Esta Vez Pido Divorcio

Esta Vez Pido Divorcio

Gavin

5.0
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Capítulo

Durante diez años, mi mundo giró en torno a Ricardo Vargas, un amor que me consumió, arquitecta con sueños que se marchitaban a su sombra. Manipulé, sembré dudas, usé mi astucia no para construir, sino para demoler su relación con Sofía. Y lo logré. Nos casamos. Esos seis años fueron un infierno de excusas, humillaciones y el constante olor a otros perfumes. Aguantaba, esperando que mi paciencia lo cambiara. Ese día, el fin de todo, encontré a Sofía en nuestra cama, y Ricardo me miró con un desdén que me heló los huesos. "Elena, ¿qué parte del acuerdo no entiendes? No interferencia. Tú tienes tu vida, yo tengo la mía." Su mirada bajó a mi vientre embarazado: "Y sobre todo, no vayas a ensuciar a mi hijo con tus asuntos." Su burla me rompió, convertida en furia ciega, me abalancé sobre él. Perdí el equilibrio. Caí por las escaleras. Dolor. Oscuridad. Lo último que sentí fue una cálida pérdida. Había perdido a mi bebé, lo único que me quedaba. Y entonces... desperté. En mi cama. Sin dolor. Mi vientre intacto. La prueba de embarazo, sin usar, en la mesita de noche. Un milagro. Una segunda oportunidad. No para él. No para arreglarlo. Una oportunidad para liberarme. En ese instante, una década de obsesión se hizo añicos. Me levanté, tomé mis cosas. Dejé la prueba y el anillo sobre la almohada. Esta vez, no iba a caer por las escaleras. Esta vez, iba a caminar hacia mi libertad.

Introducción

Durante diez años, mi mundo giró en torno a Ricardo Vargas, un amor que me consumió, arquitecta con sueños que se marchitaban a su sombra.

Manipulé, sembré dudas, usé mi astucia no para construir, sino para demoler su relación con Sofía. Y lo logré. Nos casamos.

Esos seis años fueron un infierno de excusas, humillaciones y el constante olor a otros perfumes. Aguantaba, esperando que mi paciencia lo cambiara.

Ese día, el fin de todo, encontré a Sofía en nuestra cama, y Ricardo me miró con un desdén que me heló los huesos.

"Elena, ¿qué parte del acuerdo no entiendes? No interferencia. Tú tienes tu vida, yo tengo la mía."

Su mirada bajó a mi vientre embarazado: "Y sobre todo, no vayas a ensuciar a mi hijo con tus asuntos."

Su burla me rompió, convertida en furia ciega, me abalancé sobre él.

Perdí el equilibrio. Caí por las escaleras. Dolor. Oscuridad. Lo último que sentí fue una cálida pérdida. Había perdido a mi bebé, lo único que me quedaba.

Y entonces... desperté. En mi cama. Sin dolor. Mi vientre intacto. La prueba de embarazo, sin usar, en la mesita de noche.

Un milagro. Una segunda oportunidad.

No para él. No para arreglarlo. Una oportunidad para liberarme.

En ese instante, una década de obsesión se hizo añicos. Me levanté, tomé mis cosas. Dejé la prueba y el anillo sobre la almohada.

Esta vez, no iba a caer por las escaleras. Esta vez, iba a caminar hacia mi libertad.

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La tarde en que Ricardo regresó, el sol implacable bañaba los impecables jardines de la mansión Vargas, casi tan cegador como el traje de lino blanco que él vestía. Un deportivo, escandaloso y ostentoso como su dueño, derrapó sobre la grava, soltando a una mujer pálida y frágil, aferrada a él como si su vida dependiera de ello: Camila Soto, la influencer desaparecida. Los vi entrar por el ventanal, sin invitación, como si la casa aún les perteneciera, ignorando a una Lupe que intentaba detenerlos. "Vengo a verla a ella," dijo él, su sonrisa torcida, esa misma sonrisa de hace tres años cuando me dejó plantada en el altar, diciendo que buscaba su «espíritu» en un rancho. "Sofía," espetó, su voz cargada de una autoridad inexistente, "veo que sigues aquí, como una buena perra fiel esperando a su amo." Luego, Ricardo se desplomó en el sofá de cuero de Alejandro, su padre, y dijo: "Hemos vuelto para quedarnos." Mi corazón no tembló, solo una fría calma, la calma de quien espera una tormenta anunciada, porque sabía que él no era el rey, y yo ya no era la ingenua que él había abandonado. Él no sabía que, con Alejandro, había encontrado dignidad, un hogar y un amor profundo que sanó las heridas de su traición. Me di la vuelta para ir a la cocina, con sus miradas clavadas en mi espalda, pensando que yo seguía siendo la misma Sofía. Pero justo en ese momento, una pequeña figura se lanzó hacia mí, riendo a carcajadas. "¡Mami, te encontré!" Un niño de dos años, con el cabello oscuro y los ojos brillantes de Alejandro, se abrazó a mi pierna, ajeno a la gélida tensión que se cernió sobre el salón. "Mami," preguntó con su vocecita clara, "¿Quiénes son?"

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Mi esposo, Mateo Vargas, me ha pedido el divorcio siete veces. Cada vez, la misma excusa: "Valentina ha regresado a México y la necesito" . Y cada vez, yo, Sofía Romero, su "esposa" que él desechaba como un pañuelo usado, firmaba los papeles. Siete humillaciones públicas, siete rondas de susurros a mis espaldas, siete colecciones de actas de divorcio que ya parecían cromos. Sacrifiqué mi carrera como diseñadora, mis sueños, mi dignidad, todo por ser la esposa perfecta que él nunca valoró. Pero esta octava vez, mientras él me sonreía perezosamente y prometía regresar en tres meses para volver a casarse, algo cambió dentro de mí. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Tan desesperada por una migaja de su amor que no veía la toxicidad? La risa que solté fue amarga, sin alegría, como la historia de mi vida con él. "No te preocupes", le dije, mi voz con un filo helado que nunca antes había usado. "Esta vez, haré las cosas diferente yo también." No hubo lágrimas, no hubo gritos, solo una calma aterradora que lo descolocó por completo. "Cuando vuelvas, ya no estaré." Se que se siente aliviado, pensando que no habrá drama esta vez. Pero lo que no sabe es que esta vez, el juego ha cambiado. Porque en mi mente, un plan completamente diferente ya estaba en marcha, uno que no incluía ninguna boda, ninguna reconciliación. Uno que no lo incluía a él. Y esta vez, Sofía Romero no solo se irá, se levantará, se transformará. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo sé esperar.

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