El olor a desinfectante me asfixiaba. En la cama del hospital, las luces brillantes del techo no me dejaban olvidar. El coche que se pasó el alto, el golpe seco contra la ventana, todo era fresco en mi memoria. Pero debajo de eso, una avalancha de recuerdos aterradores. Eran de otra vida. Una donde un accidente como este no me salvó. En esa vida, corría hacia mi destrucción. Hacia Ricardo Montiel, el influencer de sonrisa perfecta que me esperaba en un restaurante de lujo. Listos para su "gran sorpresa". La sorpresa era un anillo. Un "sí" que fue el principio de mi fin. Ricardo y Camila Soto, su socia, me despojaron de todo: mi talento, mi dinero, mi alma. Mis diseños, mi trabajo, con su nombre en la etiqueta. Yo, relegada a la sombra, alimentando su éxito. La última memoria era la más clara y fría: él riéndose, diciéndome que yo fui un "escalón necesario". Me echaron de la casa que yo pagué. Sola y en bancarrota, un coche me atropelló. Mi último pensamiento, Mateo Durán. El único que me advirtió. Una enfermera rompió mi trance. Miré el calendario digital. ¡Era el día! El día de la propuesta. ¡El accidente me había salvado! Una furia fría reemplazó el pánico. Esta vez, las cosas serían diferentes. Mi celular vibró. Ricardo. "Mi amor, ¿dónde andas? Te estoy esperando. La sorpresa de tu vida te espera, no tardes." Su voz, antes melosa, ahora me provocaba asco. "Ricardo. Se acabó. No vengas. No me busques. Terminamos." Colgué. Bloqueé su número, luego el de Camila. Sentí un alivio inmenso. Pude respirar de nuevo. La puerta se abrió de golpe. Mi tía Carmen, mi ancla, entró pálida. "¡Mija! ¿Estás bien?" "Mejor que nunca. Acabo de terminar con Ricardo." "Ya era hora," dijo mi tía, con una pequeña sonrisa. "Ese hombre nunca me dio buena espina." Pero Ricardo no aceptaba un "no". Apareció en el hospital, furioso, exigiendo explicaciones. "No me puedes dejar. No después de todo lo que me debes." Su frase, antes manipuladora, ahora solo mostraba su patetismo. Mi tía, como un látigo, lo detuvo: "Suéltala, Ricardo. Ahora mismo." Él me soltó, con una mirada venenosa. "Esto no se queda así, Sofía," prometió. La guerra acababa de empezar. Y esta vez, yo estaba lista. El dolor de la humillación, del abandono. La rabia. Pero debajo, la tristeza por la Sofía ingenua. Esa Sofía estaba muerta. Recordé la traición más grande: el departamento de mi abuela vendido para financiar su primer evento. "Una inversión en nuestro futuro," me dijo. Nunca vi un peso. Pero ahora, en esta nueva vida, el departamento era mío. La primera pieza que le arrebaté. Fue entonces cuando apareció Mateo Durán. Mi mejor amigo. El chef increíblemente talentoso. El hombre que siempre me amó en secreto. "Sof," dijo en voz baja. "Tu tía me llamó. ¿Cómo estás?" Me trajo pan de elote. Ricardo nunca recordó mi pan favorito. No iba a cometer el mismo error. Necesitaba un escudo. Una declaración de intenciones. Lo miré a los ojos. "Mateo. Cásate conmigo." El silencio. Su rostro, una mezcla de sorpresa y alivio. "¿Tú... acabas de terminar con Ricardo?" "Nunca he pensado con tanta claridad. Por favor, solo di que sí. Te lo explicaré todo." La puerta se abrió. Ricardo y Camila. Ella, hermosa y calculadora. Él, el novio herido. "¡Sofía, querida! ¡Nos enteramos y vinimos corriendo!" dijo Camila, su voz puro almíbar. Ambos se detuvieron al ver a Mateo. La mirada de Ricardo se endureció. "¿Qué hace él aquí?" espetó. Tomé la mano de Mateo, entrelazando mis dedos. "Está aquí conmigo. Le acabo de pedir que se case conmigo." La mandíbula de Camila cayó. Ricardo se puso pálido, luego rojo. "¡Qué! ¡Estás en shock! ¡No sabes lo que dices!" gritó. "Ayer me decías que me amabas. ¿Y ahora esto? ¿Con él? ¿Un simple cocinero?" La ira me encendió. "Ese 'simple cocinero' es más hombre de lo que tú serás en toda tu patética vida. Así que ahora, por favor, lárgate de mi habitación." Ricardo, derrotado, intentó culparme: "Después de todo lo que he hecho por ti. Me necesitas." Me reí. "No, Ricardo. Tú me necesitas a mí. Pero esa fuente se secó. Se acabó el juego." Mientras se iban, Ricardo me lanzó una mirada de odio, una promesa de destrucción. Pero esta vez, yo no estaba sola. Apreté la mano de Mateo. La batalla por mi futuro había comenzado. Y acababa de elegir a mi general.
El olor a desinfectante me asfixiaba. En la cama del hospital, las luces brillantes del techo no me dejaban olvidar.
