La Mano De La Suerte

La Mano De La Suerte

Gavin

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Capítulo

La hacienda olía a tierra mojada cuando Don Ricardo llegó, imponente como siempre. Pero esta vez, no venía solo; a su lado una mujer, distinta a todas las demás. Era la ventana de la cocina mi observatorio secreto cuando él la bajó, lenta y frágil. Su cuerpo delgado, su vestido sucio, su rostro oculto tras el cabello negro. Hasta que Don Ricardo la empujó, y grité mi sorpresa en silencio. "¡Guadalupe! ¡Ven acá, muchacha inútil!" me gritó, como a uno de sus perros. Ahí estaba él, con su barriga y cara roja, sujetando a la mujer. "Ella se quedará aquí. Es... una pariente lejana" . Una excusa ridícula, pues todos sabían que Don Ricardo solo amaba su dinero y una estúpida leyenda, la de la "Mano de la Fortuna" . Una leyenda de un hueso, un fémur, que traía prosperidad. Ella levantó la cabeza un instante, y lo que vi me heló la sangre. Esos ojos. Eran los ojos de mi madre, Doña Elena, muerta años atrás. Un vacío antiguo, una mirada perdida. Don Ricardo la devoraba con la vista, como a un objeto valioso, un amuleto. La misma mirada que a veces me dedicaba a mí. Su codicia, pura y sin disimulo. Mi madre había muerto, ¿o no? Su destino, una fiebre, pero yo siempre supe algo más. La sabiduría ancestral de mi madre, la que Ricardo creía la clave de su fortuna, y un fémur que él había robado. Ahora, esta mujer con sus ojos, y la misma maldición. Un latigazo, brutal, y su quejido liberó un torrente de terror en mí. "Me perteneces, Elena" , le susurró mi padrastro, usando el nombre de mi madre. "Pronto, tendré la otra 'Mano de la Fortuna' . La que está en tu pierna" . Él no solo la torturaba; planeaba mutilarla. Me obligó a latigarla. Mi cerebro gritaba "no" , pero su golpe me tiró al suelo, y la sangre llenó mi boca. "Ahora haz lo que te digo, o la próxima serás tú" . Miré a Elena, y en sus ojos, no había miedo. Asentie, con el látigo en mano. Cerré los ojos, y el golpe resonó. No era la Guadalupe de antes. Pero entonces, las heridas del látigo brillaron con una luz verdosa, apenas visible. Y sanaron. Al instante. Ella no era humana. No era una pariente lejana. ¿Una bruja? ¿Un espíritu? El miedo me invadió, un miedo profundo y real. ¿Qué horrible secreto guardaba esta mujer con los ojos de mi madre? ¿Y qué papel jugaría yo en la retorcida danza de Don Ricardo y su sed de sangre y poder? Algo terrible estaba por venir.

Introducción

La hacienda olía a tierra mojada cuando Don Ricardo llegó, imponente como siempre.

Pero esta vez, no venía solo; a su lado una mujer, distinta a todas las demás.

Era la ventana de la cocina mi observatorio secreto cuando él la bajó, lenta y frágil.

Su cuerpo delgado, su vestido sucio, su rostro oculto tras el cabello negro.

Hasta que Don Ricardo la empujó, y grité mi sorpresa en silencio.

"¡Guadalupe! ¡Ven acá, muchacha inútil!" me gritó, como a uno de sus perros.

Ahí estaba él, con su barriga y cara roja, sujetando a la mujer.

"Ella se quedará aquí. Es... una pariente lejana" .

Una excusa ridícula, pues todos sabían que Don Ricardo solo amaba su dinero y una estúpida leyenda, la de la "Mano de la Fortuna" .

Una leyenda de un hueso, un fémur, que traía prosperidad.

Ella levantó la cabeza un instante, y lo que vi me heló la sangre.

Esos ojos. Eran los ojos de mi madre, Doña Elena, muerta años atrás.

Un vacío antiguo, una mirada perdida.

Don Ricardo la devoraba con la vista, como a un objeto valioso, un amuleto.

La misma mirada que a veces me dedicaba a mí.

Su codicia, pura y sin disimulo.

Mi madre había muerto, ¿o no?

Su destino, una fiebre, pero yo siempre supe algo más.

La sabiduría ancestral de mi madre, la que Ricardo creía la clave de su fortuna, y un fémur que él había robado.

Ahora, esta mujer con sus ojos, y la misma maldición.

Un latigazo, brutal, y su quejido liberó un torrente de terror en mí.

"Me perteneces, Elena" , le susurró mi padrastro, usando el nombre de mi madre.

