La Danza de la Venganza

La Danza de la Venganza

Gavin

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Capítulo

El aroma a manzanilla y lavanda solía calmarme, pero ahora me revolvía el estómago. Mi madrina, Doña Chayo, me ofrecía la taza, su sonrisa una máscara, un preludio a la traición. Mañana era el examen de danza, el momento clave de mi vida. Pero yo ya había vivido este día. Había confiado en ella, en la mujer que me vio crecer, quien me llamaba "ahijada querida". Y pagué un precio terrible. Desperté atrapada. No de un sueño, sino en la pesadilla de la posesión. Mi alma, confinada en el minúsculo cuerpo de mi chihuahua, El Duque. Desde esa prisión peluda, fui testigo de lo impensable. Vi a mi prima Brenda, mediocre y envidiosa, levantarse del sofá en MI cuerpo. Doña Chayo, su madre, instruía a Brenda para que fingiera una lesión en el examen, destrozando mi carrera de bailarina. Mi tobillo, mi orgullo, todo. Fue un plan diabólico, una humillación pública que me marcó para siempre. Mi vida, mi pasión, mi honor, todo fue robado por aquellos en quienes más confiaba. ¿Por qué? ¿Por qué tanta crueldad? La desesperación me consumió, pero de las cenizas de mi rabia surgió algo nuevo: la música. Componer se convirtió en mi voz, y a través de ella recuperé parte de lo que perdí. Y ahora, el universo me ha dado una segunda oportunidad. La taza humeante sigue en su mano. Su sonrisa, falsa y asesina, aún me engañaba antes. Pero esta vez, conozco el veneno. Y esta vez, no soy la víctima. Esta vez, la historia es mía, y la venganza, una danza que ellas no esperarán.

Introducción

El aroma a manzanilla y lavanda solía calmarme, pero ahora me revolvía el estómago.

Mi madrina, Doña Chayo, me ofrecía la taza, su sonrisa una máscara, un preludio a la traición.

Mañana era el examen de danza, el momento clave de mi vida.

Pero yo ya había vivido este día.

Había confiado en ella, en la mujer que me vio crecer, quien me llamaba "ahijada querida".

Y pagué un precio terrible.

Desperté atrapada.

No de un sueño, sino en la pesadilla de la posesión.

Mi alma, confinada en el minúsculo cuerpo de mi chihuahua, El Duque.

Desde esa prisión peluda, fui testigo de lo impensable.

Vi a mi prima Brenda, mediocre y envidiosa, levantarse del sofá en MI cuerpo.

Doña Chayo, su madre, instruía a Brenda para que fingiera una lesión en el examen, destrozando mi carrera de bailarina.

Mi tobillo, mi orgullo, todo.

Fue un plan diabólico, una humillación pública que me marcó para siempre.

Mi vida, mi pasión, mi honor, todo fue robado por aquellos en quienes más confiaba.

¿Por qué? ¿Por qué tanta crueldad?

La desesperación me consumió, pero de las cenizas de mi rabia surgió algo nuevo: la música.

Componer se convirtió en mi voz, y a través de ella recuperé parte de lo que perdí.

Y ahora, el universo me ha dado una segunda oportunidad.

La taza humeante sigue en su mano.

Su sonrisa, falsa y asesina, aún me engañaba antes.

Pero esta vez, conozco el veneno.

Y esta vez, no soy la víctima.

Esta vez, la historia es mía, y la venganza, una danza que ellas no esperarán.

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5.0

Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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