Mi vida cambió para siempre el día que mis padres murieron, dejándome a merced de la caridad de mi tía y de Alejandro, su carismático esposo. Él se convirtió en mi universo, un padre, un maestro, hasta que mi admiración infantil se transformó en un amor secreto e imposible. La noche de su cumpleaños, creí que ese amor era correspondido, un beso robado que prometía un futuro juntos. Pero la mañana siguiente, me di cuenta de que solo fui una herramienta, un peón en su juego para reconquistar a su ex, Isabella. "La chica es solo una niña ingenua, se cree todo lo que le digo", lo escuché decir, y esa risa se clavó en mi alma. Me entregó dinero, no como un regalo, sino como un pago por mi humillación. El dolor se convirtió en rabia fría, y la niña que él conocía murió ese día. Más tarde, cuando Isabella y Alejandro se burlaban de mí a mis espaldas, presencié su cruda intimidad, lo que me rompió por completo. Fingí mi muerte para escapar de ese infierno, solo para descubrir que la pesadilla apenas comenzaba. "Pequeña mentirosa", su voz me heló la sangre por teléfono. "Sé que estás viva, Sofía. Y voy a encontrarte." Pero un milagro silencioso crecía dentro de mí: estaba embarazada de su hijo. Decidí que el bebé sería mi fuerza, no mi atadura, y en un acto desesperado por protegerlo, orquesté una boda falsa. Justo cuando estaba a punto de jurar el "sí", su voz rugió en la playa: "¡SOFÍA!". Me vió embarazada y su furia se desató al gritar: "¿Es de él? ¡Ese bebé también es mío y haré lo que sea para tenerlos a los dos!". Yo, en un grito silencioso que solo él escuchó, le respondí: "Ya no te tengo miedo, Alejandro". La huida había terminado, y la lucha por mi libertad y la de mi hijo apenas comenzaba.
Mi vida cambió para siempre el día que mis padres murieron, dejándome a merced de la caridad de mi tía y de Alejandro, su carismático esposo.
Él se convirtió en mi universo, un padre, un maestro, hasta que mi admiración infantil se transformó en un amor secreto e imposible.
La noche de su cumpleaños, creí que ese amor era correspondido, un beso robado que prometía un futuro juntos.
Pero la mañana siguiente, me di cuenta de que solo fui una herramienta, un peón en su juego para reconquistar a su ex, Isabella.
"La chica es solo una niña ingenua, se cree todo lo que le digo", lo escuché decir, y esa risa se clavó en mi alma.
Me entregó dinero, no como un regalo, sino como un pago por mi humillación.
El dolor se convirtió en rabia fría, y la niña que él conocía murió ese día.
Más tarde, cuando Isabella y Alejandro se burlaban de mí a mis espaldas, presencié su cruda intimidad, lo que me rompió por completo.
Fingí mi muerte para escapar de ese infierno, solo para descubrir que la pesadilla apenas comenzaba.
"Pequeña mentirosa", su voz me heló la sangre por teléfono. "Sé que estás viva, Sofía. Y voy a encontrarte."
Pero un milagro silencioso crecía dentro de mí: estaba embarazada de su hijo.
Decidí que el bebé sería mi fuerza, no mi atadura, y en un acto desesperado por protegerlo, orquesté una boda falsa.
Justo cuando estaba a punto de jurar el "sí", su voz rugió en la playa: "¡SOFÍA!".
Me vió embarazada y su furia se desató al gritar: "¿Es de él? ¡Ese bebé también es mío y haré lo que sea para tenerlos a los dos!".
Yo, en un grito silencioso que solo él escuchó, le respondí: "Ya no te tengo miedo, Alejandro".
La huida había terminado, y la lucha por mi libertad y la de mi hijo apenas comenzaba.
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