El Arrepentimiento del Padre Cruel

El Arrepentimiento del Padre Cruel

Gavin

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Capítulo

El helicóptero de Ricardo descendió sobre un pueblo olvidado en la sierra, levantando una nube de polvo rojizo, un dios metálico para los aldeanos que nunca habían visto algo así. La impaciencia de Ricardo creció cuando sus ojos fríos y calculadores recorrieron el miserable caserío en busca de Sofía, la mujer que había desterrado hacía cinco años. Pero el pueblo guardaba un silencio tenso, un miedo palpable, una verdad que nadie se atrevía a pronunciar. Hasta que la anciana del pueblo, la Abuela, lo enfrentó con dignidad feroz, revelándole que Sofía no estaba, que había "encontrado la paz". Ricardo rio con desprecio, negándose a creer que su amada Sofía, cuya sangre prometía sanar a su enferma Isabella, pudiera estar muerta. Pero la Abuela insistió, con lágrimas en los ojos, que Isabella misma había enviado hombres meses atrás para "desangrar" a Sofía, dejando su cuerpo para los coyotes. La negación de Ricardo se convirtió en una furia ciega, acusándola de mentirosa y destrozando el pueblo en busca de una Sofía que no existía. De pronto, un niño diminuto, un torbellino de furia, se lanzó a proteger a la Abuela, y Ricardo se detuvo en seco al ver sus propios ojos reflejados en el niño. Mateo, el hijo de Sofía y suyo, le reveló la cruel verdad: cómo su madre había sido desechada y luego sacrificada por la mujer a la que él adoraba. En un torbellino de dolor y negación, Ricardo se convenció de que el niño era un bastardo, un recordatorio del engaño de Sofía, pero que su sangre aún serviría para Isabella. Arrebató a Mateo de los brazos de la Abuela, quien, en un intento de protegerlo, cayó e impactó contra una piedra, quedando inmóvil. Mientras el helicóptero se elevaba, la voz de Ricardo resonó con frialdad al ordenar que prepararan al médico: "Tenemos un donante. La sangre es joven, será aún más potente. Isabella se va a poner bien". Y así, Ricardo llevó a su propio hijo hacia un destino macabro, sellando el trágico final de un amor ciego y una letraición inimaginable.

Introducción

El helicóptero de Ricardo descendió sobre un pueblo olvidado en la sierra, levantando una nube de polvo rojizo, un dios metálico para los aldeanos que nunca habían visto algo así.

La impaciencia de Ricardo creció cuando sus ojos fríos y calculadores recorrieron el miserable caserío en busca de Sofía, la mujer que había desterrado hacía cinco años.

Pero el pueblo guardaba un silencio tenso, un miedo palpable, una verdad que nadie se atrevía a pronunciar.

Hasta que la anciana del pueblo, la Abuela, lo enfrentó con dignidad feroz, revelándole que Sofía no estaba, que había "encontrado la paz".

Ricardo rio con desprecio, negándose a creer que su amada Sofía, cuya sangre prometía sanar a su enferma Isabella, pudiera estar muerta.

Pero la Abuela insistió, con lágrimas en los ojos, que Isabella misma había enviado hombres meses atrás para "desangrar" a Sofía, dejando su cuerpo para los coyotes.

La negación de Ricardo se convirtió en una furia ciega, acusándola de mentirosa y destrozando el pueblo en busca de una Sofía que no existía.

De pronto, un niño diminuto, un torbellino de furia, se lanzó a proteger a la Abuela, y Ricardo se detuvo en seco al ver sus propios ojos reflejados en el niño.

Mateo, el hijo de Sofía y suyo, le reveló la cruel verdad: cómo su madre había sido desechada y luego sacrificada por la mujer a la que él adoraba.

En un torbellino de dolor y negación, Ricardo se convenció de que el niño era un bastardo, un recordatorio del engaño de Sofía, pero que su sangre aún serviría para Isabella.

Arrebató a Mateo de los brazos de la Abuela, quien, en un intento de protegerlo, cayó e impactó contra una piedra, quedando inmóvil.

Mientras el helicóptero se elevaba, la voz de Ricardo resonó con frialdad al ordenar que prepararan al médico: "Tenemos un donante. La sangre es joven, será aún más potente. Isabella se va a poner bien".

Y así, Ricardo llevó a su propio hijo hacia un destino macabro, sellando el trágico final de un amor ciego y una letraición inimaginable.

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Romance

5.0

Mi médico suspiró, confirmando lo inevitable: mi leucemia estaba en etapa terminal, y yo solo anhelaba la paz de la muerte. Para mí, morir no era una pena, sino la única liberación de una culpa que nadie, excepto él, entendía. Luego, mi teléfono sonó, y la voz fría de Mateo Ferrari, mi jefe y antiguo amor, me arrastró de nuevo a un purgatorio autoimpuesto. Cinco años atrás, en los viñedos de Mendoza, su hermana y mi mejor amiga, Valeria, me empujó por la ventana para salvarme de unos asaltantes. Su grito y el sonidFmao de un disparo resonaron mientras huía, y cuando la policía me encontró, Mateo me sentenció con un odio helado: "Tú la dejaste morir. Es tu culpa." Desde entonces, cada día ha sido una expiación, una condena silenciosa bajo la crueldad de Mateo. Él me humillaba, me obligaba a beber hasta que mi cuerpo dolía, disfrutando mi sufrimiento como parte de esa penitencia interminable. Mi existencia se consumía bajo su sombra, una lenta autodestrucción en busca del final. La leucemia era solo el último acto de esta tragedia personal, la forma final de un pago que creía deber. ¿Por qué yo había sobrevivido para cargar con esta culpa insoportable y el odio de quienes una vez amé? Solo ansiaba el final, la paz que la vida me había negado, el perdón de Valeria. Una noche, tras una humillación brutal, una hemorragia masiva me llevó al borde de la muerte. Sin embargo, el rostro angustiado de mi amigo Andrés, y la inocencia de una niña que lo acompañaba, Luna, me abrieron una grieta de luz inesperada. ¿Podría haber una promesa más allá de la muerte, una oportunidad para el perdón y una nueva vida que no fuera de expiación?

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