareció escuchar, me abrazó y me dijo que lo pensaría. Esa misma noche, un pinchazo agudo en el cuello, una neurotoxina digital que frió mi sistema nervioso. "¡Perra, no quieres ayudarme porque me tienes envidia!", escupió Daniela, mientras se cernía sobre mí, con el rostro deformado por el odio. "¡Si yo no puedo ser la esposa del magnate, tú tampoco vivirás!" El último recuerdo fue su sonrisa triunfante, antes de que la oscuridad me tragara. Pero desperté en mi laboratorio, mi corazón latiendo a mil, justo cuando Daniela entraba con su petición demencial. Había regresado, había renacido en el día que lo cambió todo. La miré, a mi hermana, a mi asesina, y una calma helada se apoderó de mí. Esta vez, si Daniela estaba tan empeñada en correr hacia su destrucción, no solo le abriría la puerta, le construiría una autopista directa al mismísimo infierno.

Introducción

Mi hermana, Daniela, siempre tuvo una ambición tan grande, que se sentía en el aire de mi laboratorio.

Sus ojos brillaban con una luz especial, mientras me señalaba la pantalla holográfica.

"Quiero su cara, su vida, todo", me dijo, refiriéndose a la discreta esposa del magnate tecnológico Ricardo López.

Mis vellos se erizaron, a pesar del calor del equipo.

Le advertí que no era un simple filtro de redes, sino una clonación biométrica completa, ilegal y peligrosa.

"¡No me importa!", siseó, con una fuerza sorprendente en su agarre. "He secuestrado a la verdadera. Nadie lo sabrá. ¡Solo tienes que hacer tu magia, hermanita!"

Un recuerdo amargo me golpeó: la vez anterior, le di la misma advertencia.

Le rogué que no lo hiciera, que Ricardo López no era tonto, que era un genio paranoico y cruel.

Ella pareció escuchar, me abrazó y me dijo que lo pensaría.

Esa misma noche, un pinchazo agudo en el cuello, una neurotoxina digital que frió mi sistema nervioso.

"¡Perra, no quieres ayudarme porque me tienes envidia!", escupió Daniela, mientras se cernía sobre mí, con el rostro deformado por el odio. "¡Si yo no puedo ser la esposa del magnate, tú tampoco vivirás!"

El último recuerdo fue su sonrisa triunfante, antes de que la oscuridad me tragara.

Pero desperté en mi laboratorio, mi corazón latiendo a mil, justo cuando Daniela entraba con su petición demencial.

Había regresado, había renacido en el día que lo cambió todo.

La miré, a mi hermana, a mi asesina, y una calma helada se apoderó de mí.

Esta vez, si Daniela estaba tan empeñada en correr hacia su destrucción, no solo le abriría la puerta, le construiría una autopista directa al mismísimo infierno.

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