El coche que se pasó el alto, el golpe seco contra la ventana, todo era fresco en mi memoria. Pero debajo de eso, una avalancha de recuerdos aterradores.
Eran de otra vida. Una donde un accidente como este no me salvó.
En esa vida, corría hacia mi destrucción. Hacia Ricardo Montiel, el influencer de sonrisa perfecta que me esperaba en un restaurante de lujo. Listos para su "gran sorpresa".
La sorpresa era un anillo.
Un "sí" que fue el principio de mi fin.
Ricardo y Camila Soto, su socia, me despojaron de todo: mi talento, mi dinero, mi alma. Mis diseños, mi trabajo, con su nombre en la etiqueta. Yo, relegada a la sombra, alimentando su éxito.
La última memoria era la más clara y fría: él riéndose, diciéndome que yo fui un "escalón necesario". Me echaron de la casa que yo pagué. Sola y en bancarrota, un coche me atropelló. Mi último pensamiento, Mateo Durán. El único que me advirtió.
Una enfermera rompió mi trance. Miré el calendario digital. ¡Era el día! El día de la propuesta. ¡El accidente me había salvado!
Una furia fría reemplazó el pánico. Esta vez, las cosas serían diferentes.
Mi celular vibró. Ricardo.
"Mi amor, ¿dónde andas? Te estoy esperando. La sorpresa de tu vida te espera, no tardes."
Su voz, antes melosa, ahora me provocaba asco.
"Ricardo. Se acabó. No vengas. No me busques. Terminamos."
Colgué. Bloqueé su número, luego el de Camila. Sentí un alivio inmenso. Pude respirar de nuevo.
La puerta se abrió de golpe. Mi tía Carmen, mi ancla, entró pálida.
"¡Mija! ¿Estás bien?"
"Mejor que nunca. Acabo de terminar con Ricardo."
"Ya era hora," dijo mi tía, con una pequeña sonrisa. "Ese hombre nunca me dio buena espina."
Pero Ricardo no aceptaba un "no". Apareció en el hospital, furioso, exigiendo explicaciones.
"No me puedes dejar. No después de todo lo que me debes."
Su frase, antes manipuladora, ahora solo mostraba su patetismo.
Mi tía, como un látigo, lo detuvo: "Suéltala, Ricardo. Ahora mismo." Él me soltó, con una mirada venenosa.
"Esto no se queda así, Sofía," prometió.
La guerra acababa de empezar. Y esta vez, yo estaba lista.
El dolor de la humillación, del abandono. La rabia. Pero debajo, la tristeza por la Sofía ingenua. Esa Sofía estaba muerta.
Recordé la traición más grande: el departamento de mi abuela vendido para financiar su primer evento. "Una inversión en nuestro futuro," me dijo. Nunca vi un peso.
Pero ahora, en esta nueva vida, el departamento era mío. La primera pieza que le arrebaté.
Fue entonces cuando apareció Mateo Durán. Mi mejor amigo. El chef increíblemente talentoso. El hombre que siempre me amó en secreto.
"Sof," dijo en voz baja. "Tu tía me llamó. ¿Cómo estás?"
Me trajo pan de elote. Ricardo nunca recordó mi pan favorito.
No iba a cometer el mismo error. Necesitaba un escudo. Una declaración de intenciones.
Lo miré a los ojos.
"Mateo. Cásate conmigo."
El silencio. Su rostro, una mezcla de sorpresa y alivio. "¿Tú... acabas de terminar con Ricardo?"
"Nunca he pensado con tanta claridad. Por favor, solo di que sí. Te lo explicaré todo."
La puerta se abrió. Ricardo y Camila. Ella, hermosa y calculadora. Él, el novio herido.
"¡Sofía, querida! ¡Nos enteramos y vinimos corriendo!" dijo Camila, su voz puro almíbar.
Ambos se detuvieron al ver a Mateo. La mirada de Ricardo se endureció.
"¿Qué hace él aquí?" espetó.
Tomé la mano de Mateo, entrelazando mis dedos.
"Está aquí conmigo. Le acabo de pedir que se case conmigo."
La mandíbula de Camila cayó. Ricardo se puso pálido, luego rojo.
"¡Qué! ¡Estás en shock! ¡No sabes lo que dices!" gritó. "Ayer me decías que me amabas. ¿Y ahora esto? ¿Con él? ¿Un simple cocinero?"
La ira me encendió.
"Ese 'simple cocinero' es más hombre de lo que tú serás en toda tu patética vida. Así que ahora, por favor, lárgate de mi habitación."
Ricardo, derrotado, intentó culparme: "Después de todo lo que he hecho por ti. Me necesitas."
Me reí. "No, Ricardo. Tú me necesitas a mí. Pero esa fuente se secó. Se acabó el juego."
Mientras se iban, Ricardo me lanzó una mirada de odio, una promesa de destrucción. Pero esta vez, yo no estaba sola. Apreté la mano de Mateo.
La batalla por mi futuro había comenzado. Y acababa de elegir a mi general.
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