El Renacer de la Reina

El Renacer de la Reina

Gavin

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Capítulo

Un dolor agudo me despertó, luego una voz: "Felicidades, Alteza. Está embarazada". Esas palabras... las había escuchado antes. Eran las mismas que sellaron mi fin en mi vida anterior, la que acabó con mi traición y mi muerte solitaria, ensangrentada, con mi bebé nonato arrancado de mí. Mi esposo, el Príncipe Alejandro, me miraba con adoración falsa; a su lado, mi hermana Valentina sonreía con triunfo, burlándose de mi ingenuidad mientras él desviaba la mirada de mi cuerpo moribundo, como si yo fuese una mancha insignificante. Morí sola, traicionada por mi propia sangre y por el hombre al que juré amor, sin entender el porqué de tanta crueldad, de un destino tan injusto. Pero al abrir los ojos de nuevo, el terror gélido dio paso a la claridad. Había renacido. Había vuelto al día exacto en que la felicidad se convirtió en mi sentencia de muerte. Esta vez, con la memoria intacta y un odio insaciable, no sería la víctima. El juego apenas comenzaba, y esta vez, yo manejaría los hilos.

Introducción

Un dolor agudo me despertó, luego una voz: "Felicidades, Alteza. Está embarazada".

Esas palabras... las había escuchado antes.

Eran las mismas que sellaron mi fin en mi vida anterior, la que acabó con mi traición y mi muerte solitaria, ensangrentada, con mi bebé nonato arrancado de mí.

Mi esposo, el Príncipe Alejandro, me miraba con adoración falsa; a su lado, mi hermana Valentina sonreía con triunfo, burlándose de mi ingenuidad mientras él desviaba la mirada de mi cuerpo moribundo, como si yo fuese una mancha insignificante.

Morí sola, traicionada por mi propia sangre y por el hombre al que juré amor, sin entender el porqué de tanta crueldad, de un destino tan injusto.

Pero al abrir los ojos de nuevo, el terror gélido dio paso a la claridad.

Había renacido.

Había vuelto al día exacto en que la felicidad se convirtió en mi sentencia de muerte.

Esta vez, con la memoria intacta y un odio insaciable, no sería la víctima.

El juego apenas comenzaba, y esta vez, yo manejaría los hilos.

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El olor metálico de la sangre llenaba mis fosas nasales, espeso y mareador. Estaba tirada en el frío suelo de mármol de mi propio recibidor, con un dolor agudo que me partía el abdomen. Desde el suelo, vi sus pies: los carísimos zapatos italianos de Ricardo, mi prometido, y los tacones de aguja de Elena, mi propia hermana, posicionándose a centímetros de mi cara. "Ricardo, ¿está bien? Se golpeó muy fuerte" , susurró Elena, con una falsa preocupación que me revolvió el estómago, mientras la boca de Ricardo devoraba la suya, ignorando mi cuerpo casi inerte. El dolor de la traición era mil veces peor que el golpe. Dos días después, en el hospital, la enfermera me confirmó lo inevitable: "Lamento informarle que perdió el embarazo" . Regresé a casa, la escena de mi dolor, para encontrarlos en la cocina, riéndose, Elena con una de mis batas de seda, Ricardo dándole fresas con una ternura que nunca me había mostrado. Ellos me vieron, Elena puso su máscara de actriz y Ricardo, ni se molestó en fingir. Abrí Instagram en mi nuevo teléfono y vi la prueba de su traición documentada para todo el mundo, mientras yo yacía en un hospital: "Encontrando la felicidad en los lugares más inesperados. A veces, el amor verdadero tarda en revelarse" , decía una de las fotos. La náusea subió por mi garganta, y con ella, una pregunta que me quemaba la garganta: "¿Dónde está mi vestido? ¿El que robaron?". Ricardo se rio, cruel: "¿Bebé? No seas dramática, Sofía. Fue un accidente. Además, ¿cómo sabes que era mío?" . Esa fue la última gota. Mientras empacaba mis cosas, Ricardo bloqueó la puerta, exigiendo que me quedara, acusándome de estar "histérica" . Le di una bofetada. En ese momento, su teléfono sonó, era Elena, fingiendo un malestar para arrastrarlo de vuelta a su lado. Cuando él volvió a subir, mi hijo, Leo, apareció en la puerta, manipulado, repitiendo lo que Elena le había dicho: "¡Mi mamá está llorando! Dice que eres mala. Que la quieres lastimar. ¿Por qué eres tan mala, tía Sofía?" . Mirando a Ricardo, dije con una calma que lo desarmó: "No tenemos nada de qué hablar. Quiero el divorcio" . Él se burló: "¿Divorcio? Ni siquiera estamos casados. Y si te vas, te vas sin nada. Todo está a mi nombre, ¿recuerdas?" . "No quiero tu dinero. Quiero mi libertad" . Mi madre me llamó, furiosa, confirmando mi desvío como peón defectuoso: "¡Inútil! ¡Siempre has sido una inútil! ¡Tu hermana, ella sí sabe cómo conseguir lo que quiere! ¡Tú solo sabes dibujar tus garabatos estúpidos!" . Colgué. "Tú dejaste de ser mi madre hace mucho tiempo" . Con la maleta en la mano, me juré que no volvería a mirar atrás.

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