El Sabor Amargo del Amor

El Sabor Amargo del Amor

Gavin

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Capítulo

El aroma del mole de olla de la abuela, que para mí siempre fue sinónimo de hogar y de amor, llenaba cada rincón de nuestra casa. Desde niña, mis manos habían aprendido el arte de la cocina, y todos en la familia me llamaban Sofía, la heredera del don de la "Maestra de la Tortilla". Pero mi hermana menor, Isabella, siempre evitó los fogones, prefiriendo la moda y las conversaciones ligeras. Por eso, nadie dudó que yo representaría a la familia en el Día del Concurso Nacional de Cocina Mexicana. Hasta que todo cambió. Una tarde, justo antes del concurso, Isabella se acercó a la cocina con una sonrisa extraña. "Hermanita, ¿puedo intentar?", preguntó con una voz inusual. La miré extrañada; a ella nunca le había interesado la cocina. Algo en sus ojos me inquietó, pero le cedí mi lugar. Sus manos torpes se movieron con una gracia y precisión que nunca le había visto, moliendo especias con un ritmo perfecto. Un escalofrío recorrió mi espalda. Era imposible. El día del concurso, la tensión era palpable. Yo era la favorita, la promesa culinaria. Pero Isabella estaba a mi lado, con una calma que me aterrorizaba. El primer reto fue anunciado: tortillas ceremoniales, la especialidad de la abuela, ¡mi especialidad! "¡Ay, qué nervios!", exclamó Isabella para que todos la escucharan. "Sofía lleva meses practicando para esto. Yo apenas sé cómo empezar. Ojalá mi don natural sea suficiente." Sus palabras, llenas de falsa modestia, me golpearon. Miré a mi abuela, que sonreía con confianza desde el jurado. La prueba comenzó. Tomé la masa, pero estaba fría, sin vida. Intenté palmear la primera tortilla y se deshizo entre mis dedos. Mis manos temblaban sin control. Ya no eran las manos de una chef. Mientras tanto, Isabella era un espectáculo. Sus manos volaban. Cada tortilla que salía de su comal era perfecta, redonda, inflada, con un aroma a maíz criollo. El jurado y mi familia la aclamaban. "¡Increíble! ¡Es un genio!", exclamó un juez. Isabella, con lágrimas en los ojos, se dirigió al jurado. "No es mi culpa. Este don... simplemente apareció. Mi hermana Sofía es la que ha estudiado, la que ha tenido a la mejor maestra. Pero creo... creo que se ha vuelto perezosa. Ha confiado demasiado en su técnica y ha olvidado el corazón." La gente murmuraba. Las miradas de admiración se volvieron de decepción, todas dirigidas a mí. Me sentí vacía, débil, como si mi talento me hubiera sido arrancado de golpe. Intenté hablar, pero las palabras no salían. Solo vi a mi abuela levantarse, con el rostro endurecido por la decepción. "Me has avergonzado, Sofía", susurró con voz mortal. "Has manchado el nombre de esta familia. El lugar en la escuela culinaria de élite es para quien lo merece. Es para Isabella." Cada palabra fue un golpe. Mi mundo se derrumbó. No solo perdí el concurso, perdí mis recetas, mi futuro, y lo que más me dolía, perdí a mi abuela. Isabella se acercó, me abrazó y me susurró al oído con voz llena de veneno y triunfo. "Gracias por el regalo, hermanita. El sistema funciona a la perfección." Caí al suelo, mi cuerpo convulsionando, un dolor insoportable me desgarraba por dentro. En la oscuridad de mi inconsciencia, tuve una visión. Me vi a mí misma, radiante, cocinando, y de mi cuerpo salían hilos de luz dorada, de energía, de conocimiento. Al otro extremo de esos hilos estaba Isabella, absorbiéndolo todo, como un parásito. Vi cómo el "sistema" era una red invisible que me drenaba la vida. Comprendí: ¡me lo habían robado! Cuando desperté, sola y débil, en una clínica de pueblo, mis puños se apretaron. No podía dejar que Isabella ganara. Recordé las historias de la abuela, sobre un antiguo mercado en Oaxaca, "El Corazón de la Tierra", un lugar ancestral lleno de poder. Me subí a un autobús, temblando de fiebre, mientras veía la cara sonriente de Isabella anunciada como "La nueva reina de la cocina mexicana". Iba a recuperar lo que era mío, aunque me costara la vida.

