Recetas Robadas, Amor Traicionado

Recetas Robadas, Amor Traicionado

Gavin

5.0
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Capítulo

El aire del hospital apestaba a desinfectante y a muerte, una mezcla que se me había metido hasta los huesos. Postrada en esa cama, los días y las noches se confundían. En la tele, siempre encendida, hablaban de Ricardo Vargas, el nuevo genio culinario de México, a punto de ganar "Sabor de México". Mi restaurante, "Alma", el sueño de mi vida, estaba en ruinas, a medias de construir y con deudas que me aplastaban. Todo por él, por Marco. La puerta se abrió y entró mi prometido, pero no venía solo; a su lado, con una sonrisa de suficiencia, caminaba Ricardo Vargas. Verlos juntos fue como si me echaran sal en una herida abierta. "Sofía, ¿cómo sigues?", preguntó Marco, con una formalidad vacía. Ricardo ni siquiera disimuló su desprecio. "Marco, no sé para qué venimos a verla, solo es una pérdida de tiempo. Tenemos que celebrar nuestro éxito". Mi éxito, el que me robaron. "Marco", susurré, la voz apenas un hilo, "mis recetas... el libro de mi abuela... ¿dónde está?". Él desvió la mirada. "Sofía, ¿de qué hablas? Estás delirando por la fiebre". "¡No estoy delirando!", insistí, intentando incorporarme. Ricardo soltó una carcajada. "Ah, ¿hablas de ese viejo cuaderno lleno de garabatos? Fue la inspiración perfecta para mis nuevos platillos". Sentí que el mundo se me venía encima; Marco, el hombre que amaba, se había aliado con mi mayor rival para destruirme. No solo me robó mi dinero y mi futuro, sino el legado de mi familia. "¿Por qué?", logré preguntar, las lágrimas mezclándose con el sudor frío. Él se encogió de hombros con una frialdad que me heló el alma. "Ricardo me ofreció más de lo que tú jamás podrías darme, Sofía. Fama, dinero... yo no nací para estar atado a una cocinera con delirios de grandeza". El monitor a mi lado empezó a pitar de forma errática. Mi cuerpo, ya debilitado, estaba llegando a su límite. "Bueno, nosotros nos vamos", dijo Ricardo, tirando del brazo de Marco. Se fueron, dejándome sola con el eco de sus risas y el sonido agudo de la máquina. Miré el tubo de oxígeno. No tenía nada. Con la poca fuerza que me quedaba, me arranqué la mascarilla de oxígeno. El pitido del monitor se volvió un chillido ensordecedor. Cerré los ojos, deseando solo una cosa: "Si tuviera otra oportunidad...". De repente, una luz brillante me cegó. El aire volvió a mis pulmones con una bocanada brusca y dolorosa. Abrí los ojos de golpe. No estaba en el hospital. Estaba en mi apartamento, el sol de la mañana entraba por la ventana. Miré mis manos, llenas de vida. Un calendario en la pared marcó la fecha: un año atrás. El día en que Marco y yo íbamos a firmar el préstamo final para el restaurante. El día en que mi infierno comenzó. Había vuelto. Una risa amarga escapó de mis labios. No era un sueño. Me habían dado una segunda oportunidad, y esta vez, no la iba a desperdiciar. Me levanté, llena de una determinación que no sentía desde hacía mucho tiempo. "¿Sofía? ¿Ya estás lista? Se nos hace tarde para ir al banco", la voz de Marco sonó desde la sala. Salí del cuarto y lo vi, sonriendo como si nada. "No vamos a ir al banco, Marco", anuncié con calma. "¿Qué? ¿De qué hablas?". "Nuestro sueño se acabó", respondí. "Voy a la oficina del registro civil. Voy a pedir el divorcio".

Introducción

El aire del hospital apestaba a desinfectante y a muerte, una mezcla que se me había metido hasta los huesos.

Postrada en esa cama, los días y las noches se confundían.

En la tele, siempre encendida, hablaban de Ricardo Vargas, el nuevo genio culinario de México, a punto de ganar "Sabor de México".

Mi restaurante, "Alma", el sueño de mi vida, estaba en ruinas, a medias de construir y con deudas que me aplastaban.

Todo por él, por Marco.

La puerta se abrió y entró mi prometido, pero no venía solo; a su lado, con una sonrisa de suficiencia, caminaba Ricardo Vargas.

Verlos juntos fue como si me echaran sal en una herida abierta.

"Sofía, ¿cómo sigues?", preguntó Marco, con una formalidad vacía.

Ricardo ni siquiera disimuló su desprecio.

"Marco, no sé para qué venimos a verla, solo es una pérdida de tiempo. Tenemos que celebrar nuestro éxito".

Mi éxito, el que me robaron.

"Marco", susurré, la voz apenas un hilo, "mis recetas... el libro de mi abuela... ¿dónde está?".

Él desvió la mirada.

"Sofía, ¿de qué hablas? Estás delirando por la fiebre".

"¡No estoy delirando!", insistí, intentando incorporarme.

Ricardo soltó una carcajada.

"Ah, ¿hablas de ese viejo cuaderno lleno de garabatos? Fue la inspiración perfecta para mis nuevos platillos".

Sentí que el mundo se me venía encima; Marco, el hombre que amaba, se había aliado con mi mayor rival para destruirme.

No solo me robó mi dinero y mi futuro, sino el legado de mi familia.

"¿Por qué?", logré preguntar, las lágrimas mezclándose con el sudor frío.

Él se encogió de hombros con una frialdad que me heló el alma.

"Ricardo me ofreció más de lo que tú jamás podrías darme, Sofía. Fama, dinero... yo no nací para estar atado a una cocinera con delirios de grandeza".

El monitor a mi lado empezó a pitar de forma errática. Mi cuerpo, ya debilitado, estaba llegando a su límite.

"Bueno, nosotros nos vamos", dijo Ricardo, tirando del brazo de Marco.

Se fueron, dejándome sola con el eco de sus risas y el sonido agudo de la máquina.

Miré el tubo de oxígeno.

No tenía nada.

Con la poca fuerza que me quedaba, me arranqué la mascarilla de oxígeno.

El pitido del monitor se volvió un chillido ensordecedor.

Cerré los ojos, deseando solo una cosa: "Si tuviera otra oportunidad...".

De repente, una luz brillante me cegó.

El aire volvió a mis pulmones con una bocanada brusca y dolorosa.

Abrí los ojos de golpe.

No estaba en el hospital.

Estaba en mi apartamento, el sol de la mañana entraba por la ventana.

Miré mis manos, llenas de vida.

Un calendario en la pared marcó la fecha: un año atrás.

El día en que Marco y yo íbamos a firmar el préstamo final para el restaurante.

El día en que mi infierno comenzó.

Había vuelto.

Una risa amarga escapó de mis labios.

No era un sueño.

Me habían dado una segunda oportunidad, y esta vez, no la iba a desperdiciar.

Me levanté, llena de una determinación que no sentía desde hacía mucho tiempo.

"¿Sofía? ¿Ya estás lista? Se nos hace tarde para ir al banco", la voz de Marco sonó desde la sala.

Salí del cuarto y lo vi, sonriendo como si nada.

"No vamos a ir al banco, Marco", anuncié con calma.

"¿Qué? ¿De qué hablas?".

"Nuestro sueño se acabó", respondí.

"Voy a la oficina del registro civil. Voy a pedir el divorcio".

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