"Pronto, tendré la otra 'Mano de la Fortuna' . La que está en tu pierna" .

Él no solo la torturaba; planeaba mutilarla.

Me obligó a latigarla.

Mi cerebro gritaba "no" , pero su golpe me tiró al suelo, y la sangre llenó mi boca.

"Ahora haz lo que te digo, o la próxima serás tú" .

Miré a Elena, y en sus ojos, no había miedo.

Asentie, con el látigo en mano.

Cerré los ojos, y el golpe resonó.

No era la Guadalupe de antes.

Pero entonces, las heridas del látigo brillaron con una luz verdosa, apenas visible.

Y sanaron.

Al instante.

Ella no era humana.

No era una pariente lejana.

¿Una bruja? ¿Un espíritu?

El miedo me invadió, un miedo profundo y real.

¿Qué horrible secreto guardaba esta mujer con los ojos de mi madre?

¿Y qué papel jugaría yo en la retorcida danza de Don Ricardo y su sed de sangre y poder?

Algo terrible estaba por venir.

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El zumbido del aire acondicionado en el aeropuerto apenas disimulaba el silencio entre Ricardo y yo; nuestro viaje a Oaxaca, planeado por meses como una pre-luna de miel, de repente se sintió como un último aliento. Justo cuando Ricardo me preguntaba si estaba emocionada, con esa sonrisa perfecta suya, vi a Elena. Venía hacia nosotros con su hija Isabella, esa influencer de viajes, la ex de Ricardo, la madre de su única conexión con un pasado que yo intentaba ignorar. La voz de Elena, demasiado alta, anunció que ellas también iban a Oaxaca, y la sonrisa de Ricardo se congeló, aunque rápidamente la transformó en una máscara de sorpresa forzada. Luego, la pequeña Isabella, con los ojos de su madre, se escondió detrás de Elena, mirándome con una evaluación inquietante, no la inocencia de una niña. Elena, con una falsa dulzura, comentó sobre mi atuendo: "Qué bonito tu conjunto. ¿Lo diseñaste tú?". Sabía que lo decía para recalcar que mi profesión era un "pasatiempo caro", algo que mi familia, y a veces Ricardo, creían. Y entonces, sin que yo pudiera procesar la humillación, Elena pidió sentarse con nosotros en el avión, alegando que Isabella "se sentía mal". Ricardo, en lugar de poner límites, solo miró a la niña que convenientemente empezó a toser de forma exagerada, y cedió. Nuestro espacio para dos se hizo añicos, y me encontré sentada al otro lado, una extraña en lo que debería haber sido nuestro viaje de prometidos, mientras Ricardo les ponía caricaturas a Isabella y Elena le acariciaba el brazo. Cuando en el avión me pidieron cambiar mi asiento de primera clase por uno en turista para que Elena y su hija pudieran estar junto a Ricardo, vi la súplica en sus ojos: "No armes un escándalo, Sofía". No dije nada, solo tomé mi bolso y me fui a la fila de atrás, sentándome junto a un extraño, mientras los veía desde la distancia. Vi cómo la mano de Elena descansaba sobre la de Ricardo, cómo él le abrochaba el cinturón a Isabella, cómo reían y murmuraban, creando una burbuja a la que yo no pertenecía. El avión despegó y Ricardo, reclinado con Elena en su hombro, ni siquiera me buscó con la mirada. En ese momento, supe que no era solo el viaje lo que no había terminado antes de empezar, sino mi relación. La humillación continuó en Oaxaca, donde Elena monopolizó a Ricardo, quien ignoró mis diseños para escucharla. Al día siguiente, me desperté sola con una nota de Ricardo: "Fui con Elena a llevar a Isa a un tour... Te amo". "Te amo", la palabra se sentía tan vacía. Entonces lo vi en Instagram: Elena había subido una foto de Ricardo con el pie de foto: "Mío". Y el comentario de mi propio hermano, Diego: "¡Cuñado! ¡Se te ve increíble! Disfruten. Elena, cuídalo bien". Mi propio hermano estaba del lado de ella. El último clavo fue el comentario de Elena, respondiéndole a alguien: "Ricardo dice que Sofía es un poco aburrida para estos viajes, que no le gusta la aventura, jeje". Sentí el aire faltarme, la humillación pública era total. No era solo Ricardo, era mi familia, era el mundo que me había traicionado. Con las manos temblorosas, abrí mi celular y busqué el nombre de Ricardo. Presioné "Bloquear contacto". Y luego, con una sonrisa amarga, cancelé su boleto de avión de primera clase, el que yo le había regalado por su cumpleaños, dejándolo varado. Mi guerra había terminado.

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