Introducción

El aroma del mole de olla de la abuela, que para mí siempre fue sinónimo de hogar y de amor, llenaba cada rincón de nuestra casa.

Desde niña, mis manos habían aprendido el arte de la cocina, y todos en la familia me llamaban Sofía, la heredera del don de la "Maestra de la Tortilla".

Pero mi hermana menor, Isabella, siempre evitó los fogones, prefiriendo la moda y las conversaciones ligeras.

Por eso, nadie dudó que yo representaría a la familia en el Día del Concurso Nacional de Cocina Mexicana.

Hasta que todo cambió.

Una tarde, justo antes del concurso, Isabella se acercó a la cocina con una sonrisa extraña.

"Hermanita, ¿puedo intentar?", preguntó con una voz inusual.

La miré extrañada; a ella nunca le había interesado la cocina.

Algo en sus ojos me inquietó, pero le cedí mi lugar.

Sus manos torpes se movieron con una gracia y precisión que nunca le había visto, moliendo especias con un ritmo perfecto.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Era imposible.

El día del concurso, la tensión era palpable. Yo era la favorita, la promesa culinaria.

Pero Isabella estaba a mi lado, con una calma que me aterrorizaba.

El primer reto fue anunciado: tortillas ceremoniales, la especialidad de la abuela, ¡mi especialidad!

"¡Ay, qué nervios!", exclamó Isabella para que todos la escucharan. "Sofía lleva meses practicando para esto. Yo apenas sé cómo empezar. Ojalá mi don natural sea suficiente."

Sus palabras, llenas de falsa modestia, me golpearon. Miré a mi abuela, que sonreía con confianza desde el jurado.

La prueba comenzó.

Tomé la masa, pero estaba fría, sin vida. Intenté palmear la primera tortilla y se deshizo entre mis dedos.

Mis manos temblaban sin control. Ya no eran las manos de una chef.

Mientras tanto, Isabella era un espectáculo. Sus manos volaban.

Cada tortilla que salía de su comal era perfecta, redonda, inflada, con un aroma a maíz criollo.

El jurado y mi familia la aclamaban.

"¡Increíble! ¡Es un genio!", exclamó un juez.

Isabella, con lágrimas en los ojos, se dirigió al jurado.

"No es mi culpa. Este don... simplemente apareció. Mi hermana Sofía es la que ha estudiado, la que ha tenido a la mejor maestra. Pero creo... creo que se ha vuelto perezosa. Ha confiado demasiado en su técnica y ha olvidado el corazón."

La gente murmuraba. Las miradas de admiración se volvieron de decepción, todas dirigidas a mí.

Me sentí vacía, débil, como si mi talento me hubiera sido arrancado de golpe.

Intenté hablar, pero las palabras no salían.

Solo vi a mi abuela levantarse, con el rostro endurecido por la decepción.

"Me has avergonzado, Sofía", susurró con voz mortal. "Has manchado el nombre de esta familia. El lugar en la escuela culinaria de élite es para quien lo merece. Es para Isabella."

Cada palabra fue un golpe. Mi mundo se derrumbó.

No solo perdí el concurso, perdí mis recetas, mi futuro, y lo que más me dolía, perdí a mi abuela.

Isabella se acercó, me abrazó y me susurró al oído con voz llena de veneno y triunfo.

"Gracias por el regalo, hermanita. El sistema funciona a la perfección."

Caí al suelo, mi cuerpo convulsionando, un dolor insoportable me desgarraba por dentro.

En la oscuridad de mi inconsciencia, tuve una visión.

Me vi a mí misma, radiante, cocinando, y de mi cuerpo salían hilos de luz dorada, de energía, de conocimiento.

Al otro extremo de esos hilos estaba Isabella, absorbiéndolo todo, como un parásito.

Vi cómo el "sistema" era una red invisible que me drenaba la vida.

Comprendí: ¡me lo habían robado!

Cuando desperté, sola y débil, en una clínica de pueblo, mis puños se apretaron.

No podía dejar que Isabella ganara.

Recordé las historias de la abuela, sobre un antiguo mercado en Oaxaca, "El Corazón de la Tierra", un lugar ancestral lleno de poder.

Me subí a un autobús, temblando de fiebre, mientras veía la cara sonriente de Isabella anunciada como "La nueva reina de la cocina mexicana".

Iba a recuperar lo que era mío, aunque me costara la vida.

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