La Venganza de las Gemelas

La Venganza de las Gemelas

Gavin

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El hospital olía a desinfectante y agonía, un aroma que se me pegaba a la piel y al alma. Mi gemela, Sofía, yacía en esa cama, conectada a máquinas que pitaban monótonamente, después de intentar quitarse la vida en el baño de la escuela. Mis padres lloraban en silencio, un silencio que yo conocía bien, uno más peligroso que cualquier grito. Entonces, sus voces crueles rompieron el silencio: "Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? La hermana de la loca." Eran Perla y Luna, las acosadoras de mi hermana, regodeándose en nuestra desgracia, mientras el mundo las ignoraba. "En el fondo, se lo merecía. Es tan débil," susurró Perla, y sentí algo frío y pesado nacer dentro de mí. Mis padres intentaron echarlas, pero la policía no hacía nada, la escuela se lavaba las manos: "Sofía era demasiado sensible." ¿Sensible? No, hermana. Demasiado buena para este jodido mundo. Esa noche, en casa, me miré al espejo. El mismo rostro que Sofía, pero por dentro... yo era diferente. Corté mi cabello como el suyo, me puse su uniforme, su ropa. Ahora, no era Elena. Era Sofía. Y con la sonrisa dulce de mi hermana, juré una venganza que ellas jamás olvidarían. Perla y Luna no sabían con quién se estaban metiendo. Habían despertado a un monstruo, y la única que podía contenerme estaba en una cama de hospital. Ya no había nadie que me detuviera.

Introducción

El hospital olía a desinfectante y agonía, un aroma que se me pegaba a la piel y al alma.

Mi gemela, Sofía, yacía en esa cama, conectada a máquinas que pitaban monótonamente, después de intentar quitarse la vida en el baño de la escuela.

Mis padres lloraban en silencio, un silencio que yo conocía bien, uno más peligroso que cualquier grito.

Entonces, sus voces crueles rompieron el silencio: "Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? La hermana de la loca."

Eran Perla y Luna, las acosadoras de mi hermana, regodeándose en nuestra desgracia, mientras el mundo las ignoraba.

"En el fondo, se lo merecía. Es tan débil," susurró Perla, y sentí algo frío y pesado nacer dentro de mí.

Mis padres intentaron echarlas, pero la policía no hacía nada, la escuela se lavaba las manos: "Sofía era demasiado sensible."

¿Sensible? No, hermana. Demasiado buena para este jodido mundo.

Esa noche, en casa, me miré al espejo. El mismo rostro que Sofía, pero por dentro... yo era diferente.

Corté mi cabello como el suyo, me puse su uniforme, su ropa.

Ahora, no era Elena. Era Sofía.

Y con la sonrisa dulce de mi hermana, juré una venganza que ellas jamás olvidarían.

Perla y Luna no sabían con quién se estaban metiendo.

Habían despertado a un monstruo, y la única que podía contenerme estaba en una cama de hospital.

Ya no había nadie que me detuviera.

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Romance

5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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