El Concurso Internacional de Gastronomía de París era mi hora de brillar, la cumbre de años de dedicación y mi "sentido dorado". Mi obra maestra, "Corazón de México", estaba lista para defender mi título y sellar mi leyenda. Pero justo cuando el mesero iba a servirla, Sofía, mi prometida, sonrió dulcemente y virtió un líquido incoloro sobre mi mole, un acto casi invisible que destrozó mi mundo. Frente a las cámaras y los jueces, mi platillo fue declarado "¡Incomible! ¡Una abominación!", y mi carrera, mi reputación, todo se derrumbó en segundos. Sofía, al lado de su ex, Miguel, me miró y dijo con frialdad: "Miguel es joven... tú ya eres famoso. Deberías ser más indulgente". Esa frase destrozó mi alma. No era solo traición; era desprecio, una destrucción deliberada de todo por un capricho mezquino. Desaparecí del mapa, exiliándome anónimamente en Tailandia, huyendo del dolor y la vergüenza que Sofía me infligió. Cinco años después, una llamada me arrastró de vuelta a una pesadilla: mi madre estaba muriendo de cáncer y mi familia, arruinada por su negocio de catering quebrado. Regresé a la Ciudad de México, un fantasma en mi propia vida, solo para descubrir que la ruina de mi familia no fue mala suerte, ¡fue Sofía! Ella lo confirmó con una sonrisa cruel: "Quería asegurarme de que no tuvieras a dónde volver. Que te pudrieras en ese agujero". En su arrogancia, me arrebató la última esperanza, vaciando mi cuenta bancaria para un reloj de Miguel, dejándome sin nada y con la mano cortada. La rabia me consumía, y me di cuenta de que no podía jugar con sus reglas. Era hora de cambiar el juego.
El Concurso Internacional de Gastronomía de París era mi hora de brillar, la cumbre de años de dedicación y mi "sentido dorado".
Mi obra maestra, "Corazón de México", estaba lista para defender mi título y sellar mi leyenda.
Pero justo cuando el mesero iba a servirla, Sofía, mi prometida, sonrió dulcemente y virtió un líquido incoloro sobre mi mole, un acto casi invisible que destrozó mi mundo.
Frente a las cámaras y los jueces, mi platillo fue declarado "¡Incomible! ¡Una abominación!", y mi carrera, mi reputación, todo se derrumbó en segundos.
Sofía, al lado de su ex, Miguel, me miró y dijo con frialdad: "Miguel es joven... tú ya eres famoso. Deberías ser más indulgente".
Esa frase destrozó mi alma. No era solo traición; era desprecio, una destrucción deliberada de todo por un capricho mezquino.
Desaparecí del mapa, exiliándome anónimamente en Tailandia, huyendo del dolor y la vergüenza que Sofía me infligió.
Cinco años después, una llamada me arrastró de vuelta a una pesadilla: mi madre estaba muriendo de cáncer y mi familia, arruinada por su negocio de catering quebrado.
Regresé a la Ciudad de México, un fantasma en mi propia vida, solo para descubrir que la ruina de mi familia no fue mala suerte, ¡fue Sofía!
Ella lo confirmó con una sonrisa cruel: "Quería asegurarme de que no tuvieras a dónde volver. Que te pudrieras en ese agujero".
En su arrogancia, me arrebató la última esperanza, vaciando mi cuenta bancaria para un reloj de Miguel, dejándome sin nada y con la mano cortada.
La rabia me consumía, y me di cuenta de que no podía jugar con sus reglas. Era hora de cambiar el juego.
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